A comienzos del presente siglo, justamente en el año 2000, el panorama editorial y mediático español se vio agitado por una enorme polémica cuando la conocida presentadora de televisión, Ana Rosa Quintana, fue acusada de plagio por su libro (de «folletín» lo tildaba el diario El País el 17 de octubre de ese año) Sabor a hiel. La ínclita y televisiva Ana Rosa se defendió, en un principio, afirmando que ella no había copiado, sino que entre su obra y otras había una cierta «intertextualidad»; pero finalmente tuvo que reconocer que por un «error informático» el engendro contenía párrafos literales de Mujeres de ojos grandes, de Ángeles Mastretta, y de Álbum de familia, de Danielle Steel.

La cuestión tuvo que ser definitivamente zanjada por la editorial Planeta, retirando el texto del mercado, eso sí, cuando ya se habían vendido 100.000 ejemplares y se estaba preparando una segunda edición. Si tenemos en cuenta que la obra de ficción más vendida en España en 2018, Las hijas del Capitán, de María Dueñas, editada también por Planeta, tuvo una tirada inicial de 500.000 volúmenes, la cifra de ventas alcanzada por el plagio de Quintana hasta su retirada no es en absoluto desdeñable.

Sea como fuere, es obvio que cuando nos sentamos a escribir, y tras superar el consabido miedo a la hoja en blanco, en nuestra cabeza empiezan a agolparse ideas que, de una forma irremediable, vienen de algo que hemos oído o leído; la creación de una gran obra, de un referente universal, desde la nada, sólo está reservado a mentes privilegiadas que, por fortuna, en España han sido y siguen siendo legión. En cualquier caso, como resulta harto evidente que la mía no se encuentra entre ellas, al escribir el título de este artículo me di cuenta de que había elegido el mismo que el empleado por el señor alcalde en su tribuna del pasado domingo en este mismo diario. Por ese motivo, para no ser acusado yo mismo de plagio, me he visto en la necesidad de entrecomillarlo y citar la fuente, como se deber hacer en estos casos.

Leyendo el artículo de nuestro alcalde, cosa que hice con sumo interés, me vino a la mente otro mío, de enero de este mismo año, cuyo título era El cuento de la lechera; vayan por delante mis más humildes disculpas con los lectores, pues he pasado de plagiar el título a citarme a mí mismo. Por favor, no consideren esto último pedantería, que suele serlo si se hace de forma demasiado recurrente, pues viene perfectamente al caso que nos ocupa la cita que en aquella ocasión introduje, perteneciente a un cuento de El Conde Lucanor, de Don Juan Manuel, en el que el siervo Patronio le daba a su señor este consejo: «Vos, señor conde, si queréis que lo que os dicen y lo que pensáis sean realidad algún día, procurad siempre que se trate de cosas razonables y no fantasías o imaginaciones dudosas y vanas».

No interpreten por mis palabras una acusación velada o implícita contra nuestro alcalde de presentar ante los ciudadanos de Elche fantasías o imaginaciones dudosas y vanas, como decía el buen Patronio. Más bien al contrario, siempre he defendido que nuestra ciudad se encuentra en un delicado impasse, del que no saldrá hasta que sea gobernada de una forma valiente, decidida y, por qué no, incluso utópica. No obstante, con todo y con eso, me habría gustado que nuestra máxima autoridad hubiera sido algo más concreto en sus planteamientos, aprovechando la ocasión que el diario Información le dio para dirigirse a los ilicitanos o, cuando menos, haber explicado de una forma inteligible para todos los proyectos que intentaba presentarnos.

Resulta evidente que el objetivo último del nuevo gobierno que, en palabras del primer edil es «propiciar el aumento de la calidad de vida, el progreso económico y la prosperidad de la mayoría social» es compartido por todos y cada uno de nosotros. De la misma forma, en los concursos de Miss Universo, cuando le preguntan a la guapísima concursante, que hasta que se instauró allí el socialismo populista solía ser venezolana, sobre sus deseos más ferverosos, contesta con algo así como «la paz en el mundo y la concordia entre todos los pueblos». ¿Quién puede cuestionar palabras tan bonitas pronunciadas con ese maravilloso español tropical?

Otra cuestión que para mí no quedó clara fue la referente al «desarrollo sostenible, económico, ambiental y social», ni cómo se va a producir la anunciada «transformación urbana», aunque sí es cierto que el alcalde comentó que giraría «sobre cuatro ejes básicos»: «el impulso económico y el empleo», «la modernización y mejora de los servicios públicos municipales y autonómicos», «la cohesión social» y «la cohesión territorial y la mejora urbana», dando ejemplos de cada uno de ellos aunque, por desgracia, muchos de los temas citados no son competencia estrictamente municipal, por lo que queda por ver cuál es el compromiso del resto de administraciones con Elche. Los precedentes no nos permiten ser demasiado optimistas al respecto.

Finalizó su escrito nuestro alcalde diciendo que el Elche que todos queremos construir es «una ciudad justa, abierta, moderna y tolerante, en la que las personas, su calidad de vida, su dignidad y su felicidad sean lo realmente importante». Absolutamente de acuerdo, pero si cierro los ojos y dejo volar mi imaginación, esta frase siempre resuena con ese precioso acento caribeño de Maracaibo.