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El síndrome que afecta al PP

La renuncia de Rafa Candela a seis meses de las municipales y autonómicas evidencia la desconfianza popular en los resultados electorales

¿Qué hubiera dicho la dirección del PP si en las filas socialistas se hubiera registrado a seis meses de unas elecciones municipales y autonómicas la dimisión de uno de los altos cargos del partido destinados a controlar toda la campaña para esos comicios? Con toda seguridad, los «jefes» populares habrían argumentado que la caída de un dirigente político de ese calibre a las puertas de unas elecciones era la prueba del nueve de la debacle a la que se asomaban en el PSPV. Ocurre, sin embargo, que eso es lo que le ha ocurrido ahora precisamente al PP. La renuncia por sorpresa a todos sus cargos de Rafa Candela, coordinador provincial y el hombre de confianza de José Císcar en el control del «aparato» del partido en Alicante, evidencia la desconfianza que se ha extendido entre los notables populares sobre el resultado de las próximas elecciones municipales y autonómicas. Existe a estas alturas, de hecho, una sensación generalizada entre altos cargos del PP: darle la vuelta a la batalla por la Generalitat se ha puesto prácticamente imposible. Y ya centran la mayoría de sus esfuerzos en intentar ganar terreno en los municipios, que se puede convertir en el último asidero de los populares para intentar «vender» que, pese a todo, registran un cierto avance. No en vano, la dirección provincial del PP tiene cerrados casi todos los candidatos municipales de las ciudades de más población -faltan apenas cuatro por concretar, entre ellos Orihuela- para que se pueda lanzar una campaña desde lejos. Es casi lo único a lo que se aferran en el PP.

No estoy diciendo que Candela se marche solo por ese escenario a pesar de que se trata de una decisión que acaba generándole un problema gravísimo a Císcar, que contaba con su coordinador para la complicada «fontanería» de las listas de los 141 municipios y para poner en marcha la campaña electoral. En la renuncia a su carrera política de este joven concejal de Crevillent y coordinador del PP en la Diputación, de 38 años y desde 2003 como cargo público, han influído elementos de corte personal. Pero, evidentemente, el presidente provincial del PP hubiera tenido más argumentos para retener a Candela -lo ha intentado hasta el último minuto- si las expectativas de las urnas les permitieran volver a hacerse con el Consell, contar con una ventaja clara en los municipios y mantener sin problemas el gobierno de la Diputación, que pende en estos momentos de un hilo y con una correlación de mayorías que se va a decidir por uno o dos escaños en partidos judiciales que ya están muy identificados para esa pugna. Lejos de retener a Candela, de hecho, Císcar tiene graves dificultades para encontrar un suplente de garantías para un puesto clave en el engranaje del organigrama de los populares.

Así que, en estos momentos, en el PP ya saben que el «efecto» de Pablo Casado y la radicalidad del mensaje de Isabel Bonig del que el presidente de la Diputación, César Sánchez, se ha convertido en un alumno aventajado, no se ha traducido, ni mucho menos, en una mejora electoral. Todo lo contrario. Hasta el punto de que están más preocupados por la posibilidad de que Ciudadanos les pase o por frenar a Vox, con unos vaticinios demoscópicos todavía muy limitados pero que pueden afectar a los populares en el reparto de los últimos escaños de cada circunscripción. Poca broma. Y solo hay que ver los mensajes que deslizan dirigentes alicantinos del PP durante estos días en las redes sociales a cuenta de las elecciones andaluzas, convertidas en un laboratorio al que todos miran. No hablan de intentar superar a los socialistas. Solo se centran en el voto útil para aguantar el tirón en la pugna por la hegemonía del bloque de la derecha. Poca confianza. El síndrome del PP.

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