Tremendamente tímido, hecho un manojo de nervios y sin que nadie contara con él para las quinielas de los favoritos a ganar la Sirenita de Oro. Así recuerdan a Julio Iglesias los periodistas Pirula Arderius y Perfecto Arjones, dos de los reporteros de INFORMACIÓN que fueron testigos de la victoria del madrileño en el Festival de la Canción de Benidorm y cuyas crónicas y fotografías también son ya parte de la historia de lo que ocurrió aquella noche del 17 de julio de 1968, de la que este martes se han cumplido 50 años. Una noche en la que un joven alto, flaco y prácticamente desconocido para público y medios de comunicación acabó sorprendiéndolo a todos al alzarse con el premio de uno de los concursos musicales más relevantes de la época.

«Aquel año el Festival se celebró en la plaza de toros y era la primera vez que a mí me enviaban a cubrirlo. Con Julio Iglesias coincidíamos en el hotel a la hora del aperitivo, donde nos juntábamos periodistas y participantes, y recuerdo que era un chico muy reservado, que no hablaba con casi nadie y que estaba un poco desbordado por todo aquello», relata Pirula Arderius. La noche de la primera semifinal, en la que actuaban los solistas, le tocó cantar en primera posición. «Estaba hecho un flan porque no había cantado nunca en público y casi ni se le oyó. Mi compañero -entonces también periodista de INFORMACIÓN- Pedro Rodríguez, que había vivido ya muchos festivales, me dijo: 'Este muchachito no tiene nada que hacer'. ¡Y mira si nos equivocamos todos!», añade la periodista.

Recién recuperado del accidente de tráfico que apartó definitivamente del mundo del fútbol, su gran pasión, Julio Iglesias llegó a Benidorm acompañado de uno de sus primos. A diferencia de otros muchos intérpretes, llegaba sin disco ni discográfica que le respaldara, explica José Pagés, funcionario municipal que años después dirigió el Festival de Benidorm. De modo que, sin experiencia y sin colchón, salió a las tablas de la plaza de toros «muerto de miedo. No sabía ni qué hacer con las manos, se las ponía todo el rato en los bolsillos o en el pecho... Pero, sin embargo, la canción cautivó al jurado».

Lo hizo con su interpretación y también con la versión pop de «La vida sigue igual» que un día después, en la segunda semifinal, realizaron Los Gritos, liderados por el crevillentino Manolo Galván. Porque, realmente, hubo mucha gente que no pudo ver a Julio actuar hasta el mismo día de la final: «Como el primer día cantó en primera posición y aquello empezaba con mucha puntualidad por la retransmisión de la REM, en el momento de su actuación todavía había gente del público que no había llegado y no lo vio actuar. Y también compañeros fotógrafos que se perdieron la foto», cuenta el fotorreportero Perfecto Arjones. «Al verlo salir a cantar, me llamó mucho la atención aquel traje blanco que usó para actuar y también que estaba muy rígido, por los nervios pero también porque no se desenvolvía bien en el escenario. Y para un fotógrafo es difícil poder captar una buena foto en esas condiciones», mantiene.

Sin embargo, aquella falta de soltura sobre las tablas la suplía con creces en el cara a cara. «Era una persona educadísima. Tímida, pero muy campechana. Al día siguiente de ganar fuimos a buscarle a su hotel, que estaba enfrente del nuestro, Pepe Vidal Massanet y yo para ver si podíamos entrevistarle. Y conseguimos hacerle la primera entrevista que dio en su carrera. Fue muy amable con nosotros en todo momento y nos contó que no se creía lo que estaba viviendo».

Si hay algo en lo que coinciden todos los testigos de esos días es en que aquel julio de 1968 pocos sospecharon que el tímido joven vestido de blanco se convertiría en el artista internacional que es hoy. También, en que nunca ha olvidado la ciudad que le dio su primera oportunidad. «Benidorm tenía un convenio con el Festival de Viña del Mar, en Chile. Cuando actuó allí ya se le empezó a ver un cambio. Después vino San Remo, Eurovisión,... Y el despegue fue brutal». Tanto que 50 años después sigue cosechando éxitos allá donde va. En eso la vida sí sigue igual.