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Diez libros habitables

La arquitectura y el cómic son dos disciplinas con mucho en común. En los últimos meses se han publicado una serie de tebeos y libros ilustrados en los que la vivienda, el espacio doméstico, cobra el protagonismo principal. Repasamos algunos de ellos

Diez libros habitables

Según el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, todo ser humano tiene derecho a un nivel de vida digno que le asegure, entre otras cosas, salud, alimentación y vivienda. En un ámbito más cercano, nuestra Constitución afirma en el artículo 47 que todos los españoles tenemos derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Más allá del evidente recelo con que, ateniéndonos a los hechos, acogemos estas y otras afirmaciones, cabe preguntarse ¿qué significa esto? Coincidimos en que como seres humanos tenemos derecho a un refugio, a un cobijo que nos proteja y nos dé seguridad física, pero sabemos que para el desarrollo de una vida medianamente digna hace falta algo más. Una vivienda ha de ser ese espacio casi sagrado en el que poder llevar a cabo toda esa parte de nuestro desarrollo personal que tiene que ver con lo privado, con lo íntimo, con el encuentro con uno mismo, con la experiencia de habitar.

En estos momentos en los que se habla constantemente de lo público, lo común, lo participativo, lo colectivo (y, ojo, es fundamental que se reivindiquen estos aspectos del animal social que somos), nos parece más que necesario no perder de vista ese ámbito esencial del crecimiento que es el de lo doméstico, lo cercano, la inmersión hacia el interior de cada uno, esa habitación propia que reclamaba Virginia Woolf para la mujer que quisiera dedicarse a la escritura y que hacemos aquí extensiva a cualquier persona.

Pero entonces, palabras como casa, hogar, vivienda... ¿son sinónimos? Parafraseando a Carver, ¿de qué hablamos cuando hablamos de habitar? Según Gustau Gili Galfetti, «la casa es el lugar donde el habitante sitúa su vida para crear un hogar». Ya en 1964 Dionne Warwick cantaba aquello de A house is not a home. Un hogar no es lo mismo que una casa. En aquella estupenda canción, compuesta por los incombustibles Burt Bacharach y Hal David, la garganta privilegiada de la Warwick nos recordaba que un hogar no son solo cuatro paredes y unos cuantos muebles.

La memoria, los recuerdos, los objetos familiares, las presencias deseadas, las historias compartidas son los elementos que convierten aquella máquina de habitar de la que hablaba el inefable Le Corbusier en ese espacio de intimidad, de disfrute silencioso, de poesía hecha vida (el «Poéticamente habita el hombre» de Hölderlin y Heidegger...) que nos hace únicos y diferentes.

Son innumerables los creadores cuya obra se enraíza y confunde con el lugar en que esta ha sido concebida. Nos vienen a la mente pensadores como Thoreau, Heidegger o Jung, pintores como Dalí o Frida Kahlo o arquitectos y artistas plásticos como César Manrique o Juan O'Gorman. Todos ellos concibieron sus casas (fuesen cuevas, cabañas o palacios) como una extensión de ellos mismos y como elemento distintivo y fundamental de su propio desarrollo artístico y personal.

Durante buena parte del siglo XX el Movimiento Moderno, con su tendencia a la uniformidad y su creencia ciega en mitos como el del progreso o el del racionalismo (curiosamente cercanos a los de las ideologías totalitarias que echaron a perder el siglo), se encargó sistemáticamente de eliminar todo resquicio de alma, de magia, de color, de elementos diferenciadores en la arquitectura en general y en la arquitectura doméstica en particular. Un funcionalismo mal entendido y extrañamente prestigioso impuso el dogma de que una casa debía ser un contenedor aséptico, neutro e intercambiable, donde todo rasgo de personalidad del habitante se consideraba un estorbo, cuando no un insulto hacia quien la había diseñado.

Recientemente, con la Modernidad muerta y enterrada, han ido apareciendo nuevas corrientes políticas, sociales y arquitectónicas que lo que han hecho es directamente eliminar la esfera de lo doméstico de su entorno de acción y reflexión. Basándose en un igualitarismo mal entendido, solo lo público, lo común, lo abierto, tiene interés, y todo lo que queda fuera de este ámbito resulta prescindible, cuando no sospechoso.

Hago estas desordenadas reflexiones sorprendido gratamente por la reciente aparición en nuestras librerías de un puñado de libros ilustrados, cómics, novelas gráficas o híbridos inclasificables, de formato y espíritu muy alejados entre sí, pero que coinciden en reivindicar el espacio doméstico, el hogar, la vivienda, no solo como elemento en torno al cual se desarrollan unas historias, sino como protagonista absoluto de las mismas.

Vamos a hacer un breve repaso a diez de estos libros. Los hay para todas las edades y gustos, pero todos ellos comparten dos características: hablan de casas, de modos de habitar, y en todos ellos cobra protagonismo la imagen frente a la palabra.

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