Cristhian se levanta pronto, echa a un lado sus pesares y se enfunda la mascarilla para salir a la calle. Es uno de los cientos de voluntarios que copan anónimamente las calles de la ciudad para ayudar a quienes lo necesitan, que son muchos, más de los que se dicen, demasiados.
Cristhian llega a casa tras una larga jornada de reparto de comida y productos de primera necesidad a sus vecinos y se quita la mascarilla. Vuelve a su realidad, una situación que nada dista de a quienes ayuda. Un drama mayúsculo, suya es la historia de una aventura en busca de una vida mejor, un desembarco desde Paraguay convertido en viaje a ninguna parte desde que él y su familia pusieron pie en Alicante, sólo tres días antes de que se decretara el estado de alarma por la pandemia del coronavirus.
Tras meses y meses barajando opciones y viendo cómo Paraguay les cerraba una y otra vez las puertas del progreso, la familia Brittez decidió salir de Encarnación, la ciudad de toda su vida, en busca de un futuro digno. Siete integrantes, nada menos, con una mochila llena de esperanza. Nada hacía presagiar que a los tres días de establecerse en Alicante iba a llegar la mayor pandemia del siglo XXI. «Nos ha tocado vivir esto», explica con una serenidad pasmosa Cristhian, uno de los hijos de la familia.
Afincados las dos primeras noches en el hotel Maya, tuvieron que dejar el complejo ante el futuro inminente que llegaba. «No podíamos gastarnos todos los ahorros ahí y gracias a Dios pudimos encontrar una casa en alquiler en la que meternos todos para pasar la cuarentena dignamente», recuerda. Así, sin ver de cerca el mar siquiera, pasaron de estar encerrados en una habitación de hotel a estar siete personas en un piso de unos 80 metros cuadrados. Y sentirse afortunados.
«Después de 500 llamadas encontramos una casa que estaba disponible y allá que fuimos», cuenta Cristhian. No fue tarea fácil porque no les había dado tiempo a empadronarse ni a tener documentación alguna. Sin embargo, consiguieron quedarse con varias garantías y algún que otro pago por adelantado. San Blas les acogía con los brazos abiertos.
Nada más llegar, Cristhian vio un anuncio en la portería del edificio. Y no dudó en llamar. Se buscaba ayuda para repartir comida, comprar medicamentos y asistir a todo aquel vecino del barrio que necesitara ayuda en los días tan duros que se avecinaban. «Yo ya ayudaba en Paraguay, colaboré en una fundación durante cinco años», explica Cristhian. Le cogió el teléfono Patri González, la promotora del movimiento vecinal en San Blas, y comenzaron a ayudar gracias a las donaciones de algunas empresas y comercios del barrio y a una solidaridad que no les cabe en el pecho.
A los tres días, Cristhian se dirigió a Patri y le preguntó: «¿Se puede ser voluntario y a la vez beneficiario?». Patri, obviamente, respondió que sí. «No había más que hablar. Seguimos trabajando y entregamos comida lunes, miércoles y viernes por todo el barrio», cuenta Patri. Primero crearon un grupo en Telegram para coordinarse y pidieron identificación para que nadie se colara con «malas intenciones». «Empezamos a repartir los menús que preparaba el CdT, después también donaciones de la Guardia Civil, Policía Nacional y siempre con la ayuda de la carnicería El Pinoser o el Dialprix», explica una Patri que, como muchos de los voluntarios, está en el paro y mira con incertidumbre el futuro. El cuartel general solidario lo ha instalado en el local de su filà y cuenta con más de 50 voluntarios.
Gestos solidarios
«Fue muy importante que Patri me dijera que sí, tenemos algo de dinero ahorrado pero no sabemos cuándo podremos volver a ingresar», cuenta Cristhian, que en Paraguay era administrativo en un hospital. «Es un país con mucha corrupción, un 20% de la población vive muy bien a costa del trabajo que hace el otro 80%, en malas condiciones y ganando muy poco, es un país rico, pero mal administrado».
Así ha pasado los dos últimos meses Cristhian, ayudando y esperando que la normalidad llegue de nuevo. «Fue una alegría inmensa poder ayudar y, además, he podido salir a la calle cuando nadie lo hacía, se ha hecho más llevadero el encierro», revela. Sus padres, su hermano, su hermana, su cuñado y su sobrina ansían conocer Alicante, una ciudad acogedora de buscadores de sueños desde casi su creación y que lleva dos meses en deuda con Cristhian Brittez, un joven paraguayo que nada tiene y todo da.
Banco de Cuidados o la imprescindible ayuda vecinal
Banco de Cuidados o la imprescindible ayuda vecinalLa pandemia del coronavirus suscitó un movimiento vecinal por todo Alicante sin comparación. Una red de voluntarios surgida de manera espontánea en cada uno de los barrios de la ciudad. «Todo fue por ayudar, para dar una respuesta desde abajo», cuenta Sento Oncina, uno de los impulsores. «Realmente el Banco de Cuidados ha servido para coordinar todas estas ideas vecinales y para atender a las tantas personas que necesitan ayuda en Alicante», prosigue Oncina. «La reacción del Ayuntamiento es lenta, hay demasiada burocracia, los trámites duran dos semanas y en ese tiempo la gente tiene que comer», confiesa. Además, Oncina recuerda que con el paso de las semanas la demanda aumenta: «Hay testimonios tremendos y no tiene visos de mejora la situación».
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