Los informativos nacionales se han hecho amplio eco de la peripecia de los más de 160 viajeros del tren Badajoz-Madrid que la noche del 1 de enero se quedaron varias horas tirados en medio de la nada. Se ha hablado hasta la saciedad del deficiente servicio ferroviario en Extremadura, considerándolo una anómala excepcionalidad. Se ha hecho hincapié en aspectos como que todas las líneas que discurren por esa comunidad son en vía única y sin electrificar, y con traviesas de madera en algunos tramos, así como en la antigüedad de unos trenes sin cafetería ni vídeo y en las muchas paradas de los recorridos.

Algunos medios han enviado a equipos a vivir la aventura de viajar de Madrid a Extremadura en tren, para que narraran en primera persona la experiencia. Como si de una contemporánea Odisea se tratara, nos han contado lo obsoletas que están las infraestructuras, lo lentos y viejos que son los trenes y lo aburrido que se hace el trayecto al no poder entretenerse viendo una película o tomando un refrigerio en el inexistente bar.

Y sin pretender desmerecer lo más mínimo todo ese relato, porque no tengo duda alguna de que se corresponde fielmente con la realidad, quiero dar la enhorabuena a esos compañeros de Madrid que han descubierto ahora cómo es el tren convencional y le han dado visibilidad al correr a contárselo a todo el mundo. Pero lo que quizá ellos no sabían es que Extremadura no es la excepción, sino tan sólo un ejemplo paradigmático de la norma.

No todos los trenes son AVE, y no hace falta viajar a Extremadura para comprobarlo. Lo explicaba hace unos días en este periódico Javier LlopisJavier Llopis al describir cómo es la línea que comunica Alcoy y Xàtiva. Pero no es algo exclusivo de ese ramal: la dejadez hacia el ferrocarril convencional es, en mayor o menor medida, un fenómeno generalizado en toda España y asentado a lo largo del último medio siglo, desde que el coche particular y el autobús comenzaron a ganarle la partida al tren como medio de transporte más habitual.

Muchas líneas se cerraron y desmantelaron; otras se dejaron casi a su suerte, sin apenas mejoras, llegando a nuestros días en algunos casos con una infraestructura de finales del siglo XIX o principios del XX; la electrificación y la duplicación de vía sólo llegó a las principales ciudades; y en esas líneas olvidadas, por las que en general fueron pasando cada vez menos trenes, a veces tardó en renovarse el material móvil o su mantenimiento no fue óptimo.

Desidia histórica

Ese desinterés institucional por el tren que se utiliza para ir al municipio de al lado o a la ciudad de referencia más cercana se inició en los últimos años del franquismo, pero lo llamativo es que siguiera con la democracia y el Estado autonómico hasta llegar a la actualidad. Basta con mirar las líneas, tanto de vía estrecha como ancha, que existieron en la provincia y se clausuraron. Trazados que, casi en su totalidad, tendrían bastante potencial de tráfico de viajeros y vertebración territorial.

Hace 50 años era posible llegar en tren a Torrevieja, o ir de Villena a Alcoy y hasta la misma playa de Gandia, o desde esta localidad a Dénia y hasta Alicante siguiendo la costa. Pero además, desde 1985 es imposible ir a Andalucía desde la provincia, debido a la incomprensible clausura de la línea que unía Murcia con Granada; también estaba previsto cerrar el ramal de Xàtiva a Alcoy, pero la intervención de la Generalitat lo evitó.

Desde entocnes, no obstante, esa línea ha quedado como una especie de lastre por el que nadie se preocupa pero del que, paradójicamente, nadie quiere deshacerse por lo impopular que sería. La vieja idea de prolongarla a Alicante, aprovechando en la medida de lo posible el trazado inconcluso que se inició en la dictadura de Primo de Rivera, ni se llega a tomar en consideración.

Resulta difícil comprender que la vía entre La Encina y Alicante no se electrificara hasta 1987, y que además esa electrificación no se extendiera hasta Murcia y no se haya hecho después, y que no haya dos vías en el trazado. Como tampoco se comprende que se aprovecharan los daños de unas inundaciones, también en 1987, para desmantelar el ramal a Torrevieja en lugar de rehabilitarlo y recuperar el tráfico de viajeros.

Cuesta entender que lleven 45 años hablando de la conexión de Dénia con Gandia y que no se haya hecho nada. O que se eternice la eliminación de todos los tramos de vía única que quedan en el Corredor Mediterráneo, y que un viaje hasta Barcelona sea ahora más largo que hace 20 años.

Y es inaudito que el aeropuerto de El Altet siga sin conexión ferroviaria, ni siquiera con la línea actual a través de alguna solución provisional; aquí, lo de menos sería la antigüedad de los sufridos automotores que hacen el trayecto Alicante-Murcia, que alcanza ya los 37 años.

La reciente implantación de nuevos trenes regionales entre Alicante y Villena es como un oasis en mitad del desierto, y supone un indiscutible paso adelante, aunque las cosas se podrían haber hecho mejor. Por ejemplo, reabriendo la desaprovechada estación de Monóvar, haciendo que todos los media distancia a València pararan en Novelda y Sax o cambiando la parada de la Universidad por San Vicente en los que van a Albacete. Y, al mismo tiempo, actuando en las líneas a Murcia y a Alcoy, dejando trazados modernos y seguros para un tren tan necesario o más que el AVE, aunque tenga menos pompa y ocupe menos titulares que él.