Tras terminar en Netflix la segunda temporada de Santa Clarita Diet, el logaritmo de la plataforma se puso en marcha para recomendarme otras series que serían similares a ésta. Que si Weeds, que si iZombie, que si The Walking Dead... pero a mi realmente a lo que me ha recordado es a Embrujada, la clásica telecomedia norteamericana de los años 60. Después descubro que no he sido el único que ha hecho la comparación, sino que también piensa lo mismo Drew Barrimore, protagonista y una de las productoras de Santa Clarita Diet. El elemento común entre ambas es la mezcla entre lo sobrenatural y la telecomedia familiar. Mientras que en Embrujada, la esposa era una bruja; en Santa Clarita Diet, la vida de los Hammond da un vuelco cuando ella se convierte en una muerta viviente, una zombi a la que solo la carne humana puede saciar su hambre. Detrás del gore y el humor negro, subyace una telecomedia, donde sus protagonistas intentan seguir teniendo una vida normal, mientras tratan de quitarse de encima los restos de hemoglobina de las sobras del último banquete.

Los Hammond son un matrimonio aficando en el sector inmobiliario y que vende esos chalés en urbanizaciones de ensueño que en tantas películas hemos visto y que suponen una de las aspiraciones del llamado sueño americano. La vida de la pareja da un vuelco cuando ella se ve aquejada de una extraña enfermedad y se convierte en un muerto viviente. A diferencia de lo que solemos ver en las películas de zombies, ella no es una muerta sin mente, sino que conserva todas sus facultades. En su nueva condición, el personaje de Drew Barrimore (¿todavía tenemos que seguir llamándola la niña de E. T.?) además de sus nuevos gustos gastronómicos se ha conviertido en una persona más impulsiva y que se deja llevar por su lado más salvaje. Por su parte, Timothy Olphant interpreta al sufrido marido que debe hacer frente a las cosas de zombi de su mujer, ayudándola en la preparación del menú por aquello de «en la salud y en la enfermedad». Aquí está en un papel muy alejado del de duro agente que hizo en Justified.

Que el espectador se vaya preparando a ver a Drew Barrimore en su faceta más payasa como comedora de carne y a Olphant dando rienda suelta a su faceta más histriónica. La vida cotidiana del matrimonio pasa por el proceso de selección del menú, entre narcos, proxenetas y pederastas, mientras el jefe les echa la bronca porque no venden suficientes casas. Los protagonistas también tienen su coranzoncito y, al tratar a sus víctimas de cerca, resulta que algunos no eran tipos tan despreciables. La pareja deja mucho que desear en su papel de asesinos y suele cometer errores de aficionado que les meten en nuevos lios que desenredar para evitar ser descubiertos. No se puede obviar que no pueden matar a una persona cada día, así que también hay tiempo para preparar unos tupper y tener comida en el congelador. Por si la situación no fuera lo suficientemente complicada para los Hammond, resulta que los vecinos en el pacífico barrio residencial son en su mayoría policías.

Completan el reparto la hija adolescente de la pareja (Liv Hewson) y el retoño de los vecinos (Skyler Gisondo), cuyo frikismo le convierte en la referencia inevitable para investigar cosas de zombis. La hija odia a su padres por estar en la edad del pavo y porque la indigna cuando la mienten sobre sus actividades secretas, a pesar de que ella sabe perfectamente todo lo que pasa. El hijo del vecino cumple con su papel de cuánto más nerd mejor. Destacan también los cameos de Nathan Fillion (o de su cabeza) a quien recordarán los fans de Castle y de la añorada Firefly.

La primera temporada fue un poco titubeante. Como si los guionistas no supieran muy bien a qué carta quedarse. Había situaciones que en otras series hubieran dado mucho juego y que aquí se ventilaron muy deprisa, posiblemente ante la incertidumbre de cuál sería la reacción del público y si la gamberrada tendría continuidad en un futuro. La segunda temporada se mueve por terrenos más estables, ampliando el universo de la serie con la introducción de más muertos vivientes y presentando al paciente cero de la infección. Toda la vida pensando que el origen de las películas de zombies eran los ritos vudú en Haití y otras islas caribeñas y aquí se nos remonta ni nada ni menos que hasta Serbia. Supongo que será por aquello de situarlo en Europa, génesis de otros clásicos del cine de terror como los vampiros, el hombre lobo y Frankenstein.

La serie es un producto puramente palomitero. Una comedia chorra que está hecha para ser deglutida casi de tirón cualquier tarde de un fin de semana en el que uno no tiene ganas de ver cosas demasiado complicadas. Cada temporada tiene diez episodios, de poco menos de media hora de duración cada uno, por lo que se puede terminar una en cerca de dos horas y media. ¿Llegará hasta las ocho temporadas como hizo su referente clásico?