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La decadencia del titiritero

La ausencia de programaciones estables, la baja calidad ofrecida por compañías no profesionales y su falta de relevo generacional condenan un oficio tradicional y revitalizador también considerado como la «hermana menor» del teatro

El alicantino Alberto Celdrán, de Fàbrica de Paraules. david Sardana

El oficio artesanal de titiritero es, desde sus raíces, tradicional y revitalizador en el panorama cultural. Alía creación e imaginación y, en su desdoblamiento de personajes, el actor echa a volar en absoluta libertad narrativa infantil o adulta, qué más da.

Sin embargo, pese a esta innegable fuerza cultural que condensa el marionetista, su futuro presenta un color gris cenizo o, más bien, de negro incertidumbre. Sobre todo por los problemas que se avienen en un trabajo con notable ausencia de programaciones estables; falta de relevo generacional; compañías no profesionales exhibidoras de actuaciones de baja calidad; y salas públicas inexistentes en un sector que, además, sobrevive a los prejuicios que le persiguen al ser considerada como «hermana menor» del teatro. Casi nada.

Ante estas premisas nada esperanzadoras, pues, ¿qué movimientos y qué pensamientos pasan por las compañías y agentes alicantinos involucrados en esta parcela cultural?

Alberto Celdrán, director Fàbrica de Paraules, con sede en Sant Joan d'Alacant, indica que el títere se ha utilizado como «recurso económico», ya que «algunas compañías no tradicionales de títeres, sobre todo en los años malísimos de la crisis, sustituyeron al actor por marionetas, porque este no cobraba nómina, así de triste». Una situación que desembocó en actuaciones de dudosa calidad, de bajo nivel profesional, que mermó un mercado ya denostado por su etiqueta de «hermana menor» del teatro.

«También hay un problema de concepción porque el títere se considera solo para salas muy pequeñas, lugares con poco espacio, el 'retablillo' de las marionetas, cuando el lenguaje de los títeres ha cambiado mucho. Ahora se produce un trabajo más contemporáneo», afirma Celdrán, al tiempo que agrega otro obstáculo a esquivar: la falta de juventud, de relevo generacional en la formación y exhibición.

«Hace unas semanas, en una campaña de acercamiento a la marioneta, estuvimos impartiendo unos talleres en colegios de Sant Joan, y allí nos dimos cuenta que los chavales tienen cero aproximación a los títeres», apunta Alberto Celdrán, quien apuesta por «generar espacios donde la marioneta estuviera presente constantemente, sobre todo por su potencial social y dinamizador cultural» aunque no olvida el relevante papel que ocupa Festitíteres, un revulsivo, un referente y balón de oxígeno para los profesionales de las marionetas en la provincia.

El alicantino Lucas Locus, director y dramaturgo, afirma que el mundo del títere«ahora mismo está en horas bajas, pero no está en peligro de extinción» aunque advierte del peligro de las escasas programaciones estables de marionetas pese a la riqueza y diversidad de su lenguaje. «El muñeco puede volar, pero el actor lo tiene más complicado», explica.

«Otro asunto que ocurre es que, desde hace unos años, parece que los títeres fueran solo para niños, para bien y para mal, que no pasa con el teatro en cambio. Y esto hace que la riqueza de los títeres sea menor, y se vayan generando espectáculos que interesen a un público muy reducido, e incluso a nivel de propuestas solo surgen propuestas más infantilizadas que entran en una especie de bucle», reflexiona.

El alicantino Mario Caballero, de Pàmpol Teatre, con 30 años de experiencia, critica la falta de salas públicas y las «poquísimas programaciones estables» en la provincia. «Muchos trabajamos en Andalucía donde estas programaciones sí han resistido, porque en Alicante las que habían se han ido cayendo. Por eso, pese a que tenemos buques insignia como Festitíteres, que es la cantera de donde hemos ido saliendo todos, hay que hacer un esfuerzo por levantar nueva iniciativas. Y, para eso, también habría que buscar fórmulas más imaginativas».

Por otro lado, Caballero admite la complejidad cada vez mayor de sumar públicos en el arte de la marioneta, sobre todo por la audiencia de niños y niñas seducidos por la pantalla digital y las nuevas tecnologías. «Cuando empecé en 1984, a los actos venían niños de 12 años, venían a los títeres y a los cuentacuentos, pero ahora no van a nada porque está la 'pantalla digital'. Entonces el mercado se ha quedado para los muy pequeños y se ha perdido lo otro. Eso sí, cuando un niño de 10 años ve un buen espectáculo de títeres, alucina», recalca.

Lo cierto es que, en España, se organizan cada año importantes festivales internacionales de marionetas (en Alicante, València, Sevilla, Tolosa, Bilbao o Sevilla), aunque estos temporalmente son cortos, con una docena de grupos (casi siempre) presentes en el calendario de funciones.

«El títere es ese ser que tiene la libertad de decir lo que le da la gana. Eso es lo maravilloso. Ha criticado a dictadores cuando el ser humano no podía decir nada. Esa libertad tiene la marioneta, que puede hablar en el tono que le dé la gana, lo que es súper potente en el lenguaje, en el universo de la narración. El titiritero vuela con todo el significado que implica la metáfora, es la libertad absoluta que el humano no puede pero al títere se le consiente. Es cultura de proximidad», concluye Alberto Celdrán.

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