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Análisis

Un relato común

La izquierda se sienta hoy a negociar un nuevo Botànic con un mapa electoral autonómico que revela una fractura política, social, territorial y de proyecto

La derecha sí engordó su cosecha con la mayor asistencia a las urnas y, en el conjunto de la Comunidad, sumó otras 250.000 papeletas al millon de votos hace cuatro años. Pero, a pesar de ese movimiento del electorado conservador, al final esa división hundió al PP y convirtió en insuficiente el avance de Ciudadanos y la esperada irrupción de los ultraderechistas de Vox, irrelevantes en las Cortes para decantar una mayoría en el Consell pero un síntoma de los males que aquejan a nuestra sociedad. Resumen: estamos ante dos bloques políticos casi iguales separados por un puñado de papeletas. Y no solo eso. El resultado analizado comarca a comarca y población a población nos deja pistas inquietantes sobre una fractura territorial y social que es inaplazable abordar. Mermado por la debacle que supone otro retroceso de 150.000 votos y de haber perdido dos tercios de sus diputados desde 2011, el PP ganó las elecciones en 142 localidades pero limitó su cuota de poder únicamente a cuatro comarcas. Todas castellanoparlantes que ejercen de punto de frontera con Murcia -la Vega Baja- en Alicante; o con Castilla-La Mancha y Aragón en el interior de Valencia y Castellón.

Ciudadanos venció en nueve localidades pero se asentó como segunda fuerza por delante del PP en muchas localidades de gran volumen -por ejemplo la capital alicantina- y eso le concedió una mayor transversalidad a su electorado lo que se tradujo en una subida global de 160.000 votos. Pero, por encima de esas consideraciones, el resultado del bloque de la derecha, incluyendo a los ultras de Vox, fue mejor cuanto se mira más hacia el sur de Alicante que en el resto de la Comunidad. Fue la única circunscripción en la que, a pesar de que los socialistas fueron los más votados, el Botànic tuvo un serio toque de atención y perdió por un escaño frente a las tres siglas conservadoras gracias, en parte, al avance de Ciudadanos; y en parte a que el resultado de los ultraderechistas fue mejor porcentualmente al registrado en Valencia y Castellón superando, incluso, a la lista de Compromís en esta provincia.

Con un resultado algo inferior al de hace cuatro años -unos 9.000 votos menos y dos escaños de merma- pero doloroso por perder peso ante los socialistas en el Botànic y caer ante Ciudadanos en la lucha por la tercera posición, Compromís se ha acomodado, sin embargo y como ya ocurrió en 2015, en el centro territorial de la Comunidad Valenciana. Fue primero en 126 municipios y ganó en seis comarcas ubicadas entre el norte de Alicante -El Comtat además de segunda fuerza en la Marina Alta- y todo el sur de la provincia de Valencia junto a una victoria en la capital de la Comunidad acompañada de buenos resultados en todo su cinturón urbano. Quitando el notable éxito en el «cap i casal», consolida su presencia en lo que se conoce como las Comarcas Centrales, un espacio que, en ocasiones, ha protagonizado un debate sobre su articulación como una cuarta provincia. Son los territorios de un uso mayoritario del valenciano y en los que, en general, la ultraderecha ha logrado sus peores números. Zona de confort para Compromís. O busca más caladeros o no crecerá más.

Podemos, en coalición con EU, resistió como pudo en la última semana gracias a la intervención televisiva de Pablo Iglesias. Le dio para llegar hasta el 8% de los votos pero con una implantación territorial muy desigual y pobre. Finalmente, los socialistas, como primera fuerza con un crecimiento muy notable de 130.000 votos, fueron los vencedores de los comicios autonómicos en 265 localidades, globalmente en las tres provincias y en un total de 24 comarcas. Son aquellas zonas, en todos los sentidos, más diversas y mestizas. Se beneficiaron de la dispersión de la derecha. Sin duda. Pero también del tirón de Pedro Sánchez -sacó 100.000 votos más que la lista del PSPV- y de una campaña del presidente de la Generalitat que ha primado, precisamente, buscar que su mensaje pudiera calar entre capas amplias y moderadas. Ese es el resultado electoral. Y desde luego la letra pequeña no describe nada alentador. Dibuja ese mapa de votos una fractura que sigue encima de la mesa. La distancia no se ha solucionado. No se ha resuelto. Al contrario. Una división que es posible que las elecciones municipales del próximo 26-M agudicen aún más.

Durante su primer mandato, el Consell del Botànic con Ximo Puig a la cabeza marcó, con un gran acierto, la existencia de un «problema valenciano» delimitado por el maltrato sistemático desde Madrid a la Comunidad tanto con la financiación autonómica como en la distribución de la inversión del Estado. Puig bajó un poco el tono cuando Pedro Sánchez llegó a la Moncloa. Fue un gran error. Pero esa lucha tiene que continuar. Ganara el que ganara, debía seguir adelante. Y, por tanto, se tiene que intensificar ese discurso reivindicativo para recibir de una vez por todas un trato justo. Puig lo debe mantener frente a Pedro Sánchez o, de lo contrario, se agudizarán las diferencias con sus socios de Compromís. También a lo largo de estos primeros cuatro años, Ximo Puig citó, igualmente con gran acierto, una necesidad: «coser» la Comunidad. Vertebrarla. Y eso, como desvela el mapa electoral, está todavía muy lejos. Seguimos teniendo un territorio dual en el que una mitad vive, en demasiadas cosas, de espaldas a la otra. Y eso se nota especialmente cuanto más se pisa la tierra hacia el sur de Alicante. No me refiero a una uniformidad política. Cada uno que vote lo que quiera. Faltaría más. Ni siquiera hablo de una uniformidad social. Somos diversos. Y así debemos continuar. Nos hace mejores.

Pero sí tenemos que ser capaces de cohesionarnos territorialmente. De reconocernos. De entendernos. De apartar el estéril debate lingüístico de la batalla política. Tenemos dos lenguas. Y los que hablen una u otra tienen exactamente los mismos derechos. Debemos comprendernos unos a otros con toda nuestra pluralidad. Trazar un proyecto común en el que nadie esté por encima de nadie. Tiene que surgir un Consell que, de una vez por todas, genere un relato conjunto, respetuoso, amplio, generoso e inclusivo... Un relato común desde Vinaròs a Pilar de la Horadada. Un relato que no tenemos. Y es un gran problema. Hay un ejemplo a seguir: el discurso que en estos cuatro años han logrado cuadrar los empresarios con la creación de una patronal autonómica bajo la batuta de Salvador Navarro. Demasiado poco todavía. Muchísimo camino por recorrer.

De momento, a los socios del Botànic no parece que les preocupe mucho. Están con la vieja liturgia. El PSPV pidiendo a Compromís que Mónica Oltra renuncie a la Presidencia. Algo que ocurrirá. Compromís agazapado para rentabilizar sus votos necesarios y sacar la mayor tajada posible que tiene nombre y apellidos: conselleria de Hacienda. Y Podemos pidiendo entrar a gobernar, dicen, para apretar a sus socios y hacerse visibles. O sea, reparto de sillones. Pero uno de los grandes problemas que tiene esta Comunidad, justo en la legislatura en la que se cumplirán cuatro décadas desde la aprobación del Estatut d'Autonomia en 1982, es que nadie se ha puesto a escribir ese relato que nos defina de una vez. Con todos nuestros ricos matices pero con un proyecto conjunto y reconocible. La izquierda tiende desde hoy una segunda oportunidad. Todo lo que lo retrasen para discutir sobre otros asuntos será más tiempo per

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