Lo de que se mate al mensajero es algo que los periodistas tenemos más que asumido. Es uno de los gajes de este oficio nuestro. Por eso a estas alturas a uno no le extraña recibir furibundas críticas -procedentes de padres, que es lo peor- por la publicación de las imágenes del macrobotellón en la playa de San Juan el día de Santa Faz y de cómo quedó el panorama a su conclusión. (Vaya desde aquí mi más sincera enhorabuena a los servicios de limpieza por la rapidez y eficiencia en la recogida de toda la basura).

Se indignan algunos progenitores porque las reacciones a la pocilga en que acabó convertida la playa vengan a decir que los alicantinos somos unos cerdos. Generalizar es siempre injusto, qué duda cabe, pero, me van a perdonar, un poquito (un poquito bastante) sí lo somos. Asumámoslo, que es el primer paso.

Y no es sólo por la playa tras Santa Faz, es, por remontarnos a algo reciente, por cómo acaba la Rambla tras las procesiones de Semana Santa. Y ahí no hablamos -sólo- de jóvenes precisamente. O por cómo están las calles con cacas de perro o chicles pegados en el suelo cada dos pasos.

La pregunta es: ¿Somos más guarros que los habitantes de otras ciudades? La respuesta es que los hechos nos demuestran que sí. ¿Todos? No, afortunadamente, ya sólo nos faltaba eso.

Pero finos, como buenos alicantinos, sí que somos, oye. Que luego nos escandalizamos por una campaña de limpieza que dice, no textualmente pero sí en el fondo, que nos comamos la mierda con patatas. O porque leamos en el Facebook que somos unos cerdos.

Volviendo al macrobotellón y sus reacciones en las redes sociales, sobre todo. "Sois responsables de generar discusiones y peleas", se nos dice. La solución pasaría, según estos padres tan preocupados por la imagen cívica de los alicantinos, por silenciar el problema y santas pascuas. Pues, perdonen, pero no. Aquí hay un problema y gordo, que no es otro que el hecho de que hay miles y miles de jóvenes -en buen porcentaje menores- que aprovechan la más mínima excusa -llámese Santa Faz, paellas, Hogueras, Carnaval o simplemente que es sábado- para cocerse a beber alcohol como si no hubiera mañana.

Digámoslo claro: estamos criando a una generación de alcohólicos en potencia. Sí, señor y señora, sí, su hijo o hija, el o la que llegó a casa borracho/a hasta las trancas la noche del pasado jueves, lo es. Podrá usted autoconvencerse de que la juventud tiene esas cosas, que ha sido la primera vez o que fue por culpa de sus amigos... Tápese los ojos cuanto quiera, pero alguna vez tendrá que ponerle el cascabel al gato. A ser posible pronto, que su vástago ni tiene siete vidas ni más de un hígado.

Podrán imponerse multas u otras medidas coercitivas, podrán lanzarse campañas de concienciación, podrán promoverse actividades culturales o de ocio alternativas al bebercio sistemático de los findes, podrá hacerse lo que se quiera hacer, pero sin una educación responsable por parte de los padres y con ese consentimiento social, expreso o tácito, no se atisba una solución posible para el botellón.