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La rebelión de las aparadoras prende en la comarca

Trabajadoras del calzado se unen para reclamar el fin de la economía sumergida y reivindicar derechos laborales

Detalle de una mujer aparando piezas de calzado en su casa. tony sevilla

María trabaja como aparadora desde que tenía 13 años y nunca ha cotizado a la Seguridad Social. Ha pasado por talleres clandestinos, por alguna fábrica y ahora hace «faena» desde el sótano de su casa, en Callosa de Segura. Con su vieja máquina ha cosido miles de zapatos de las marcas más punteras del sector, esas que venden los pares a más de 100 euros bajo el orgulloso paraguas del «made in Spain»made in Spain. Pero María no gana más de 20 euros al día por las 10 horas que pasa encerrada en ese sótano a golpe de pedal, sin apenas luz natural ni ventilación. Es una de las mujeres que se ha unido a la rebelión de las aparadoras que se extiende por la comarca tras hacerse fuerte en Elcherebelión de las aparadoras Elche. Todas ellas exigen dejar atrás los salarios en negro, tener contratos y visibilizar un trabajo no reconocido para dignificar la profesión.

La Vega Baja se posiciona desde hace décadas como un satélite de la industria del calzado ilicitana. Numerosas empresas encargan parte de las tareas de producción a talleres repartidos por Callosa, Almoradí, Catral, Bigastro o Rafal, entre otros municipios. Son esos talleres los que mantienen una red de trabajadoras que se ocupan principalmente del aparado desde casa. El sistema siempre es el mismo. Primero, una llamada para hacerles el encargo y ponerles plazo. Da igual que sea miércoles o domingo. Después llega la furgoneta con los sacos de «faena» y mujeres como María (nombre ficticio por miedo a represalias) encienden la máquina, la radio y el ventilador y cosen y cosen cuantas horas sean necesarias para tener el pedido a tiempo. Si incumplen el plazo exigido saben que el teléfono no volverá a sonar, y eso es algo que casi ninguna se puede permitir.

Según un estudio de la Universidad de Alicante, el 88% del trabajo de aparado se realiza «en negro», con economía sumergida. El informe apunta que habría más de 7.000 mujeres trabajando en el sector sin ningún tipo de contrato. María forma parte de esa estadística pero está decidida a luchar por salir de ella. Invita a este diario a un encuentro con media docena de aparadoras que también se han unido a la Asociación de Mujeres Trabajadoras del Calzado Comarca Vega Baja. Nos recibe en su sótano. El habitáculo está envuelto por un espeso olor a cola y el calor es asfixiante. Ella dice que apenas huele el pegamento. Son demasiados años trabajando con productos químicos en un local que no pasaría ninguna inspección laboral.

Cuenta que recientemente recibió la llamada de uno de esos talleres para encargarle trabajo y se armó de valor para preguntar si le harían un contrato domiciliario, una posibilidad prevista en el convenio regulador. «Me dijeron que si me hacían ese contrato tenía que estar disponible las 24 horas del día para sacar faena, fuera de noche o de día, pero yo no soy una esclava. Necesito el dinero y acepté hacerlo en negro», relata la aparadora.

En el manifiesto hecho público por el colectivo reconocen que todas ellas «son parte de ese fraude, pero lejos de sentirnos culpables por ser colaboradoras necesarias, nos sentimos utilizadas por necesidad, pero ha llegado el momento de decir basta, de decir que nosotras ya no. Porque si yo paro, tú no andas. No queremos seguir formando parte de ello, no queremos seguir siendo invisibles, llevamos 40 años siéndolo». Son cuatro décadas en las que aseguran que «la administración, los sindicatos y los políticos han mirado hacia otro lado». «Si Elche es una fábrica, la Vega Baja es China», añaden.

Enfermedad laboral

«Escribe en el periódico las enfermedades que sufrimos. Yo estoy operada de los dos codos y del túnel carpiano, mira las cicatrices. Nunca he podido cobrar una baja. Esto es así, tantos pares haces, tantos cobras. Si no sacas faena, no ves ni un euro». Es el relato de otra mujer que ronda los 50 años y que jamás ha cotizado. Es algo que les preocupa porque el horizonte de la jubilación está cada vez más cerca y saben que en el futuro dependerá de las pensiones de sus cónyuges. Si son solteras, divorciadas o tienen hijos... «imagínate, es una ruina».

En algunas de las fábricas y talleres las condiciones,aseguran, no son mucho mejores. Numerosas mujeres cotizan por menos horas de las que trabajan y encadenan contratos temporales que no les permiten acumular antigüedad. El miedo al despido atemoriza y aguantan porque buscar otro empleo no es fácil. La edad de la mayoría, entre los 40 y los 50 años, no ayuda y carecen de experiencia en otro campo laboral. La alternativa que algunas se plantean es limpiar casas, pero conseguir un contrato es otra quimera. «A mi me gusta mi trabajo. ¿Por qué tengo que dejarlo para ponerme a limpiar? ¿Porque alguien se está llenando los bolsillos a mi costa? No tengo estudios pero soy una profesional del calzado y lo único que pido es que se reconozcan mis derechos. No pido limosna, quiero lo que me corresponde», reivindica otra mujer.

Inspección Laboral

¿Por qué no denuncian su situación en la Inspección de Trabajo? «No se ha hecho hasta ahora por miedo y por falta de información. Luchar de forma individual es complicado y si hablas corres el riesgo de quedarte sin trabajo, pero la situación va a cambiar. Todas saben que tienen obligaciones pero no conocen sus derechos y nosotras se los vamos a contar», expresa la representante de la nueva asociación comarcal, Carolina Belmonte. Entre las principales reivindicaciones está conseguir que el convenio se respete y se cumpla, reivindicar un régimen especial, reconocimiento de los años trabajados y enfermedades derivadas de su labor, recibir ayudas de la administración para crear cooperativas como solución a la economía sumergida y dignificar el sector. Se inspiran en la revolución de las «kellys» (trabajadores de los hoteles que arreglan las habitaciones) y defienden que ahora es el momento de la rebelión de las aparadoras de la Vega Baja.

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