La cadena de precios de la huerta a la mesa se multiplica con porcentajes y márgenes que asfixian al agricultor mientras aseguran jugosos beneficios a los intermediarios. Es una realidad que va más allá de los cítricos de invierno. De media, las frutas y verduras se venden a los consumidores a un precio cuatro veces superior al coste de producción aunque en muchas ocasiones se hayan cultivado a pocos kilómetros, como ocurre en la provincia.

La mayor parte de la cosecha de cítricos del campo alicantino ingresa en la cadena alimentaria siguiendo el mismo recorrido. Los agricultores -casi todos de la Vega Baja- venden la producción a exportadores. Lo hacen cuando el fruto todavía está en el árbol. Llegado el momento, éstos los recolectan y distribuyen después al mercado europeo y nacional. Entran en juego almacenes comercializadores, que los envasan y surten a las plataformas de distribución de los supermercados.

Durante ese proceso, pasan por una media de tres intermediarios y es ahí cuando se produce un aumento que llega a alcanzar hasta un 832% en el caso de las naranjas, según el Índice de Precios en Origen y Destino de los alimentos de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG). Se trata de una lista que se publica mensualmente y que muestra la brecha entre lo que percibe el productor de frutas y verduras y el precio al que se venden a los consumidores a nivel estatal.

Durante el mes pasado fueron precisamente los cítricos fueron los que mayor variación económica experimentaron del campo a la mesa. Mientras el precio en origen del limón se cotizaba a 0,38 en el campo, se vendía a 2,33 euros de media en el mercado nacional; en el caso de la mandarina, la variación iba de 0,26 euros a 1,59 euros; y en la naranja, de 0,19 a 1,77 euros el kilo. Así, la diferencia porcentual de esos tres productos fue de 513%, 512% y 832%, respectivamente. Y lo mismo ocurrió con alcachofas, berenjenas, brócolis o calabacines, que alcanzaron en noviembre un aumento de precio de más del cuádruple según la citada organización agraria.

A priori podría parecer una situación aceptable si se tiene en cuenta el coste del proceso de recolección, envasado, transporte y distribución de los productos hortofrutícolas del campo alicantino pero, ¿qué sucede cuando una naranja se cosecha a pocos kilómetros de su punto de venta, es decir, sin salir de la provincia? Pues aparentemente parece que el precio no se reduce demasiado. El peso de los intermediarios sigue siendo determinante a la hora de fijar el coste final de venta al consumidor, que suele ser más económico en mercadillos y se incrementa en supermercados.

Competencia

La Asociación de Jóvenes Agricultores (Asaja) de Alicante apunta a una concatenación de factores que han motivado que se hunda el precio de la naranja y la mandarina en el arranque de campaña. Por un lado, sostiene que la producción de las variedades tempranas se ha incrementado en un 6% y un 30%, respectivamente. Por otro, pone el foco en la feroz competencia que suponen las cosechas importadas desde Sudáfrica a la Unión Europea sin ningún tipo de arancel. Se trata de un acuerdo comercial aprobado por la Comisión de Agricultura y la Comisión de Comercio del Parlamento Europeo que ha estado vigente hasta finales de noviembre. Esa realidad ha lastrado seriamente el inicio de la temporada de naranjas y mandarinas de la provincia debido a la saturación del mercado. Existe más producto del que se vende. Sucedió el pasado otoño y en 2018 ha ocurrido exactamente lo mismo.

Según explica el presidente de Asaja en Orihuela, José Vicente Andréu, dicho acuerdo comercial ya ha expirado, pero todavía quedan excedentes en cámaras frigoríficas y no será hasta principios de 2019 cuando se agote la producción procedente de Sudáfrica. Sólo entonces se empezará a comercializar en el mercado europeo la cosecha del Levante español.

Andréu defiende que para que un kilo de naranjas sea rentable para el agricultor se debe vender en origen por encima de los 18 céntimos. En el caso de la mandarina, el límite lo fija en 20 céntimos de euro. Pues bien, en la actualidad el precio que se está pagando por la naranja fluctúa entre los 12 y los 18 céntimos, por lo que muchas veces se vende incluso a pérdidas.

Pero, ¿cómo es posible que el productor acepte cobrar un precio inferior al invertido para sacar adelante la cosecha? Asaja destaca que para que una naranja sea rentable para el agricultor debe venderse por encima de los 18 céntimos y las mandarinas a más de 20 céntimos

Desde la citada asociación agraria señalan que si el agricultor no acepta el precio que le proponen los exportadores corre el riesgo de multiplicar su balance de pérdidas. Mientras busca una salida para colocar su cosecha en el mercado deberá seguir regando, pero el tiempo apremia. Si aguanta demasiado el fruto puede sufrir «sobremaduración», lo que motiva que el precio siga cayendo al perder calidad. Si finalmente la cosecha no entra en el circuito comercial, se deberán aportar fondos para retirar el producto y podar los árboles. O se hace o no habrá producción el próximo año.

El presidente de Asaja Orihuela sostiene que la situación más grave se está viviendo sin duda con las mandarinas. Según apunta, el bloqueo del mercado es tal que en este momento no existe ninguna demanda y el fruto se está dejando caer. Sin más. Solo hay que visitar algunas fincas agrícolas ubicadas en Orihuela para ver una imagen desoladora: campos cubiertos por un manto de cítricos que se pudren al sol.

José Martínez es ingeniero agrícola y trabaja en una de las fincas dedicadas al cultivo de cítricos en la pedanía oriolana de Torremendo. En sus tierras se han perdido 100.000 kilos de mandarinas por la saturación del mercado. Nadie se las compra. Las naranjas se venden entre 14 y 15 céntimos por kilo, es decir, menos de lo que cuesta sacar adelante la cosecha. Es eso o no vender nada. Mientras tanto, «en el supermercado pueden estar a 1,20 euros (por kilo) en malla, y en caja, que es de más calidad, puede llegar a 1,50 o 1,60 euros», asevera.