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El deshielo de los rusos en Alicante

El supermercado y cafetería Russkaya Lavka -«El banquito ruso»- es punto de encuentro de la comunidad rusoparlante de la capital. En la imagen, Anatoly y Tatiana comparten una cerveza ucraniana. PILAR CORTÉS

Quizá sepan más ellos que nosotros de la crisis de España, pero la entienden como «cambio» más que como «problema». El país de sol y maravillas del que sólo hablaban los ricos hace 15 años es hoy una tierra de saldos y de promesas abierta a casi todos los hijos de la madre Rusia. Desde que la oligarquía política y económica del país ha ensanchado el tallo de la copa de champán, la riqueza del monstruo exsoviético fluye al fin hacia las clases medias y trabajadoras y les permite alimentar el sueño de una vida distinta a la que vivieron sus padres y abuelos. Alicante se ha convertido gracias a sus pisos, sus playas y su gente en un lugar donde enterrar la certeza de un futuro difícil y donde tener otra oportunidad. Ya son más de 14.000 los rusos que viven entre Dénia y Torrevieja 14.000 rusos viven Dénia Torrevieja y más de 130.000 los que eligen la provincia cada verano.verano Además, se ha abierto en Valencia un consulado que tendrá oficina en Alicante. La comunidad que vino del frío cuenta cómo vive en su tierra de deshielo.

Konstantin aparca el Porsche, consulta la hora en su Ulysse Nardin y desbloquea su iPhone 5 para avisar de que se retrasa la reunión. Este joven nacido hace 28 años en Tomsk, Siberia, se define como «alteano» después de haber pasado los últimos 16 años de su vida en la villa blanca de la Marina Alta. Ya no es «el niño ruso» del patio del colegio, ahora es un conocido hombre de negocios que mira hacia los turistas y residentes de la comarca que vienen de su país de origen. «Aquí tengo muchos contactos», comenta trinchando un delicioso filete de buey en el restaurante Ca Joan.

En efecto, su móvil no para de sonar. «Me acaba de llamar el cónsul de Valencia, mañana comemos con los alcaldes de la zona. Me gusta tener amigos... -busca la palabra como si agitara una copa de balón- ...Influyentes», concluye. Konstantin habla mucho, con acento y saltándose algún artículo, en línea recta pero con paradas para contar anécdotas. Sonríe de vez en cuando, equidistante de la parquedad de su tierra natal y del derroche gestual levantino. El responsable de la cadena de establecimientos Ellite, especializada en el sector de joyería, ropa y muebles de lujo -el 90% de sus facturas son para clientes rusos-, se presenta como un simple chico que ayuda a su padre con la tienda y al que le gustan los relojes, los coches, la caza, la buena comida, los amigos y la vida familiar.

«Hace poco fuimos al cine con unos conocidos en Moscú», cuenta en el despacho de la recargada tienda de muebles -«los españoles me dicen que lo que vendo es "muy ruso"»- . «Cuando llegué a la señora de los tickets, le dije "hola". Mis amigos se reían de mí, en plan, ¿es que es amiga tuya o algo? Allí es un poco diferente, no es de mala educación no saludar al entrar o al salir. No suele hacerse, nada más» señala negociando la oportunidad del comentario con la responsable de prensa de la empresa, Lisa Lebedeva.

En el último número de Ellite, la revista que su familia edita y distribuye por la Marina, hace publicidad de su último proyecto: la promoción y venta de tres villas en una de las urbanizaciones más exclusivas de la provincia, Altea Hills. El verano podría haber ido mejor y es conveniente diversificar el negocio. La guerra de Ucrania se ha interpuesto entre sus clientes y sus tiendas del centro de Altea y, como dice el cónsul honorario de Rusia en la Comunidad Valenciana, Ramón Congost, «el dinero es aún más miedoso que las personas»: La tromba de turistas rusos que esperaban este verano ­-«un 40% más que el año pasado», según el cónsul-, se ha estrellado contra una percepción generalizada de inestabilidad en el país.

«Las privatizaciones salvajes de las últimas décadas y las exportaciones de petróleo, gas natural, carbón y madera han disparado la economía de Rusia en los últimos años», apunta Carlos Gómez Gil, profesor de Análisis Económico de la UA. Sin embargo, en 2014, la bajada del precio de las materias primas, la caída del rublo, el más difícil acceso al crédito y las sanciones derivadas del conflicto con Ucrania «la están llevando al borde de la recesión», concluye el experto. Los testaferros locales de la élite rusa, los nuevos millonarios y la floreciente clase media han frenado durante este verano su anterior ritmo de compras e inversiones en la Marina Alta. Los bisnietos de los bolcheviques empiezan a entender el conservadurismo económico.

Cae el telón de acero que separa la calle del tesoro de su joyería. Nadie en la acera, pero mejor esperar a que baje la persiana automática del todo. «A veces tengo miedo» dice tocándose el reloj, pero yo no puedo subir allá arriba en un Ford Focus a vender una casa de millón y medio», se justifica el joven.

El ruso es ostentoso y Konstantin trabaja ese rasgo del carácter de sus compatriotas. «Tengo clientes que me dicen: "mañana tengo una reunión importante, dame el mejor reloj que tengas". En España una persona que tiene dinero no tiene que demostrarlo, pero en Rusia es distinto: quien lo tiene debe aparentarlo», asegura sin darle mucha importancia.

Llama a Yulia, su mujer, para preguntar por la nena. Duerme, ella acaba de llegar a casa. Quizá esta noche hagan planes frente a un gin tonic en el salón. «Mi mujer quiere que nos mudemos a Barcelona. A mí me gusta, pero pienso en Moscú. Allí está todo el poder concentrado: conozco a gente de mucha pasta de esta zona que allí no serían nadie», reflexiona, preguntándose qué habría en la megalópolis del este para alguien con talento para los negocios como él. «¿"El dinero no da la felicidad"? No conozco esta frase. A lo mejor si la traduzco al ruso sí que me suena», responde. Se despide con un apretón de manos y una sonrisa sin despegar los labios.

«Silbar dentro de casa trae mala suerte». Ángel Pamies, nacido en Cox, no sabe si es otra superstición rusa o un refrán mal traducido, pero lo tiene prohibido hasta en la ducha desde que es pareja y padre del hijo de una moscovita llamada folclóricamente Lola Machado. De padre uzbeko, en cuyo idioma el nombre de su hija significa tulipán, y exmujer de un latinoamericano con apellido de poeta, esta madre y empresaria establecida en Alicante desde hace siete años intenta olvidar que se puede dibujar una recta trágica entre los países que salen en las noticias y las zonas donde su actual pareja decide hacer negocios.

Ángel cuenta que consiguió escapar de la crisis inmobiliaria de España al poco de montar una empresa constructora. «Para pagar deudas me dediqué a desguazar buques en Santo Domingo. De ahí llegué a Haití para participar en un ambicioso proyecto de remodelación del país. El terremoto de 2010 lo derrumbó todo, literalmente» cuenta sin perder el espíritu este vecino de la Vega Baja recién entrado en la cuarentena.

Superviviente, chaparro y recio, volvió a casa y desde hace dos años dirige junto a su mujer una revista dedicada al público ruso, turista y residente, que se distribuye en Madrid, la Costa Blanca y Murcia. «El negocio, ­-con una quincena de empleados entre Alicante y Moscú, cuentan- está funcionado muy bien». En Russian Inn priman los contenidos sobre estilo de vida, gastronomía y cultura elaborados por periodistas rusos y locales. En sus páginas se anuncian algunas de las empresas alicantinas mejor posicionadas en el sector del lujo y el turismo y con más interés en captar la atención del espléndido visitante del Este, cuya media de gasto por periodo vacacional supera la de cualquier otra nacionalidad: más de 1.400 euros de media por persona.

Este matrimonio mixto -un formato muy común entre los residentes rusos de Alicante- empieza vivir cómodamente de prestar sus páginas a compradores y vendedores para que se conozcan. «Ahora todas las empresas quieren anunciarse, porque se han dado cuenta de que los rusos, aunque buscan marcas y calidad, no miran mucho el coste. En Moscú -ciudad con la que Alicante ha tenido hasta dos vuelos regulares diarios este verano- el precio se triplica. Y les devuelven el 21% de todo lo que se llevan por la devolución del IVA», cuenta Ángel.

Lola está orgullosa del comportamiento de la comunidad rusa de Alicante. «Todos hacemos un esfuerzo por hablar español, mientras que hay extranjeros que llevan aquí veinte años y no hablan ni una palabra. Los rusos respetan la cultura local, quieren conocerla e integrarse en ella», cuenta emocionada para añadir que «eso es lo que queremos facilitar con la revista». Para este número ha pedido al escritor y periodista moscovita Dimitry Asinovskiy una comparativa histórica de ambos países que concluye que España y Rusia son, en realidad, naciones hermanas: despojadas de lo superficial, son pueblos nobles, luchadores y emocionalmente fogosos. De Iberia a Siberia hay un soplo.

Esta noche, la pareja y unos amigos y clientes, otro matrimonio mixto formado por una rusa y un francés, están de celebración en la apertura del nuevo restaurante del Panoramis de Alicante. Entre copas con la pompa local, van perfilándose principios de nuevos contratos publicitarios. Todo el mundo parece feliz.

Pero siempre hay una tele con las noticias sonando de fondo en las reuniones familiares. Se anuncian más sanciones a Rusia por el conflicto. «Ya veremos cómo nos afecta todo esto», cuenta Ángel, meciendo el carrito de la niña, la otra mano en el bolsillo. Percibe de reojo la mirada de su mujer. «No se te ocurra silbar», parece decirle.

La televisión rusa ha seguido muy de cerca las noticias de España durante estos últimos dos años. No porque la «pequeña» comunidad afincada en España, de unos 64.000 residentes, signifique algo dentro de una diáspora rusa de varios millones de expatriados en todo el mundo, sino más bien por las posibilidades que abre al capital ruso la debilidad económica del país. Mientras la televisión hablaba de pisos en primera línea de playa por 20.000 euros, la población rusa de Alicante crecía un 43% sólo entre 2010 y 2013. Para acompañar a los titulares del descalabro inmobiliario, entrevistaban a los decepcionados habitantes del país del sol.

Alena Pustobaeva estaba en el salón de su casa de la ciudad industrial de Samara cuando fue consciente del «problema» de los jóvenes españoles. «Nos estábamos partiendo de risa con esa chica que decía que la situación en España era tan horrible que hasta tenían que vivir en casa de sus padres. En mi región, viven dos familias en la misma casa», cuenta esta joven recién diplomada en Periodismo de 22 años. La demarcación administrativa -óblast­ - de donde viene Alena no es pobre pero tiene una renta per cápita inferior a la media del país.

La joven llegó hace apenas dos semanas a Torrevieja con su madre, Lubov, para inaugurar el apartamento que acaban de comprar en la urbanización La Ciñuelica. Ninguna de las dos habla español, pero Alena tiene un buen nivel de inglés que usa para traducir a su madre a todo aquel que no es ruso. No necesita estar siempre con ella: en la ciudad vive la comunidad más importante de Alicante con más de 4.000 residentes fijos.

«Estuve mirando mucho por internet para encontrar una casa cerca del mar al precio más accesible. Elegí esta urbanización porque hay más ingleses que rusos; queremos integrarnos del todo», añade Lubov, de 53 años y propietaria de una peluquería en Samara que espera a ser vendida o traspasada. Ella aguarda a que su marido, marino y mecánico, se instale definitivamente en su nueva casa y encuentre un trabajo en la ciudad. Alicante es «un lugar cálido y seguro donde se puede ir por la calle de noche y el gobierno se preocupa por los problemas de la gente», interpreta la chica de su madre.

«Y vio que no se había equivocado cuando el otro día la policía vino dos minutos después de que una familia protestara porque había un bañista desnudo en la playa. En Samara tienes un accidente de coche y puedes esperar a la grúa seis horas tranquilamente», cuenta Alena, un poco confusa por su doble rol de periodista y entrevistada.

Mientras su madre se apoya en su amiga Natalya para explorar Torrevieja, Alena debe viajar a Alicante. Su visado le obliga a estudiar español durante al menos 36 semanas en una academia homologada. La más cercana está en la capital de la provincia. De lunes a viernes, pasa seis horas al día en varios autobuses entre la ida y la vuelta. Está deseando que su padre vuelva y puedan ir a comprar un coche de segunda mano.

Lubov está muy contenta con el desprecio que se hace en España de la «dictadura de la imagen». Va cómoda a todas partes. «Mira, no llevo nada en las muñecas ni en el cuello, mientras que en casa tienes que pintarte cada vez que sales a la calle», cuenta a la vez que su amiga asiente, mujer también de un marino del Volga.

Educadas en la antigua URSS, para ellas el culto a la imagen y a la personalidad del pueblo ruso no es algo que haya traído el capitalismo. «Esto ya pasaba antes, el que quería destacar siempre encontraba una bufanda o se doblaba el pantalón para ser diferente. Lo que pasa es que ahora alguien puede ir vestido como si fuera un príncipe aunque no tenga nada en la casa», cuentan divertidas las señoras.

Es hora de seguir descubriendo tiendas. Alena se despide hasta la noche. Habrá que sintonizar la tele para ver las noticias de casa.

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