En la antesala del Día de los Enamorados y cuando todo estaba preparado para celebrar la mayoría de edad de uno de sus nietos, de forma totalmente incomprensible y sin que todavía hoy la familia haya podido encontrar una explicación a lo ocurrido, Juan Mora, de 75 años, acababa con la vida de su esposa, Paquita Maroto, de 71, en el domicilio familiar, en el valenciano barrio del Cabanyal-Canyameral. «Para nosotros fue un accidente», sostiene una de las hijas del matrimonio, quien pese a los meses transcurridos sigue sin dar crédito a que su madre esté muerta y su padre en prisión acusado de estrangularla.

Ningún miembro de la familia, ni hijos, ni nietos, ni amigos o vecinos de la pareja, presenciaron jamás una actitud violenta de Juan hacia su mujer, ni siquiera una discusión fuera de lo normal o una voz más alta que la otra. Para ellos el mazazo fue terrible. «No creo que discutir por la sal sea un indicador de lo que llaman violencia machista», apuntaba su hija. «Estábamos todos los días con ellos, y sus nietos también, y nunca le vimos tratar mal a mi madre, no es un maltratador como se ha dicho por ahí», remarcó la mujer, quien prefirió no hacer más declaraciones para evitar revivir el dolor de un crimen que se niega a calificar de machista.

Sin indicios violentos

Por desgracia, el caso de Paquita Maroto no es un hecho aislado, no es una excepción que nadie de su entorno más próximo, ni tan siquiera ella misma, detectara el menor indicio de conducta agresiva o controladora que suele darse en muchos otros de los autores de este tipo de muertes violentas. Tan solo basta analizar las víctimas mortales de la violencia machista en la Comunidad Valenciana de este año 2016 para darse cuenta que tres de las siete fallecidas tenían más de 70 años y ninguna de ellas había denunciado a su marido ni había alertado del peligro que corría. A esas edades la lacra machista se esconde silenciosa hasta hacerla prácticamente indetectable incluso para la propia víctima.

Esta problemática, apenas visible en las memorias anuales del Observatorio contra la violencia doméstica y de género, se pone de manifiesto cuando desglosamos por edades las cifras de víctimas con órdenes de protección y la comparamos con la de mujeres muertas a manos de sus maridos o compañeros sentimentales. Así, mientras que las denuncias y medidas cautelares acordadas para aquellas mayores de 75 años suponen tan solo un 0,57 por ciento del total, en el caso de víctimas mortales en esta misma franja de edad el porcentaje se sitúa en torno al 15 por ciento del número total de fallecidas.

Así, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), de las 27.624 órdenes de protección acordadas el pasado año 2015 en España, solo 158 lo fueron a mujeres mayores de 75 años. El año anterior, en 2014, la cifra de víctimas de violencia machista de esas edades era muy similar, con 148 medidas cautelares adoptadas. «Las mujeres mayores no denuncian porque sienten que hacerlo sería traicionar a sus hijos», sostiene Rosa Guiralt, fiscal delegada de violencia de género de Valencia.

Del mismo modo, las estadísticas de maltratadores mayores de 75 años tampoco reflejan los porcentajes que posteriormente se dan en los crímenes machistas. De los 27.562 denunciados por violencia contra su pareja en 2015, con órdenes de alejamiento u otro tipo de medidas cautelares, solo 256 eran ancianos. Asimismo, muchos asesinos machistas de edad avanzada optan por suicidarse al ser conscientes de su crimen o tratan de acabar con su vida sin lograrlo.

Esto fue también lo que ocurrió en el caso de Paquita. El pasado 13 de febrero, su nieto, viendo que sus abuelos no acudían a la fiesta de cumpleaños donde les esperaba toda la familia, fue al domicilio de éstos en la calle José Benlliure. Al no obtener respuesta tiró la puerta abajo junto a su tío. En el interior yacía el cadáver de la mujer y, en una de las habitaciones, su presunto asesino, Juan, con lesiones superficiales de arma blanca que él mismo se había infligido.