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Amigos irreconciliables

Tras descubrir que contra Rajoy vivían mejor, PSPV y Compromís han abierto una guerra cuyas heridas podrían sangrar hasta la próxima legislatura

Mónica Oltra y Ximo Puig en una imagen de archivo Europa Press

Cuando a mediados de 2015 Ximo Puig y Mónica Oltra alcanzaron el poder valenciano con la bendición de Podemos, heredaron una Generalitat casi aniquilada, cuya corrupción heredada del PP había hundido a esta sufrida tierra en el más asombroso de los desprestigios. Así que lo prioritario ya no era tanto que PSPV y Compromís evitaran perder su tiempo en cuitas internas, sino que aparentaran que no lo hacían, que escenificaran, tanto si era cierto como si no, que lo suyo era una sintonía de amor. No había otra. Urgía, y mucho, recobrar la confianza perdida de los valencianos y del resto del universo con la única receta de la estabilidad. Y eso, se ha logrado. Aunque haya sido a veces a base de auténticas estrategias de marketing como esos seminarios un tanto teatrales que se marcaban algunos fines de semana los consellers, viajando con ropas informales a algún pueblo como un grupo de amigos de excursión a una casa rural; y aunque eso no tenga que ver con la eficacia real de su gestión, lo cierto es que la Generalitat ha vuelto a funcionar, ha apagado los fuegos de la corrupción y ha logrado que la Comunidad parezca de nuevo casi un sitio aburrido, que falta hacía. En ese sentido, la izquierda ha aprovechado tras veinte años en la oposición una oportunidad histórica.

Eso no quiere decir que no haya habido diferencias entre PSPV y Compromís desde el inicio. Las ha habido y de calado -desde Cataluña hasta las tasas turísticas y los horarios comerciales, desde Montón hasta Marzà-. Pero a todo se le había puesto sordina... hasta ahora. Paradójicamente ha sido con la llegada en Madrid de un presidente socialista, apoyado, que importante es recordarlo, por Compromís, cuando el Botànic ha ardido: mientras Puig da por buenos los modestos acuerdos alcanzados con Pedro Sánchez sobre el déficit, Compromís se revindica ya como el único ocupante de la barricada en defensa del problema valenciano, senyera en mano. Fíjate que contra Rajoy vivíamos mejor, deben pensar en el Palau. Es lo que pasa cuando obligas al enemigo a marcharse a Santa Pola: que en Madrid ya sólo te quedas con amigos que tampoco te aseguran el paraíso.

Ahora bien, el origen de la trifulca en València no es nuevo. Ambos partidos han tejido en las últimas décadas un largo memorial de desencuentros . Cuando Compromís aún no era Compromís sino el Bloc, y carecía de peso en la política autonómica, ya miraba en pueblos y aldeas con mucha desconfianza al PSOE. Y viceversa. Los valencianistas siempre culparon a los socialistas de seguir los dictados de Madrid y de aliarse a la hora de la verdad con el PP; los socialistas recelaron de este socio pequeño que se les ha ido haciendo cada vez más grande para ocuparles ese espacio que ellos creían suyo: no hay que olvidar que aquí el PSOE también se llama PSPV, y que la segunda «P» quiere decir «País» y la «V» «Valencià»; es decir los mismos resortes identitarios del Bloc/Compromís. Demasiado en común. Tanto que uno puede ser amigo del otro pero nunca reconciliarse del todo. Por cierto que tal problema hasta ahora nunca lo tuvo el PP; ahora ya sí: se llama Ciudadanos.

Cualquier solución para zanjar la guerra recién abierta entre los de Puig y los de Oltra es mala: un adelanto de las elecciones -que según el portavoz socialista Manolo Mata no se producirá- oficializaría la ruptura y daría munición de primera calidad a la derecha; si el pacto se rompe pero se decide esperar a las elecciones de la próxima primavera, se abocaría a la Generalitat a la nada; y si seguimos como hasta ahora, con el mismo Govern sufriendo una guerra civil interna, olvídense también de que la gestión del Consell avance un milímetro, porque socialistas y valencianistas se van a dedicar a vender sus logros pensando en esos comicios sin más gestión. Sea como sea, pintan bastos para los ciudadanos, a los que les interesa bastante más que València les haga un poco más sencillo el día a día tan duro de este siglo XXI que las broncas en los despachos.

La única alternativa pasaría por un esfuerzo de generosidad que recondujera el pacto (algo de eso intentaron ayer en Morella Oltra y el conseller Rafa Climent aunque, ay, sin Puig) y salvara lo que queda de mandato aunque sólo fuera en apariencia. Pero hasta el marketing y el teatro están fallando. Ahora que nos hemos enterado de lo que nunca nos debimos enterar, que ya sabemos que PSPV y Compromís no se quieren tanto y que las excursiones a las casas rurales no eran tan idílicas, parece difícil que sea posible cerrar la caja de los truenos. Y aún peor: veremos si quedan heridas demasiado profundas en el caso de que la izquierda necesite un nuevo Botànic tras las próximas elecciones.

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