Hace un par de semanas cientos de madrileños denunciaban en las calles la proliferación de las casas de juegos y apuestas que se han convertido en una plaga en los barrios de la capital. Estos establecimientos están aumentando en los barrios obreros y, en concreto próximo a los lugares donde frecuentan los más jóvenes como son los colegios, institutos, bibliotecas y parques. Parece ser que la patronal del juego privado en España (Cejuego) a pesar de negar el hecho que se permita la entrada a los menores a sus establecimientos ha encontrado un colectivo vulnerable donde dirigir su actividad: los jóvenes.

Los jóvenes son el eterno dilema de nuestra sociedad. Desde hace unos años atrás es cada vez más presente la degradación de los lazos sociales derivados de las representaciones con la autoridad. Se observa una dificultad existente en encontrar nuevos ideales, los jóvenes de hoy en día se encuentran perdidos.

Muchas veces nos encontramos en consulta al adolescente que refieren en su queja «no me gusta nada» o el padre que demanda un poco de responsabilidad y autoridad en su hijo ante sus mayores. Parece que hasta ser padre hoy y representarse como tal es una verdadera problemática para los progenitores.

La caída de la autoridad junto la fácil accesibilidad a todo, da lugar a una sociedad adictiva como sostiene J.R Ubieto. Nuestros jóvenes viven envueltos en un mundo donde se les incita sin cesar a necesitar un producto determinado. Los adolescentes que se encuentran estructurando su personalidad son más proclives a sucumbir a las nuevas novedades. Aparece una obsesión por dichas novedades dando lugar a una necesidad permanente de estar conectado.

El joven adolescente se encuentra en un momento de construcción. Construcción de sus representaciones, sus ideales y por supuesto de una personalidad que obviamente viene marcada por la infancia, pero a la cual se le terminará de dar forma en la adolescencia. Puesto que la adolescencia es una construcción, nada resulta más fácil que deconstruirla.

Las casas de juego parece que comienzan a dar un cierto lugar a estos jóvenes donde no son capaces de acomodarse en este mundo voraz. Aparece un placer ligado al juego que les da una consistencia de ser. Por lo que atajar esta problemática en las consultas establece una cierta dificultad, ya que no se trata de prohibir. El hecho de prohibir provoca una creciente voluntad de destrucción. Citando al reputado psicoanalista Eric Laurent «¿Quieren prohibir? Entonces quieren más».

Parece que los jóvenes encuentran una identificación en las casas de juego que le aporta una satisfacción consecuente con la defensa de esta nueva sociedad donde no consiguen situarse. El apostar, podría ser una respuesta de hacerse amo de lo imposible, de anticiparse a la contingencia vertiginosa que es el mundo real.

Será interesante por tanto establecer medidas primeramente legales; por ejemplo en la comunidad de Madrid no se establece una limitación en cuánto a la apertura de número de locales. Algo que es totalmente alarmante, ya que nos muestra nuevamente la falta de límites sociales dejando un libre acceso a la satisfacción desmesurada.

En consulta la cura no irá centrada a la supresión del síntoma ludópata, sino más bien a descubrir que función tiene dicho síntoma en el curso de su existencia Se trataría entonces de una solución que pueda encauzar la satisfacción que da el juego con algo más acorde y más saludable para el sujeto. El análisis no cura la ludopatía, pero sí su relación con el dinero y permite una regulación con el acto compulsivo y maníaco del juego.