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El Puerto tiene un problema y la ciudad de Alicante, también

Casi 50 años después de que los muelles perdieran la carrera de los contenedores, que se concentraron en el Puerto de València, Alicante sigue incapaz de definir su modelo como una urbe turística pegada a los muelles

El Puerto tiene un problema y la ciudad de Alicante, también

Años 90, durante un café de esos interminables con el entonces presidente del Puerto de Alicante, Ángel Cuesta, me confesó, «el Puerto perdió la carrera de los contenedores hace 25 años». Precisamente, la aseveración llegaba del responsable de la Autoridad Portuaria de Alicante que, meses después, derribaría, sin consultar a nadie (quizá por aquello de evitar interferencias), el edificio de la antigua Comandancia de Marina para dar paso a la apertura de los antiguos tinglados fruteros a la ciudad, donde hoy está la celebrada zona Volvo con paseo volado incluido.

Casi 25 años después de esta afirmación, los muelles alicantinos van de polémica en polémica mientras la infraestructura acentúa su condición de dársena de segunda categoría cuya máxima aspiración es convertirse en un apéndice del Puerto de València porque nadie ha apostado por definir su modelo y, por lo tanto, trata de combinar el ocio y la industria en un ejercicio malabar imposible de completar, como se ve iniciativa tras iniciativa.

¿Quién tiene la culpa?¿El Puerto por intentar seguir los guiones clásicos del sector? ¿El Ayuntamiento que permitió la expansión urbana por el sur de la ciudad sin pararse a pensar que enfrente de las viviendas tenía un Puerto con chimeneas y grúas? ¿Los vecinos que se fiaron del promotor de turno y compraron sus pisos pensando que las vistas iban a ser a una bahía como la de la isla de Capri?

Esas son las preguntas que hay que aclarar ahora a una ciudad que vive inmersa en la contradicción permanente de querer combinar dos actividades portuarias incompatibles (ocio e industrial) sin enterarse de que su Puerto ya no es aquel del que salían los vapores - hoy habría hasta quien lo cuestionaría por aquello del uso de combustibles fósiles- con destino a América, sino un puerto prácticamente encajado en una ciudad incapaz de definir qué modelo quiere que guíe su futuro.

Como no podía ser de otra forma (sentido común por una parte y elecciones a siete meses vista) el presidente Ximo Puig lo ha dejado claro al valorar la polémica tras conocerse la magnitud del proyecto para instalar una terminal para mover y almacenar millones de litros de combustible al año a 800 metros de viviendas y colegios. El Consell hará lo que digan los alicantinos, pero ya va siendo hora de que la sociedad alicantina se siente y se estruje las meninges para decidir por qué modelo de ciudad y Puerto apuesta.

Está claro que a estas alturas y con miles de viviendas pegadas al Puerto, actividades como la fabricación de biodiésel, el movimiento de millones de litros de carburante (en la vecina Cartagena no es lo mismo porque existe un puerto, Escombreras, donde se canaliza el movimiento de hidrocarburos y gas licuado y otro para los cruceros) no es lo más aconsejable para una ciudad que no se cansa de reinvindicar su condición de turística. Ahí reside la cuestión.

En el consejo de administración de la Autoridad Portuaria no solo se sientan técnicos y miembros de la comunidad portuaria. Una de las sillas está ocupada, por ejemplo, por el alcalde de Alicante, hoy Luis Barcala, con competencias urbanísticas para decidir qué se autoriza en los muelles. Otra, la del edil de Compromís Natxo Bellido, representante propuesto por la Generalitat, que es, además, la que elige al presidente del Puerto. Tras ponerse de perfil en el primer momento, el primer edil ha reaccionado (en las elecciones de mayo de 2019 se la juegan todos) y apuesta por crear una mesa de trabajo para decidir qué queremos para el Puerto y para la propia ciudad, que debe dejar, por un lado, el discurso victimista, pero, por el otro, aportar ideas para decidir unas directrices conjuntas.

El Puerto ha tramitado la petición de la empresa de los depósitos como acto reglado de la Administración. Cierto que no podía impedirlo hoy, ¿o sí?, pues existe desde 1995 un documento publicado negro sobre blanco en el que las administraciones que firmaron el convenio para la salida de CLH se comprometieron a «en el futuro no debe haber instalaciones de almacenamiento y distribución de productos en el puerto de Alicante» (textual). Y, además, y esto es responsabilidad directa del Ayuntamiento de Alicante, existe un documento llamado Plan General de Ordenación Urbana, que en la ciudad de Alicante no se ha tocado, salvo alguna pequeña excepción, desde 1986. Instrumento en el que se decide qué hacer y qué no hacer en el planeamiento urbanístico de la ciudad del que el Puerto forma parte.

Cruceros, la mayor estación náutica del Mediterráneo, un macro acuario, contenedores, actividades industriales menos peligrosas... son propuestas que debe analizar la comunidad portuaria, el Ayuntamiento, la Generalitat, Puertos del Estado, la Universidad, vecinos, pero ya, sin mayor dilación, porque lo que es urgente es que al Puerto se le dote de actividades atractivas y rentables que ni lesionen los intereses de sus trabajadores, ni los de los vecinos del entorno.

Si el Puerto tiene un problema, Alicante tiene un problema.

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