Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El juguete que no se rompió

La historia del deporte está llena de niños prodigio incapaces de asimilar el salto a la madurez

El juguete que no se rompió

Cuando tenía 16 años, solo el cielo era el límite para Sergio García. Ya había sido campeón de España, de Europa y del mundo en diferentes categorías, y era señalado de forma unánime como gran promesa mundial del golf. En un reportaje en Levante-EMV, la voz no le temblaba al afirmar con infinita confianza que conseguiría ser, más pronto que tarde, «uno de los mejores profesionales del mundo». La prensa especializada lo señalaba como «un fenómeno de la naturaleza», «el sucesor de Severiano Ballesteros». Sergio era un crío con una obsesión: «siempre hay algo que ganar». El golf le había permitido distinguirse del resto: un periodista viajaba desde Japón hasta Castelló para entrevistarle, el Rey lo recibía para felicitarle por sus éxitos. A Sergio le sentaba bien la vitola de niño prodigio, esculpido por su padre en el Club de Campo del Mediterráneo, en la Coma, en Borriol.

«Voy a sacrificar muchas cosas para ser alguien en este deporte», decía el Sergio adolescente. «Debes entrenarte más que nadie, duramente día tras día. Lo tengo muy claro». Ese Sergio era el que vivía «el golf con mucha intensidad», y así se convirtió en profesional y se coló entre los mejores del mundo. Así vivió la veintena, como un huracán. Sin embargo, a los 30 paró.

En Juguetes rotos (1966), Manuel Summers retrataba personajes populares en su juventud que habían caído en el olvido con el paso del tiempo. Impactante era el caso de Guillermo Gorostiza, dominador del fútbol patrio previo a la guerra con el Athletic, y del posterior al conflicto bélico con el Valencia, que veía venir una muerte prematura en un asilo de Santurce.

Sin caer en el extremo, evidentemente, el Sergio García adulto no había confirmado las expectativas que se generaron a su alrededor cuando era un niño. Había conseguido ser un golfista profesional, en efecto, pero quedarse tan cerca de varios majors, ese debe, marcaba su carrera hasta la injusticia. No se sabía muy bien si la perturbación era propia o ajena. En 2010, con 30 años, llegó la saturación. «Necesito un descanso», dijo, «necesito echar un poco de menos este juego», añadió. Y dejó de competir durante unos meses.

A su vuelta, el tono en sus declaraciones se encaja distinto. Había pasado dos años flojos, 2009 y 2010, sin ganar un torneo profesional.

«El golf solo no llena mi vida», afirmaba ese nuevo Sergio García, «si no hubiera jugado nada más que al golf lo habría dejado ya». «Pienso que hay que vivir la vida y ser feliz con lo que eres y tienes, y a mí todo esto me hace feliz, por lo que no voy a renunciar ni al pádel, ni al tenis, ni al póker, ni al fútbol con el Borriol». Eso es lo que en 2014 y en El Mundo Deportivo tenía «clarísimo» el genio de Borriol.

Con esa nueva actitud, en la paradoja, ha alcanzado a los 37 años la gloria en el golf. Ya no es el Niño sino García, el Ser-Gee-oh! que ilustra la portada de Sports Illustrated que agasaja al campeón del reciente Masters de Augusta.

El Sergio que no ha cobrado facturas en la victoria. «Siempre había sido un sueño ganar un torneo así de importante», dijo en la Coma hace unos días, en el recibimiento en su casa tras la gran victoria, rodeado de familiares y amigos. «Estoy orgulloso por todos los que me han ayudado a conseguirlo. Me he quitado presión», admitió.

«Si las lesiones me siguen respetando, me quedan muchos años de golf. Ahora tengo un major, pero sigo siendo el mismo». Ese juguete que afortunadamente no se rompió.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats