La muerte esta semana de un niño de apenas dos años a manos de la pareja de su madre o la intoxicación este verano de un bebé de apenas 15 meses por cocaína y cannabis han puesto el foco a una realidad cruel y, por desgracia, frecuente: el maltrato infantil. Casos que en ocasiones salen a la luz gracias a los pediatras y a otros médicos que tratan a estos menores. No en vano, en el último año el personal sanitario ha lanzado en la provincia 370 alertas ante sospechas de malos tratos a niños en el hogar, según datos facilitados por la Conselleria de Sanidad. Unas cifras que van en aumento. En 2016 fueron 233 notificaciones y en 2015, 198. El aumento en dos años ha sido del 87%.

Pero estas cifras son solo la punta del iceberg de una realidad que con demasiada frecuencia se queda en la intimidad del hogar. «El maltrato infantil sigue siendo una realidad oculta», señaló esta semana en Alicante la vicepresidenta del Consell, Mónica Oltra, quien añadió que en este terreno «nos encontramos como hace 20 años en el caso de la violencia machista». De hecho, el número real de niños que sufren malos tratos en sus casas sigue siendo una incógnita. En la Conselleria de Educación no han podido concretar cuántos casos son notificados por los profesores, ya que, aseguran, no están desglosados dentro de las estadísticas del acoso escolar. De igual manera, en la Conselleria de Igualdad tampoco saben concretar a cuántos padres y madres se les ha retirado la tutela por malos tratos a sus hijos.

Un informe de 2017 sobre malos tratos detectados en el ámbito sanitario permite poner rostro a esta realidad. Lo sufren más las niñas que los niños. El de los menores de cinco años es el grupo de edad donde se detectan con mayor frecuencia. La mayor parte de estos episodios se dan en las ciudades y la mitad de las víctimas procede de familias que no están en riesgo social. «Los malos tratos no tienen por qué ir unidos a pobreza. Un maltratador puede ser un director general», señala el pediatra Antonio Redondo. Sin embargo, muchos de estos casos se dan en familias desestructuradas, por ejemplo, con divorcios conflictivos de por medio. También está demostrado, añade Redondo, «que los progenitores que han sufrido malos tratos siendo niños tienen posibilidades de ser maltratadores».

En sus décadas de trabajo tratando a niños, Redondo se ha topado con casos muy duros de violencia, alguno de ellos con resultado de muerte. Reconoce que no siempre es fácil de detectar un presunto maltrato. «Es muy complicado obtener muestras orgánicas que demuestren esta situación y a veces se ve más por el comportamiento del niño». Una adicción al móvil, una fuga del colegio o del instituto, un cambio en el rendimiento escolar... Son pistas que a veces llevan a los profesionales a sospechar de que algo ocurre en casa.

Otra forma de maltrato es la negligencia en el cuidado de los niños, algo sobre lo que también están muy encima los pediatras. «Nos fijamos en si acuden a las citas programadas, si tienen todas las vacunas puestas, si cambian con frecuencia de pediatra... Son indicios que nos pueden llevar a pensar que existe un abandono en el cuidado del menor», afirma Isabel Rubio, presidenta en la provincia de la Asociación Española de Pediatría Extrahospitalaria.

Desde hace unos años, la Asociación Española de Pediatría considera el maltrato infantil como un tema clave. Según indica Antonio Redondo, «la cuestión se incluye en congresos y programas científicos como un tema más a tratar, igual que las vacunas o las enfermedades pediátricas. Eso ha hecho que los pediatras estemos mucho más sensibilizados en su detección».

Cuando el personal sanitario se encuentra ante un caso muy evidente de malos tratos, por ejemplo un niño que llega a Urgencias con golpes o huesos rotos, enseguida se comunica a la Fiscalía y a las fuerzas de seguridad, «y automáticamente se le retira la tutela a los padres para salvaguardar al menor», explican desde la Conselleria de Igualdad.

Cuando se trata de una sospecha o los malos tratos son más bien por una negligencia en el cuidado del menor, el personal sanitario se pone en contacto con el trabajador social del centro de salud, «quien a su vez traslada la situación a los servicios sociales municipales para que contacten con la familia, trabajen con ella, y hagan un seguimiento del caso», señalan desde Igualdad.