José Sepulcre, presidente del Elche, definió a Victor Orta como un loco del fútbol y la verdad es que no le falta razón si tenemos en cuenta que es capaz de verse nada menos que 30 partidos de fútbol en una semana. El nuevo director deportivo franjiverde también está de acuerdo con esa definición y en una de las muchas entrevistas que le hicieron cuando realizaba el trabajo de secretario técnico en el Sevilla señalaba que «no sé ni como he llegado aquí, la verdad es que he sido un loco del fútbol desde que tengo uso de razón». Desde que tenía siete años andaba con los cromos de futbolistas en sus manos. Sus hermanos le tapaban el nombre del jugador y tenía que adivinar quién era y de dónde venía. El Mundial de México 86 acrecentó esa obsesión que jamás pudo imaginar que luego se convirtiera en profesión.
El Orta niño era de los que iban a los hoteles para que los futbolistas le firmaran en el Don Balón. Se veía todos los partidos. Incluso aprendió italiano para poder leer la Gazzetta dello Sport.
Tuvo claro que no estaba capacitado para ser jugador y pese a que hizo el curso de entrenador no se veía en un banquillo porque sufría mucho cuando a los futbolistas los dejaba sin convocar y no tenía inteligencia emocional para ser entrenador. Tampoco le atraía estudiar periodismo y lo dejó. Con todo ello, nunca pensó que terminaría trabajando en el fútbol.
Después de dejar el periodismo, estuvo en Marca, Radio Marca e Eurosport ofreciendo la opinión de todos los futbolistas que llevaba en su cabeza. También estuvo ejerciendo su trabajo en una agencia de representación, donde conoció a Monchi. Con él tuvo relación en el fichaje de Adriano e incluso en la firma de Juande Ramos como entrenador del Sevilla.
Cuando estaba de secretario técnico del Real Valladolid junto a Caminero en Segunda División y Antonio Fernández dejó el cargo de secretario técnico en el conjunto hispalense, Monchi se acordó de él.
En el club andaluz fue la mano derecha de su director deportivo y se convirtió en un parte importante en la consecución con los hispalenses de una Copa de la UEFA, dos Copas del Rey, una Supercopa de España y otra de Europa. Su cometido no era otro que el de viajar, ver futbolistas en todo el mundo y redactar informes de jugadores que podrían ser interesantes para el primer equipo del Sevilla y su filial.
Siente auténtica devoción por Monchi y no ha dudado en asegurar que trabajar a su lado es un Master de Dirección Deportiva cada segundo. Lo considera un auténtico innovador en las direcciones deportivas de España.
Sevilla le terminó marcando, siete años a orillas del Guadalquivir influyen, y en alguna ocasión ha confesado, al igual que lo hizo el mítico Pablo Alfaro en su despedida como jugador del equipo del Sánchez Pizjuán que «no nací sevillista, pero moriré sevillista». En esa idea también influye su hijo, que le ha dejado claro que será del Sevilla hasta la muerte y su segundo equipo el Sevilla Atlético.
De todas formas, sus ganas de aprender y abrirse fronteras pudieron con él y de la mano de Dietmar Beiersdorfer, director deportivo del Zenit de San Petersburgo, terminó en el fútbol ruso, donde ha estado hasta que José Sepulcre le convenció en una comida de que podía ser un primer espada en el Elche. Poder consolidar un proyecto como el franjiverde le atrajo tanto que lleva ya días negociando con el Zenit para que le abra las puertas y viendo jugadores para el Elche.
Si tuviera una máquina del tiempo firmaría Van Basten con 20 años, a Baresi «que la rompería todavía más en España» y a Nelinho para tirar las faltas. Pero tiene los pies en el suelo y con 16 millones deberá hacer un equipo competitivo que vuelva a lograr la permanencia en Primera División. Bueno, él es mucho más ambicioso. Un dato. Siempre ha admirado a Brian Clough, antiguo entrenador del Nottingham Forest, al que llevó desde la Segunda de Inglaterra a ser de los mejores equipos de Europa de la época, consiguiendo dos veces la Copa de Europa. Como director deportivo también quiere llevar al Elche a lo más alto.
