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Hacia el fin de la propiedad

La precariedad de la sociedad impulsa un nuevo auge del alquiler

Hacia el fin de la propiedad

Desde hace una década, lo más normal es que nadie sepa qué va a ser de él en los próximos años. La sociedad se ha acostumbrado a que un imperceptible cambio de condiciones en un lugar lejano, como el vuelo de una mariposa sobre un banco estadounidense, pueda provocar un tornado que desarbole todos los planes que había construido sobre lo que en apariencia era un plano político, económico y social estable.

Nadie garantiza que los bancos no vuelvan a quebrar, que el Estado recupere algún día la solvencia y que las empresas vayan a seguir siendo las impulsoras del empleo. La incertidumbre se filtra desde arriba hasta la vida cotidiana y empapa lo que algunos sociólogos llaman la sociedad líquida, donde nada permanece igual durante mucho tiempo.

En este contexto surgen preguntas nuevas: ¿Tiene sentido comprometerse con un banco durante 30 años cuando nueve de cada diez contratos de trabajo duran menos de uno? ¿Merece la pena invertir un año de sueldo en un coche que va a estar casi siempre aparcado? Y, sobre todo, ¿por qué gastar mucho en comprar pocas cosas si puedo gastar poco en acceder a muchas? Analizamos por qué algunos expertos avanzan «el fin de la propiedad» y el «auge del usufructo» en una sociedad abrumada por la incertidumbre económica, la precariedad material y el apogeo tecnológico.

Ascenso y caída

Antes, el milagro económico español convertía en bichos raros a quienes se hacían estas preguntas, porque casi todo iba bien y no había motivos nuevos para cambiar el paradigma que vinculaba propiedades y satisfacción. Entre 1995 y 2005 la renta per cápita en España pasaba de 11.000 euros anuales hasta más de 22.000. Quedarse sin trabajo no era tan dramático: el país crecía cada trimestre, la temporalidad había bajado un poco y la tasa de paro parecía plenamente europea al rondar el 10% tanto en el país como en la Comunidad Valenciana finales de 2005.

Más estables y optimistas que nunca, las familias españolas seguían considerando el alquiler como una pérdida de dinero. El porcentaje de hogares que no tenían su vivienda en propiedad no se movió en una década y sólo el 18% de las familias optaban por el alquiler en la Comunidad.

Símbolo absoluto de prosperidad para las clases medias, la compra de casas alcanzaba su cénit en España a mediados de la pasada década. En ese momento, las hipotecas sobre viviendas en el país habían aumentado desde las 403.000 registradas por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 1995 hasta superar el millón en 2005. Un esquema que se repitió Alicante, una de las provincias que con más fe había abrazado el ladrillo: los alicantinos multiplicaron por cuatro en diez años las adquisiciones de casas hasta alcanzar las 78.000 hipotecas firmadas ese mismo año.

Se compraban cada vez más casas y cada vez más coches. También el mercado de la automoción marcaba hitos: Alicante entregó 85.000 turismos recién salidos de fábrica a sus nuevos propietarios, la mayoría particulares. Las cifras históricas que aporta la Asociación Nacional de Vendedores de Vehículos a Motor, Reparación y Recambios (Ganvam) reflejan que el consumo se disparó a más del doble en diez años.

Otros símbolos de esplendor social, como los barcos de recreo, también lograban entrar en los presupuestos familiares durante estos años como nunca lo habían hecho. Carlos Sanlorenzo, secretario general de la Asociación Nacional de Empresas Náuticas (ANEN), explica que 2007 «fue el año dorado del sector» al marcar «el récord histórico de venta de embarcaciones» nuevas en el país. Sólo en la provincia se matricularon más de 12.000, que como las casas y los coches pasaban a formar parte del patrimonio de las familias. Operaciones costosas que en la mayoría de los casos requerían endeudamiento durante años del comprador, pero que una vez satisfechas se convertían en una propiedad sempiterna.

Poco después, en 2008, Lehman Brothers se declaraba en quiebra. Era el aleteo de la mariposa que precedía al caos. Empezaba la travesía por el desierto de las sociedades y los paradigmas occidentales que se ha bautizado como Gran Crisis. Sus momentos más importantes y sus consecuencias son de sobra conocidas.

Diez años después del crack, la economía sigue siendo endeble. Más de nueve de cada diez contratos son temporales y la jornada parcial, modalidad donde se esconden los llamados «minijobs» en España, ha ido ganado presencia en el mercado de trabajo hasta copar el 35% de los contratos que se firmaron en España en 2015, según datos del Servicio de Empleo Público Estatal (SEPE).

Más empleo precario, y peor pagado. El INE muestra que la crisis ha reforzado el sueldo de los trabajadores fijos, pero que ha empobrecido aún más a los temporales, que han aumentado en al Comunidad. Y un 24% de la población activa en la autonomía no puede ni lamentarse por sus malas condiciones laborales porque sigue desempleada.

En el horizonte, brutales crisis políticas. Pero el show del capitalismo debe continuar. Y surgen las alternativas.

Hacia el usufructo

Con menos seguridad y el poder adquisitivo reducido, las primeras contracciones en el paradigma de la propiedad aparecen pronto. La venta de casas con hipoteca es en la actualidad, tanto a escala provincial como nacional, la mitad de lo que fue en 1995, cuando el poder adquisitivo era aún menor. Al mismo tiempo, la cantidad de familias que se desprende, por necesidad o por elección, de la idea de poseer su vivienda no para de crecer. En 2005 representaba el 18% de los hogares de la Comunidad Valenciana y una década más tarde alcanza el 23%.

Algo parecido ocurre con los vehículos. Hoy en día, cuando el sector del coche nuevo se encuentra «asentando el consumo» en el país y «crece un 20% cada año», según el secretario general de la Asociación Española de Leasing y Renting (AELR), Manuel García; Alicante, una de las provincias más importantes para la automoción, está vendiendo menos coches nuevos que en 1998.

El renting, la opción de consumo que consiste en alquilar un vehículo renunciando a su propiedad pero también a los costes fiscales y a los gastos de seguro y reparaciones que acarrea, gana peso y da el salto del sector empresarial hasta el de los particulares. «El renting gana cuota de mercado dentro de una nueva cultura de "pago por uso" que está muy extendida fuera de nuestro país. La gente se está dando cuenta de lo que supone tener un coche que se devalúa rápido y que va a pasar media vida útil aparcado en un garaje», apunta.

Todavía mayoritario en el mundo de los autónomos y las empresas, el sector arrendó más de 170.000 vehículos en España en 2015, la mayoría turismos que los arrendatarios devolverán a sus propietarios «pagando un poco más que la cuota del préstamo que al final compensa», explica García. En la Comunidad Valenciana, el sector ha rebasado en agosto sus resultados de todo 2015.

Mientras el comprador general se desvincula de la idea de poseer un vehículo, la DGT registra un dato que confirma el temor que tienen los fabricantes de perder a las generaciones más jóvenes: las ganas, o la capacidad, de sacarse el carnet conducir decaen desde la crisis en el país y en Alicante. El número de nuevos conductores, según las estadísticas de la DGT, nunca había sido tan bajo desde la segunda mitad de los 90. A la vez, compañías dedicadas al «car-sharing» como BlaBlaCar suman adeptos con una media superior a los 300 viajes semanales con destino u origen sólo en la provincia.

Los sectores del ocio y del turismo también se contagian. En la náutica, ANEN asiste a un despegue sin precedentes del sector del alquiler de barcos -«con Alicante como segunda provincia más potente por detrás de Baleares», según su secretario general- desde hace dos años mientras que las ventas se mantienen muy bajas. Y empresas que ponen en contacto a propietarios con inquilinos de corta estancia como AirBnb están sustituyendo al mercado de las segundas residencias y sumando adeptos año a año. «Se abandona la idea de comprar una segunda casa en la playa, salvo que se mire como inversión, por la posibilidad de ir cambiando de apartamento cada año», cuenta el economista José Moisés Martín Carretero, uno de los primeros en hablar del fin de la propiedad y de la nueva «economía de acceso». Celebra también que «empresas como Bosch estén empezando a alquilar sus herramientas por horas» y que se esté «disociando la idea de disfrute de la de propiedad».

El «auge del usufructo» como prefiere llamarlo el catedrático de Sociología de la UA Antonio Alaminos se ha transmitido desde los jóvenes, más tecnológicos y precarios, hacia el resto de la sociedad. «Ellos quieren disfrutar del uso y no de la propiedad de los bienes. La tendencia es clara y cada vez más capas de la población se inclinan por el alquiler y por compartir en lugar de comprar», añade el doctor en Económicas de la UMH y experto en economía colaborativa José María Gómez Gras.

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