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Los padres que no amaban a sus hijos

La mayor parte de los asesinos de niños en España son sus propios progenitores o miembros de su familia

Sentado frente a aquel trabajador de la construcción ebrio y drogado y vestido con ropa de trabajo manchada de sangre, el inspector de homicidios Raimundo Gómez hacía esfuerzos por domar su rabia y tratar de parecer amable y colaborador. Tenía que conseguir que aquel tipo de 35 años contara cómo había matado con una maza a su mujer y a sus dos hijos mientras dormían. «Se me fue la cabeza. Después de hacérselo a ella pensé: "de perdidos al río". Y los mandé al cielo».

Ya está. Las palabras de la confesión que tiene delante el hoy inspector jefe de Seguridad Ciudadana de la Comisaría de la Policía Nacional de Alicante son de una simpleza cotidiana que pone los pelos de punta. «Lo dijo con frialdad, pero conseguí que lo vomitara todo. Le dije "ahora puedes desahogarte", y empezó a contar todo lo que había hecho esa noche», recuerda Gómez. Han pasado 13 años de aquel parricidio grotesco en el que José María, de seis años, y Vicente, de dos, perdieron la vida junto a su madre, Teresa Asunción, de 33, porque José María Maciá, un padre de familia perfectamente normal, había recaído en sus adicciones y no se veía capaz de afrontar a su mujer reprochándoselo cuando subía a casa a romper la hucha para seguir de fiesta en un club de carretera. No fue el delirio de un enfermo lo que los mató; fue la ira del cobarde regada a manta con alcohol y cocaína. Una chispa separa la mediocridad que todos habitamos del inframundo.

Matar a un niño es quizá la última de las abominaciones en que podemos pensar y, cuando ocurren, nos refugiamos en el grueso manual de psicopatología para encontrar consuelo. Pero la realidad es más cruda: la inmensa mayoría de los autores son los propios padres o están en el entorno cercano y no están locos. Preguntamos a expertos locales quién es capaz de matar a un niño y por qué, cuando se cumple una semana del estrangulamiento del pequeño Gabriel Cruz a manos de Ana Julia Quezada, su madrastra y asesina confesa.

Anomalía en aumento

La cifra de homicidios de menores varía año a año, pero tiende a aumentar. Entre 1999 y 2016 se produjeron 207 muertes de este tipo en menores de 15 años en España, lo que arroja una media de 11,5 casos al año. Como se puede comprobar en el gráfico de la página siguiente, los cerca de 20 casos que se produjeron en 2011, 2013 y 2015 en el país hacen que la línea de tendencia vaya hacia arriba. La información procede de la Estadística de Defunciones según Causa de Muerte del INE, que ofrece el desglose de datos para niños desde su edición de 1999 y hasta el último periodo registrado, 2016.

Alicante, con su propensión a ser capital de los sucesos por la bomba sociodemográfica que contiene, participa en la estadística. En la provincia se han producido 17 homicidios de niños en los últimos 18 años. El dato permite decir que hay menos de uno al año, pero también que casi un 9% de los casos de este tipo que hay en España se registran en esta provincia. Afortunadamente, aquí la línea de tendencia no sube.

El parricida de Elche viene con nitidez a la memoria del inspector, pero durante la década que estuvo en el grupo de homicidios tuvo que vivir otras escenas dantescas. También en esta ciudad en 2002 -un año dramático en el que cinco de los 13 infanticidios que hubo en el país se cometieron en la provincia-, recuerda que Adela T.B., de 31 años, decapitó a su hijo de 22 meses con un cuchillo de cocina antes de autolesionarse con la misma arma. La separación que ella había propuesto a su marido unos meses antes la sumió en un estado semidepresivo que habría justificado el ataque a su hijo indefenso.

«En Alicante tuvimos otra situación parecida a la que afortunadamente se llegó a tiempo. Una mujer llamó diciendo que unos matones la habían maniatado e incendiado la casa con ella y sus dos bebés dentro. Pudimos rescatarlos y probar que lo había montado todo para llamar la atención de su expareja», relata el policía. Ocurrió en el barrio Ciudad de Asís en 2012. Los bebés, de 7 y 18 meses, sobrevivieron al enorme peligro al que fueron expuestos. «Ella trataba de llamar la atención de su marido, que estaba a punto de abandonar a su familia», recuerda.

Ya se intuye un patrón en los asesinatos de menores que relativiza el valor de la frase «no hables con extraños» como medida de precaución para los niños. En Alicante, donde parece claro, pero también en el resto de investigaciones, la línea de sangre metafórica es la primera pista que usan la Guardia Civil y la Policía para dar con el agresor cuando se producen asesinatos y delitos graves contra niños como secuestros o violaciones. «En este tipo de casos, los autores suelen pertenecer al entorno cercano. Los delitos sexuales se cometen en un 70% por hombres y podemos hablar de padres, tíos o primos, igual que los asesinatos. El maltrato, sobre todo el psicológico, es más frecuente entre madres», apunta José Manuel Moreno, investigador especializado en conflictividad juvenil del despacho de criminología madrileño Dacrim.

¿Locos?

¿Locos?Zoraida Esteve está molesta con los comentarios gratuitos que muchos periodistas y reporteros están dejando caer estos días en los telemaratones informativos del caso Gabriel. «Esta mañana había alguien diciendo que lo que ha pasado es "inexplicable". Y claro que tiene explicación, pero hay que hacer como les digo a mis alumnos en clase: quitaos vuestro cerebro porque la forma de pensar de estas mentes no coincide con la de quien razona de una manera normal. Pero eso no significa que una persona capaz de hacer algo así esté enferma», apunta la criminóloga del centro Crímina de la UMH.

Los expertos saben que la gente quiere escuchar la palabra «psicópata» seguida del nombre del autor o del sospechoso, pero ofrece un dato que deja a las claras que es un deseo que quiere evitar una realidad más difícil de digerir: «Sólo el 10% de los asesinatos de niños los cometen personas que han sufrido cambios estructurales en el cerebro. El 90% de ellos no tiene atenuantes de tipo mental».

Como José Bretón, un padre infeliz y atemorizado por el posible abandono de su mujer, que decidió a finales de 2011 vengarse de ella drogando para después quemar en una pira a sus hijos Ruth y José, de seis y dos años. Los peritos lo consideraron cuerdo. Tampoco Rosario Porto y Alfonso Basterra, padres, y asesinos según sentencia firme, de su hija adoptiva Asunta, de 12 años, fueron declarados enfermos mentales. Ana Julia Quezada, autora del crimen de Gabriel Cruz, ha sido considerada como una persona «egocéntrica, fría y posesiva» por los investigadores de la Guardia Civil sin mencionar delirio alguno.

Esteve ve en Quezada una personalidad similar a la de Bretón y rechaza a priori que esté enferma. «Necesitaría una entrevista con ella y usar la escala de verificación de la psicopatía, que funciona muy bien, para asegurarlo, pero esta mujer aunque puede tener algún rasgo psicótico no está loca. Muestra falta de empatía, falta de arrepentimiento, se mueve por interés propio y por lo que se conoce de su vida parece que ha ido aprovechándose de los demás y quitándose de en medio lo que le molesta», añade la perfiladora de Crímina.

¿Por qué?

La explicación que encuentran los expertos a estos actos que van en contra del extendido instinto de protección de las crías es inquietante. Este tipo de autores son personas con la misma capacidad de diferenciar el bien y el mal que el resto de personas cuerdas, con la diferencia de que, como por otra parte ocurre con terroristas o delincuentes del crimen organizado, no les importa cruzar la línea movidos por sus legitimaciones propias. Anteponer el interés personal sobre cualquier otra cosa ayuda a «cosificar» a la persona que obstaculiza el camino y a convertirla en un objeto que desplazar de forma necesaria. Este proceso es imprescindible para superar la inhibición de la agresividad que naturalmente provocan los niños.

En el caso de Níjar, Quezada eligió acabar con Gabriel quizá «porque era el vínculo que mantenía unido a su pareja y a la madre del niño», como explica Esteve, o que «sintiera celos de su relación con él», en interpretación del experto de Dacrim. En cualquier caso, «es una variable que no puede controlar, porque no es su hijo, y decide eliminarla», especula Esteve, en línea con las hipótesis que han trascendido de la investigación.

Aún no se conoce el móvil de este crimen. Tampoco se ha logrado cerrar el caso de Asunta sabiendo por qué decidieron matarla sus padres adoptivos. Según el exinspector de homicidios de la Policía Nacional, los asesinatos de niños en los que estos son la víctima principal y no un daño colateral de un ataque mortal dirigido a un adulto son una rareza dentro de la propia excepción que supone el infanticidio. «Lo que yo he conocido es que son prolongaciones de un asesinato. No he tenido casos de otro tipo», apunta.

Medea y la realidad

Hace unos 2.500 años, el dramaturgo griego Eurípides plasmó en Medea una atrocidad cuyos desencadenantes siguen instalados en la condición humana. En venganza por haberla abandonado por otra mujer y haber sido desterrada, Medea mata a los hijos de Jasón porque era lo que más daño puede hacerle. El síndrome que lleva su nombre se utiliza en Criminología para describir infanticidios como castigo a la expareja: Bretón interpreta el papel a la perfección en esta versión contemporánea de la tragedia.

El rechazo y el odio hacia un hijo también puede convertirse en un homicidio con agravante de víctima menor de 16 años. Algunos padres buscan «paz y liberación» mediante el crimen cuando esos sentimientos se han apoderado completamente del progenitor, quien necesita «solucionar el estado de ansiedad o frustración que le provoca la decepción con el estilo de vida o la crianza del niño», en opinión de Moreno.

En otros casos, donde podría encuadrarse la decisión de «mandarlos al cielo» del ya fallecido autor del triple crimen de Elche, se podría aplicar la teoría «del salvador o el ángel guardián de sus hijos» que describe el criminólogo. El nivel de penurias económicas o morales que el agresor cree que van a pasar hace que «decida liberar a sus hijos quitándoles la vida, entendiendo que les está haciendo un favor». Todos estos procesos, aunque extremos y aberrantes, son racionales.

Que el mundo no es un lugar seguro es un hecho. Pero la saturación informativa que padecemos y la repetición de casos tan mediáticos como el de Gabriel Cruz hacen que algunos sucesos parezcan más reales y frecuentes que otros. Y lo cierto es que, aunque es preocupante que las cifras de los homicidios de menores crezcan, no dejan de ser una anomalía. En España, que un menor de 15 años muera a manos de otra persona tiene una probabilidad menor a dos casos entre un millón.

El inspector jefe de la brigada insiste en la idea al término de la entrevista: «Los casos en que los niños son víctimas de asesinato u otros delitos graves son anecdóticos, y los que se producen suelen ser por venganza o daño colateral dentro de la familia: Un niño puede caminar perfectamente 100 metros solo hasta la casa de un amigo o familiar», cuenta, en referencia al trecho que une la casa de la abuela de Gabriel de la de sus primos en Níjar en el que supuestamente habría desaparecido o sido secuestrado por desconocidos.

Además, la preocupación o la desconfianza que genera en los padres el bombardeo amarillista cala entre los menores, porque choca con la máxima que han recibido de confiar en las personas mayores en general y siempre en los de su entorno. «Hay que transmitirles confianza, no ocultarles que estas cosas pasan pero reiterar que es muy excepcional», señala Cordelia Estévez, profesora de Psicología en la UMH y colaboradora de Crímina.

Recomienda a los adultos, eso sí, estar atentos a la señales que pueden revelar que el niño está sufriendo algún tipo de abuso o acoso por parte de un adulto. «Hay que diferenciar entre la antipatía que le pueda provocar alguien y el miedo a esa persona. Él no va a detectar las amenazas y quizá tampoco a entender qué pasa si ocurre algún abuso, pero puede mostrarlo con cambios de actitud bruscos, agresividad o incluso aislamiento», explica la psicóloga especializada en víctimas infantiles.

Y, aunque sea cierto que existen padres que no aman a sus hijos, también conviene recordar que la inmensa mayoría de ellos también son capaces de matar, pero por ellos.

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