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César Sánchez se viste de Casado

Ha radicalizado en los últimos días el tono de su discurso contra el Consell, agita todavía más el anticatalanismo y el rechazo a la promoción del valenciano y evidencia que Alicante es el eje de la batalla electoral del PP

César Sánchez durante un acto reciente en la Diputación. información

Hace tres años y medio, cuando César Sánchez alcanzó la presidencia de la Diputación gracias al único voto de Ciudadanos que entonces representaba el ahora tránsfuga Fernando Sepulcre, la sensación generalizada era que llegaba al Palacio Provincial un dirigente político moderado, de talante dialogante, capaz de llegar a acuerdos con una administración autonómica que conocía a la perfección por su etapa junto a Francisco Camps en la Generalitat y con un proyecto para la provincia claramente definido. A punto de terminar el mandato, sin embargo, tenemos a un César Sánchez incapaz de alcanzar ningún tipo de acuerdo con el Consell, instalado en el pico de mayor radicalidad de su etapa en la Diputación e imbuido por completo de un tacticismo electoral que le convierte, a día de hoy, en uno de los últimos asideros a los que se aferra la estrategia del PP para salvar los muebles en la doble cita de los comicios municipales y autonómicos de 2019.

Como máximo mandatario de la institución provincial, César Sánchez tiene legitimidad para marcar su terreno, diseñar su propio discurso político, defender la institución como considere conveniente e incluso, a pesar de los reproches que le lanzó la vicepresidenta Mónica Oltra, generar una oposición y un contrapeso al ejecutivo de izquierdas de la Generalitat. Y mucho más si desde València se lo ponen tan fácil facilitándole balas un día sí y otro también para «venderse» como víctima de una operación para borrar del mapa a la Diputación. Otra cosa, sin embargo, es el ventajismo que utiliza César Sánchez para arrogarse una serie de argumentos políticos -algunos de ellos irresponsables y otros directamente falaces- con los que el presidente de la Diputación se ha terminado de vestir con el traje radical de Pablo Casado en esa particular competición entre el PP y Ciudadanos con el marcaje de Vox para determinar cuál de todos llega a ser más de derechas que su adversario.

La semana empezó con César Sánchez equiparando al presidente de la Generalitat, Ximo Puig, y a Oltra nada menos que con Donald Trump por la política de promoción del valenciano que comparó con el muro que el presidente norteamericano quiere construir en la frontera con México. Un despropósito y una astracanada de gran calibre. Una irresponsabilidad para un político que debe conciliar una provincia tan diversa con comarcas de predominio valencianoparlante y otras castellanoparlantes como la Vega Baja. Un discurso contra la política lingüística que, con toda seguridad, César Sánchez no se atrevería a reproducir en ese mismo tono ni en la Marina Alta -la comarca por la que es diputado- ni siquiera en las calles de Calp, población de la que es primer edil.

No se quedó ahí la cosa, el miércoles, durante el pleno de la Diputación, se dedicó, en la misma línea, a agitar el anticatalanismo, hilo argumental de su jefe Casado y también de Isabel Bonig. «En las próximas elecciones está en juego continuar siendo la Comunidad Valenciana o una comarca de Cataluña», lanzó Sánchez. Puro artificio para la campaña electoral. No somos Cataluña. Ni para lo bueno ni para lo malo. Después de esos comicios de 2019, esta Comunidad, llegue el gobierno que llegue, seguirá siendo la misma y continuará con los problemas que ahora arrastra: falta de financiación, dificultad para su vertebración territorial, un acuerdo que saque de una vez el conflicto lingüístico de la batalla política... Pero es que, además, a César Sánchez no se le ocurrió otra cosa que poner en marcha un comité para defender a la provincia -sería bueno saber que diría el PP si crearan algo así los independentistas en Cataluña- supervisado por los dos vicepresidentes de la Diputación de discurso más duro: Carlos Castillo, que saldó esta semana un debate en la institución reproduciendo el himno de la Guardia Civil y que está en el epicentro de todas las batallas con la Generalitat; y Adrián Ballester, el ideólogo del pretencioso término «gobierno provincial» en el que se ha envuelto el equipo provincial del PP. Coordinarán un equipo de juristas de la Diputación. ¿Los técnicos provinciales se van a dedicar ahora a preparar estrategias contra la Generalitat cuando su labor es atender a los municipios? Flaco favor se hace así a la defensa de la corporación al margen de entregar munición a los que piensan que se usa con fines partidistas.

Y la guinda. César Sánchez criticó el jueves al Consell por celebrar el día de la Constitución en Alicante cuando, en su opinión, propone debates al margen de la Carta Magna. Olvida que la celebración institucional del 6 de diciembre en la provincia fue un acuerdo de este gobierno en su primer año de mandato. Cuando el PP estaba en la Generalitat ni siquiera se festejaba la jornada o se hacía de «tapadillo» en València. Piensa el presidente de la Diputación que radicalizar el mensaje situa la ficha electoral de su partido en la provincia. Es cierto en parte. No hay otro territorio en el que alguna de esas cuestiones pueda encontrar más eco. Y, además, que todo eso le coloca en la carrera por el liderazgo del PP -en círculos populares se le coloca también con escaño en la lista a las Cortes- ante un posible fracaso de Bonig. Pero también es verdad que ponerse ya definitivamente la careta de Casado le enfrenta a dos grandes riesgos. Primero. Las encuestas, al menos las que se han publicado hasta ahora, no parecen premiar ese discurso tan agresivo del nuevo líder nacional del PP. Todo lo contrario. Y segundo. ¿Qué podrá presentar como balance de mandato el presidente de la Diputación cuando finalice dentro de seis meses más allá de frases ocurrentes? Un proyecto y un liderazgo casi nunca se consolida sólo por oposición. Ese es el problema de César Sánchez.

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