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Juan R. Gil

Welcome to Halloween city

El PP y Castedo escenifican una farsa movida ya sólo por intereses personales

El salón de plenos municipal convertido en una verdulería en la que campan a sus anchas hooligans a sueldo, que nada entienden de democracia pero se licenciaron en arribismo. Y la plaza del Ayuntamiento, mientras, de nuevo tomada por una legión de policías, sin proporción alguna con el número de personas concentradas; agentes de los que ya nunca se sabe si están para impedir que los de abajo suban, o para evitar que los de arriba escapen. La larga y cruenta agonía de la alcaldesa de Alicante está llevando a la ciudad a una situación peor que agobiante pero, sobre todo, el encastillamiento de Sonia Castedo y la increíble inutilidad del PP -tanto el de aquí, como el regional o el nacional- para resolver un problema que el propio partido ha creado, han conseguido situar a Alicante como la capital de la antología del disparate político.

La alcaldesa de Alicante hace mucho tiempo que debería haber dimitido. No hacen falta para ello más razones que la básica, tantas veces descrita aquí pero que no nos cansaremos de repetir: que está perjudicando a la ciudad, lo cual es justo lo contrario de aquello para lo que se la eligió y a lo que, como servidor público, se comprometió. No es necesario más. Con eso basta para que deje el cargo. Pero, no yéndose por propia voluntad, su partido hace también mucho que debería haberla apartado, precisamente por lo mismo, porque su presencia genera a diario una tensión que no tiene por qué soportar Alicante. No habiéndolo hecho, es el PP el responsable último de todo lo que está pasando. No son los ciudadanos los que colocaron a Castedo en una lista y, por tanto, aunque muchos la votaran, no son ellos los que la llevaron hasta la Alcaldía, porque de no haber figurado en dicha lista difícilmente podría haber presidido el Ayuntamiento. Así que el problema es de Císcar, de Fabra y de Rajoy, no nuestro. Y es a ellos a quienes deberíamos pasarles la factura de tanto estropicio.

Castedo va interiorizando con cuentagotas su situación. Por extraño que resulte, ha tardado meses en asumir que, dada la evolución de los acontecimientos, no volverá a ser en ningún caso la candidata del PP. Llegados a ese punto, ¿qué le hace seguir en el cargo? La esperanza que aún alberga de que la deficiente instrucción de los casos judiciales en los que está imputada conduzca a la nulidad de las actuaciones y que, entonces, pueda producirse un movimiento de solidaridad hacia ella que le permita estar en disposición, si quiere, de formar su propio partido y complicarle aún más el escenario electoral a sus actuales conmilitones. Para que eso pueda darse, tiene que mantenerse en el puesto al menos hasta que el primero de los jueces, José Luis Cerón, que entiende sobre la investigación del Plan Rabasa, decida si esas actuaciones promovidas por la Fiscalía Anticorrupcion, visadas por un sinfín de jueces interinos y ejecutadas por la Unidad de Delitos Económicos y Fiscales de la Policía, son válidas o irregulares. Si decretara su invalidez, cuestión sobre la que seguramente el juez se pronunciará antes de que acabe noviembre, y la Audiencia Provincial ratificara luego su resolución, el instructor del Plan General, Manrique Tejada, vería a su vez cómo su caso queda prendido con alfileres. Y todo ello, seis años después de que se iniciasen las pesquisas, lo que también tiene delito, si me disculpan el juego de palabras.

Ese es el cálculo que hace Castedo. Pero es un cálculo que no tiene nada que ver con lo que es mejor para los ciudadanos, sino con lo que le conviene personalmente a ella. Precisamente para impedir eso, entre otras cosas, el ordenamiento político español se proveyó de partidos. Para que fueran el vehículo de representación y velaran porque el interés general estuviera siempre por encima de los intereses particulares. Así que el fracaso del PP es estrepitoso.

De la misma manera que Castedo busca granjearse solidaridades, el PP persigue en los últimos meses que nos olvidemos de que la alcaldesa de Alicante es una más de sus miembros. Y así, emite comunicados contra Castedo, sus dirigentes la suspenden en público (Isabel Bonig, coordinadora general del partido, en INFORMACIONTV), aseguran falsamente que ya le han dicho que se vaya (José Císcar, presidente provincial del PP) o afirman sin inmutarse que la presencia de la alcaldesa incomoda nada menos que a un Rey y a un presidente del Gobierno (Fabra, máximo dirigente popular regional). El PP nos quiere engañar haciendo de PSOE. Mientras el PSOE, en Alicante, mira para otro lado y silba. ¿Estamos o no estamos en medio de la más grandiosa de las farsas? Estamos, estamos.

El PP podría haber expedientado a Castedo y la podría haber expulsado hace mucho tiempo. Podría haberla empujado fuera de la Alcaldía, para eso cuenta sobre el papel con 18 de los 29 concejales que forman la Corporación. Podría haberle reclamado formalmente el acta, primero de diputada y luego de concejal. En lugar de eso, lo que el PP dice es que no es digna de ser candidata, pero sí lo es, por lo que se ve, de seguir gobernando. Mayor incoherencia no cabe. Todavía a estas horas, ninguno de los dirigentes de ese partido ha osado pedirle en público que dimita. Se limitan a decir que no repetirá, mientras intentan convencer a los periodistas de que hagan el trabajo que ellos no son capaces de hacer. Si el cálculo de Castedo es puramente personal, no lo es menos el de Fabra, el de Císcar o el de Rajoy, en su permanente intento de disimular que ellos la promovieron al cargo que ocupa y ellos son los verdaderos culpables de que continúe. Si la actitud de la alcaldesa es reprobable, la del PP deviene patética. Castedo y Fabra, que mantienen un contacto más fluido de lo que aparentan, deberían sentarse a hablar, no de su propio futuro, sino del de Alicante. De cómo, en definitiva, sacan a la ciudad del pozo en que la están metiendo.

El viernes, los escasos manifestantes que exigían la dimisión de Castedo a la puerta del Ayuntamiento compartían plaza con la empresa -también, por cierto, incursa en procedimiento judicial- que montaba la fiesta de Halloween. Si se hubieran acercado más, podría haber sido una estampa del Goya de la étapa negra. A la misma hora, el portavoz de EU, Miguel Ángel Pavón, tirando igualmente de Halloween, le decía a Castedo en el pleno que era una «muerta viviente». No sé por qué Pavón cierra tanto el objetivo. Si hubiera recorrido con la mirada las bancadas del PP y del PSOE habría reparado en que estaba hablando en un cementerio repleto de cadáveres. Puede que Halloween sea una contaminación más de la poderosa maquinaria cultural americana, pero no nos podrán quitar el mérito de haber reinventado la fiesta. Aquí de trucos y tratos sabemos más que nadie. Y no ganamos ni para sustos ni para muertes. Lo dicho, qué agobio.

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