Antropóloga cultural de formación, Gabriella Coleman (San Juan, Puerto Rico, 1973) es una eminencia mundial en cultura digital y ciberactivismo. Años de estudio e infiltración, acompañados de no pocas dosis de miedo y paranoia, fructificaron en 'Las mil caras de Anonymous. Hackers, activistas, espías y bromistas' (Arpa Editores)

Comenzó como un grupo dedicado al acoso y a las bromas pesadas en internet y ha acabado erigiéndose en una herramienta de transformación política imparable dentro y fuera de la red. Son legión, son invisibles, son imprevisibles, son misteriosos, son astutos, son temidos y son admirados. Llenos de luces y sombras, ángeles para unos, demonios para otros, los miembros de Anonymous carecen de líderes y rehúyen cualquier personalización de sus gestas a la hora de hackear cualquier sistema que se les ponga por delante.

Nadie los conoce mejor que Gabriella Coleman, lo que, siendo tan escurridizos y prometiendo meter en problemas a cualquiera que intente acercárseles, da medida de la talla investigadora de esta profesora en la Universidad McGill de Montreal. En un marco en el que la esfera privada es cada vez más pública y la pública son cada vez más opacas, defiende la necesidad de mantener abiertos canales de anonimato de cara a ejercer la necesaria desobediencia civil. "Los estudios han demostrado que cuanto más vigilada se siente la gente, menos predispuesta está a hablar y actuar", sostiene. Coleman es una experta en subcultura ha­cker, como demostró en su última visita a Barcelona en una charla en la Escuela Europea de Humanidades.

¿De qué modo es el punto de vista de la antropología especialmente provechoso a la hora de analizar el universo hacker?

Como antropólogo has de estar presente e involucrado de forma íntima y prolongada con tu objeto de estudio. No hablamos de dos días ni dos meses, sino de dos años. En el caso de Ano­ny­mous era especialmente importante dedicarle mucho tiempo porque es un fenómeno que muta de manera muy veloz y dinámica. Hay constantes, pero el Anonymous de hoy no es el del 2008 ni el del 2011. Un acercamiento espaciado al fenómeno induciría a errores.