Aquellos que reprochaban a Narcos que, desde la muerte de Pablo Escobar, no tenía un villano del carisma de aquél, ya se pueden ir preparando. Durante su segunda temporada, el spin off ambientado en México de la serie ha empezado a preparar el camino para el ascenso al poder del que fue el otro enemigo público número uno en la guerra de Estados Unidos contra el narcotráfico, el Chapo Guzmán. Pero que nadie se lleve a engaño. La historia sigue centrada en la figura de Felix Gallardo (Diego Luna). De hecho, si la primera temporada cuenta cómo llegó a la cima en el control de los cárteles, en la segunda asistimos a las circunstancias que propiciaron su caída. Las otras bandas van notando cómo su poder se tambalea y empiezan a maniobrar para intentar llenar ese vacío, en lo que todo parece que va a ser una guerra mucho más cruenta que las luchas por el trono de hierro en Juego de Tronos.

Desde el inicio de la serie y casi en la sombra, ha estado siempre El Chapo. El actor Alejandro Edda es el que se encarga de interpretarle y, para prepararse para el papel, llegó a asistir a algunas de las sesiones del juicio en Nueva York. En la primera temporada, lo veíamos como un servicial chico de los recados intentando llamar la atención del patrón y dispuesto a hacer los trabajos que le encarguen. Acumulando méritos, al final de la última temporada ya ha conseguido tener su propio cártel. El resto es historia. Ahora falta saber si Netflix está interesado o no en hacer nuevas temporadas de Narcos, ya que la plataforma es muy dada a ir prescindiendo de títulos para poner en marcha otros nuevos. En la plataforma, ya hay otros títulos dedicados a su figura. Entre ellos, una serie coproducida con México y que se titula El Chapo y el documental de Kate del Castillo sobre su relación con el narcotraficante. También tenemos El Chema, producción mexicana que reinventa la vida del narco con un nombre imaginario que da título a la serie. Algo que también ocurre con la miniserie que lleva el explícito nombre de Capo, el amo del túnel. Que Netflix siga adelante o no con la historia de Narcos, dependerá de los números que hagan y si la figura de El Chapo les sigue siendo rentable.

También es injusto que recordando el carisma del personaje de Pablo Escobar, mucho se olviden del papel que hace Diego Luna y para el que seguro que se inspiró en el Michael Corleone de Al Pacino en la mítica El Padrino. Félix Gallardo fue la persona que unificó a todos los cárteles y que abrió las rutas de distribución en el país a la cocaína de Pablo Escobar que subía desde Colombia a Estados Unidos. Un expolicía metido a narco que, al principio, tenía claro que, para no tener a sus excompañeros husmeando, había que alejarse de lo que hacen otros delincuentes. Elegante, de trato afable y que nunca se ve a sí mismo como una persona malvada, aplicándose el lema de "negocios son negocios". A lo largo de estas dos temporadas, hemos visto cómo usaba la violencia como medida extrema para mantener la obediencia de sus súbditos a través del miedo. Cuando se le va la mano, se precipita su caída. La temporada arranca con las consecuencias del error que marca el inicio de su declive: la muerte del agente federal estadounidense Kiki Camarena (Michael Peña). Aunque será otro crimen mucho más horrible, el que le asesta el golpe definitivo en el episodio final.

Narcos México ofrece un tapiz mucho más ambicioso que el que nos mostraba su precedente colombiano. La aparición por sorpresa de personajes de la serie anterior en breves cameos ha seguido durante la segunda temporada, para reforzar la unión entre ambas. No todo el peso de la acción recae en Diego Luna, sino que hay un amplio abanico de personajes secundarios que enriquecen la trama. El ascenso del Chapo, esa mujer que parece inspirada en La reina del sur de Pérez Reverte queriendo su pedazo del pastel, delincuentes que tienen su propio código de honor y se ven a sí mismos como una especie de Robin Hoods modernos. Y sobre todo, la corrupción política que, en mucho casos, ha amparado las actividades de estos grupos criminales. La serie no se aventura a dar nombres reales, por lo que crea personajes ficiticios para encarnar los entresijos de las corruptelas del poder.

Otro de los pilares del reparto es Scoot McNairy como el agente de la DEA Walt Bresslin, que encabeza esa especie de escuadrón de agentes infiltrados que tenían como misión hacer que los responsables de la muerte de Camarena pagaran. Suya era la voz en off de la primera temporada que hacía las veces de narrador. En la segunda, sigue contándonos la historia, pero vemos por primera vez a su personaje al incorporarse a la misión. El actor parece haberle cogido el punto a esos personajes con un punto de perdedores y maltratados por la vida, como en Halt and Catch Fire, la tercera temporada de True Detective o el western Godless. Bresslin parece abocado a perder muchas de las batallas en una guerra difícil de ganar, donde no sólo tiene un enemigo físico y tangible, sino también otro invisible que se mueve en las altas esferas y que no va a poder tocar.

Después de la tercera temporada de Narcos, centrada en el ascenso y caída del cartel de Cali, la serie parecía haber llegado a su final, pero usaba las últimas escenas para ir trasladando la acción a México. En este nuevo escenario, la serie ha retrocedido unos años en la trama y ha cogido aire. Aunque las andanzas de Félix Gallardo parecen haber llegado a su final, su caída ha liberado a otros monstruos que estaban sujetos por su mano de hierro. Si Netflix y el productor Tim King quieren, hay historia para largo.