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Juan R. Gil

¿Quiere usted ser candidato del PSOE?

El PP dio el pistoletazo de salida ayer a la campaña electoral con la proclamación de sus candidatos, algo que el PSPV no pudo hacer porque sigue sin encontrar a nadie para Alicante, algo insólito en un partido que gobierna en Madrid y en la Comunitat Valenciana. Todo el mundo dice no.

Con Susana Díaz aún de cuerpo presente en Andalucía, el PP abrió ayer la campaña electoral en la Comunitat Valenciana con la presentación de sus principales candidatos (tres mujeres: Isabel Bonig, a la Generalitat Valenciana; María José Catalá, al Ayuntamiento de València; y Begoña Carrasco, al de Castellón; y un hombre, Luis Barcala, por Alicante), en un acto bendecido por su nuevo líder, Pablo Casado. El PSPV debería haber protagonizado algo similar: de hecho el calendario fijaba la celebración de un comité nacional, su máximo órgano entre congresos, para dar ese mismo pistoletazo de salida, pero lo inaudito de su situación en Alicante, donde un partido que gobierna en la Moncloa y el Palau es incapaz de encontrar quien le represente en la segunda ciudad de la autonomía, lo impidió. Parece una mala broma, pero no: es un selfie en el que los socialistas salen fatal.

El PP está sobreexcitado. Es lógico. Después de gobernar durante veinte años todas las administraciones -todas- de esta comunidad con mayorías abrumadoras, en 2015 perdieron la Generalitat, casi todos los ayuntamientos importantes -entre ellos, las tres capitales de provincia- y la Diputación de Valencia. Sólo conservaron las de Alicante -convertida en el navío del holandés errante, que periódicamente aparece, siembra el terror y vuelve a esfumarse hasta la próxima- y Castellón. La depresión, en medio de una situación en la que no había día en que un escándalo no afectara a alguno de los que habían sido sus más cualificados dirigentes, fue enorme. Y se incrementó luego, cuando a pesar de mantenerse como el partido más votado en la Comunitat y en España, a gran distancia del PSOE, llegó la sentencia de Gürtel y la subsiguiente moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy del poder a principios de junio (sí, no ha pasado un siglo, apenas medio año, la política va a velocidad de vértigo) y situó en la presidencia de España a Pedro Sánchez. La única alegría que recibieron los populares en todo ese tiempo, en el que vagaban de lío en lío, renegando tanto del pasado como del presente y sin esperanza alguna en el futuro, fue el regalo que la izquierda les hizo en el Ayuntamiento de Alicante, con cuyo gobierno se encontraron hace nueve meses sin esperarlo pero cuya adquisición les sirvió para frenar la carnicería que en sus propias filas se avecinaba.

La irrupción en el escenario político de la extrema derecha de Vox y el cataclismo que ha supuesto en Andalucía, el bastión cuyo gobierno los socialistas han perdido por primera vez en Democracia, ha tenido un efecto catártico para el PP, que ha pasado de ver a Isabel Bonig como el cordero pascual dispuesto para el sacrificio (¡anda que no habremos oído veces eso de que la exconsellera de Infraestructuras se presentaba ahora para perder mientras el presidente de la Diputación de Alicante, César Sánchezcuando de verdad hubiera posibilidades de ganar!), a reverenciarla como el «morenobonilla» valenciano, la mujer que, igual que el candidato andaluz, partiendo de la derrota segura será, también con toda seguridad, la próxima presidenta de la Generalitat.

No es así. No es tan fácil, digo. En realidad, como apuntaba aquí la pasada semana, la competición que ayer abrió el PP no tiene tanto por objetivo la Generalitat -esa es la derivada- sino el mantener la primacía en la derecha, que es la condición sin la que nada de lo demás es posible. Esa es la verdadera batalla en la que los populares se van a ver obligados a pelear, en la que el rival en los discursos puede ser la izquierda, pero en la práctica es la propia derecha, cuyo liderazgo se juegan. Resulta que, para que la suma parlamentaria cuadre, necesitan a Vox. Pero todos los votos que Vox obtenga se los quita a ellos. Y si son demasiados, eso puede propiciar el que se vean, a su vez, superados por Ciudadanos. Vuelvo a citarme a mí mismo y disculpen, pero aquí hay un president, Ximo Puig, que tendrá que bregar mucho para repetir en el cargo; una aspirante, Isabel Bonig, que lidera el que hasta hoy mismo ha sido el primer partido en votos en este territorio pero que con eso no ha tenido suficiente para mantener el poder y tiene su primacía en disputa; y otro candidato, nuevo y de momento impoluto, que se suma a la partida ahora sí que con posibilidades ciertas: Toni Cantó. El PP está tratando de publicitarse, paradójicamente, como el centro de la derecha, con Vox a un lado y Ciudadanos al otro. Pero eso es solo un juego de palabras Es el centro político precisamente lo que ha abandonado, cediéndoselo a los de Rivera. Lo que está haciendo el PP es enfatizar su perfil más duro, creyendo que con eso conservará votantes que de otra manera se irían a Vox y dando por perdidos los que de esta forma se larguen a Cs. Y si no, lean el discurso que pronunció ayer Luis Barcala en el acto de València pero, sobre todo, el artículo que hoy publica en INFORMACIÓN, donde a cuenta del monasterio de la Santa Faz juega peligrosamente a un guerracivilismo sin sentido alguno en boca de un alcalde.

El PP tiene motivos para estar de enhorabuena, eso está claro. Ha tranquilizado a sus dirigentes, que andaban levantiscos, y por primera vez en esta legislatura habla de volver al Consell sin que nadie pueda tomarse a chufla esa posibilidad. Pero sigue teniendo por delante una campaña muy difícil, porque el discurso anticatalanista lo tiene registrado Ciudadanos y encima Vox vive de llevarlo al extremo, así que están todos los gallos peleando en el mismo gallinero. Y el de la solvencia para gestionar la economía, ahora que por desgracia parece desplomarse sobre los ciudadanos una nueva recesión, no es en la Comunitat Valenciana precisamente donde mejor puede exhibirse por parte del PP. En el terreno de las percepciones, el PP aquí todavía es el partido del saqueo de las arcas públicas, no el de la buena administración.

Es verdad, por otra parte, que lo de Ciudadanos sigue siendo una incógnita. Todo indica que crecerá, pero cuánto suba dependerá en buena medida de que consiga colar que continúa representando una opción moderada pese a no hacerle ascos a los votos de la extrema derecha para entrar por primera vez en un gobierno (el andaluz), una contradicción que tensiona, no sólo a sus votantes, sino a muchos de sus miembros fundadores, entre otros bastantes de los que militan en Alicante desde el primer día. Alicante, su capital, es precisamente el lugar donde todavía no han resuelto quién será su aspirante a la Alcaldía, aunque la duda puede resolverse en cuestión de días si fructifican, como ellos confían en que suceda, las conversaciones que desde Madrid mantienen con una abogada no afiliada que sería su cabeza de lista, probablemente con el coordinador del partido en la ciudad y exconcejal Adrián Santos como número dos.

Con lo que volvemos al título de este artículo. La candidatura del PSOE. En estas elecciones que vienen la izquierda sólo podrá mantener el gobierno de la Generalitat si logra una gran movilización de sus votantes. Y el drama para esa izquierda es que el principal partido de ella no sólo no está activado, sino que parece por momentos dispuesto a arrojar la toalla y dar por perdido el combate. Cuando una fuerza gobierna, durante la legislatura el partido que la apoya pierde peso frente a las instituciones que controla. Pero cuando llegan las elecciones, la fortaleza de la organización es clave. En ese sentido, por muchas razones Ximo Puig no ha hecho los deberes durante estos años en lo que toca al partido. Ha sido, por decirlo así, muy rajoy. No ha tomado decisiones cuando debía. Y ahora se encuentra con lo que ya es a estas alturas una situación ridícula: que no tiene a nadie para liderar la lista al Ayuntamiento de Alicante, como tampoco encontró a ningún alicantino para ser conseller en su primer gobierno. Resulta triste que un partido que ha sido tanto se encuentre en esta indigencia. Pero además, puede ser decisivo, porque la historia y el censo demuestran que los partidos ganan las elecciones en Valencia y los gobiernos en Alicante. Ximo Puig lo ha intentado todo en los últimos meses. La lista de aquellos a los que ha ofrecido la cabecera de Alicante ya es más larga que la de los reyes godos, pero sigue sin encontrar a nadie que diga que sí, porque todos le atienden mirando de reojo a ese agujero negro donde nada de lo que entra vuelve a salir en que se ha convertido la sede socialista de la capital, que para su desgracia es la que traslada la imagen de todo el partido a escala provincial. La próxima oferta seguramente la recibirá el abogado Luis Berenguer, alto cargo de la EUIPO y afiliado desde hace años. También puede el president acogerse a la fórmula que el PP ha inaugurado con María José Catalá, que de haber sido alcaldesa de su pueblo, Torrent, y luego consellera, ahora pasa a competir por la Alcaldía de una ciudad distinta, València. ¿Que no? Si yo fuera Ana Barceló, consellera de Sanidad y exalcaldesa de Sax, no me llegaría la camisa al cuerpo.

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