La provincia de Alicante es un ejemplo manifiesto de que la extensión territorial de una lengua no tiene por qué coincidir con unos límites administrativos en particular. En la demarcación alicantina hay varias zonas en las que, por razones diversas, no se habla valenciano en la actualidad, al tiempo que hay una pequeña porción de territorio murciano en donde se habla la lengua de Enric Valor. Una simbólica frontera que recorre las comarcas del Vinalopó y la Vega Baja, incluyendo un pequeño enclave castellanohablante en área valenciana, y a cuyo alrededor se genera una gran singularidad lingüística: los idiomas no viven de espaldas, sino que tienen notables influencias mutuas, con el añadido de un léxico propio muy rico.

El castellano que se habla a lo largo de este límite lingüístico tiene un gran número de valencianismos y, a la inversa, también el valenciano presenta unos castellanismos muy característicos. Y además, en estas zonas perviven muchos arcaísmos en ambas lenguas. Se trata de un fenómeno habitual en las «hablas de frontera», según explica Vicent Beltran, profesor de Filología Catalana de la Universidad de Alicante (UA) y coautor con Carles Segura del estudio dialectológico «Els parlars valencians». Las zonas periféricas, explica, «se mantienen al margen» de las innovaciones lingüísticas que surgen en «los centros de difusión cultural».

En el caso del valenciano, eso explica la pervivencia de «formas más antiguas», junto con «más aragonesismos y castellanismos». El fenómeno, que resulta «muy atractivo para los lingüistas» por las particularidades léxicas y gramaticales, se observa bien en el extremo meridional. Así, en Guardamar se dan arcaísmos como «maití» -y no «matí»- para referirse a la mañana. En Crevillent, por su parte, se utiliza «entregue» en lugar del más habitual «sencer» para aludir a algo entero, junto con expresiones en desuso en la Comunidad Valenciana pero sí muy vivas en otros territorios de habla catalana, como «bell» para enfatizar («Al bell mig»). A eso se le añaden castellanismos muy arraigados en el habla cotidiana y típicos de esta área, como «llímpio», «sacar» o «llevar» con idéntico significado que en castellano.

Como no podía ser de otra forma, estas particularidades son muy valoradas por el profesorado de Valenciano, que intenta que pervivan en el habla local a la vez que se enseña la lengua estándar. Así, en el IES Macià Abela de Crevillent se viene haciendo una recopilación de palabras y expresiones propias de la localidad y se trabaja con ellas en clase, animando a los alumnos a estudiarlas. Las docentes Conxa Guilabert y Gloria Candela -la primera, además, directora del centro- señalan que «son palabras que los más jóvenes desconocen en muchas ocasiones, pero que los mayores utilizan». Entre ellas hay algunas muy características, como el aragonesismo «ababol» (amapola) y el mozarabismo «mosseguello» (murciélago), o localismos como «fornala» (que ni aparece en los diccionarios y significa chimenea) o «xollar», cuya traducción literal al castellano sería esquilar pero que en Crevillent ha derivado en «cortarse el pelo» y es un término de uso totalmente habitual.

En las clases se incide en la diferenciación entre el estándar y los localismos, resaltando «la gracia del habla de Crevillent» y en que «muchas de esas palabras son totalmente correctas», como «ans» o «denans» («abans», antes), o «catxapet», cría del conejo. «Es un trabajo diario, pero que gusta mucho a los alumnos», según afirman Guilabert y Candela, porque «los estudiantes identifican este léxico con el habla de sus abuelos» y, por extensión, «crea identidad, porque hace ver que Crevillent tiene una riqueza» en este aspecto. Al mismo tiempo, se explican en clase «los catalanismos que hemos dejado en zonas vecinas» como la Vega Baja.

Entre «lejas» y «marrajas»

Entre «lejas» y «marrajas»El habla valenciana desapareció del actual extremo sur de la provincia de Alicante en el siglo XVIII, pero su huella en el castellano de esta zona sigue siendo innegable. La niebla es «boria», balancearse es «agrunsarse», un cubo es un «pozal», no hay algarrobas sino «garrofas», sacudir el polvo es «espolsar», los líquidos se almacenan en «marrajas» y no en garrafas, y en las alacenas no hay estantes sino «lejas». Términos de una inequívoca procedencia valenciana que, sin embargo, no todo el mundo conoce.

Carmen Abadía, vecina de Catral y profesora de Música, considera que, en general, «no existe en la Vega Baja una conciencia de que muchas palabras de uso habitual son valencianas», aunque en el ámbito académico sí es un fenómeno muy estudiado. En su opinión, «mayoritariamente la gente no es abierta hacia el valenciano» y lo achaca justamente a la existencia de una frontera emocional que aquí sí se hace notar: «Se vive de espaldas a los territorios valencianohablantes vecinos, y a la vez en ellos se asienta la sensación de que éste es ya un lugar diferente», culturalmente ajeno, lo que a su juicio impide evitar ese distanciamiento. Para Abadía, ese valenciano fosilizado en el castellano de la Vega Baja «es más fácil que se convierta en un elemento de reivindicación identitaria cuando se está fuera que aquí», porque se convierte en una singularidad diferenciadora.

En el Medio y Alto Vinalopó, el habla castellana de varias localidades es una consecuencia de la repoblación posterior a la expulsión de los moriscos, como en la «isla» que conforman Aspe y Monforte del Cid, o en Elda, que además está físicamente unida a la valencianohablante Petrer aunque en el aspecto cultural sus diferencias son más que palpables. También Salinas perteneció históricamente al Reino de Valencia, pero no así Villena y Sax, que siempre fueron castellanas y se incorporaron en 1836 a la ya creada provincia de Alicante.

Sin embargo, siempre existió un vínculo con los territorios vecinos, por ejemplo «a través de las Fiestas, entre Sax y Petrer», tal y como recuerda el cronista oficial sajeño, Vicente Vázquez. La vecindad también propició movimientos migratorios, e incluso «Sax sirvió de refugio a valencianos en determinados momentos, como en las Germanías». Una relación que también fue lingüística: Sax y Villena nunca hablaron valenciano, pero aún a día de hoy el habla de ambos municipios está llena de catalanismos.

María Ángeles Herrero, doctora en Filología Catalana por la UA, es coautora junto con Francisco Chico Rico de un «Diccionario sajeño» que recoge 1.600 palabras características de la localidad, las cuales esta obra «dignifica». Entre ellas no sólo hay catalanismos -similares a los de la Vega Baja, junto con otros como «llus» o «empastrá»-, sino también aragonesismos, mozarabismos y arcaísmos castellanos. De las primeras, señala que «las tenemos tan arraigadas que no pensamos que procedan del valenciano», pero son la prueba de que «la influencia sigue ahí y permanece». La investigadora sajeña cree que «al no haber sido históricamente un pueblo valenciano, esto nos hace especiales», aunque al mismo tiempo recuerda que «estamos rodeados de localidades valencianohablantes», por lo que esa interacción lingüística resulta «lógica».

Valenciano en tierra murciana

Valenciano en tierra murcianaLa presencia del valenciano se extiende hacia el oeste en el Vinalopó Medio hasta traspasar los límites autonómicos. Esta lengua se habla en varias aldeas en el Carche, junto a Pinoso pero ya en los municipios murcianos de Yecla, Jumilla y Abanilla. Para los pinoseros, esta zona es sentida como una continuidad del municipio, por la proximidad y la relación, según destaca el alcalde, Lázaro Azorín: «Son nuestros vecinos y hay familias repartidas entre los dos lados». Además, «aunque administrativamente dependan de Murcia, su vida comercial, social y cultural la hacen en Pinoso». En este sentido, señala, «son muy pinoseros a la vez que yeclanos, jumillanos o abanilleros».

La afinidad en la lengua contribuye mucho a ello y crea un nexo por encima de lindes y siglas políticas: «Nos sentimos orgullosos de lo que compartimos», dice Azorín. Arturo Navarro y Etelvina Vidal, vecinos de la pedanía yeclana de Raspay, corroboran esa sensación de doble pertenencia desde ópticas distintas. Ella dice sentirse «más valenciana que murciana» y critica que la lejanía respecto a Yecla implica un cierto olvido, mientras él afirma que «tenemos conciencia de ser de Yecla y allí nos miran mucho», pero «en el día a día vamos más a Pinoso al estar más cerca».

Curiosidad en toda la Comunidad y en Cataluña por el habla del Carche

La presencia del valenciano en el Carche, y por extensión en Murcia, despierta curiosidad en todos los territorios de habla catalana, hasta el punto de atraer visitantes. Arturo Navarro, que regenta un restaurante en la aldea de Raspay, destaca que «viene mucha gente por la extrañeza de que en una pedanía de Yecla se hable valenciano». También Etelvina Vidal comenta que «aquí han venido muchos periodistas catalanes» para comprobar el hecho: la lengua se habla en territorio murciano. La Cañada del Trigo, la Torre del Rico y la Cañada de la Leña son otros de estos núcleos valencianohablantes donde la lengua, según recuerda el alcalde de Pinoso, Lázaro Azorín, «se ha mantenido hasta hoy gracias a la tradición oral». En el Centro Cultural de la localidad se puede ver la exposición permanente «El Carxe: territori de frontera», que refleja esta particularidad lingüística y cultural. Éste es uno de los confines occidentales de la lengua catalana, lo que incrementa aún más esa curiosidad por conocer el lugar, tal y como recuerda el primer edil pinosero, que alude también a la visita de algunas autoridades políticas catalanas. «El valenciano es parte de nuestro patrimonio y queremos seguir transmitiéndolo», afirma Azorín. El principal problema ahora, sin embargo, es la despoblación que afecta al Carche. Como señala Pedro, un vecino de Raspay de edad avanzada, «en el campo no hay salida; ni la viña ni la almendra, y eso hace que los jóvenes ese vayan».