Recientemente nos conmovía en nuestra ciudad el caso de un adolescente de 14 años quien había asesinado a su hermano de 19 años. Sin dejarnos recuperar demasiado, una nueva matanza en Estados Unidos en un colegio de Florida, nos traía noticias sobre los efectos de la violencia en la juventud contemporánea.

Mientras Michael Ian Black, en el New York Times en su artículo «The boys are not all right» escribía que lo común en estos actos fuera que eran «niños» (en masculino) interrogándose sobre la actualidad de la virilidad, personalmente no podía dejar de observar que lo común era: «Todos adolescentes».

¿Cómo pensar esto? En primer lugar podríamos decir que la adolescencia es la etapa de la vida en donde los efectos de la sociedad contemporánea, tiene su mayor impacto. En una sociedad de consumo, adictos a los objetos del capitalismo, una sociedad explicativa por la ciencia y que tapona la subjetividad de las personas, la adolescencia se presenta como el lugar privilegiado para detectar los síntomas de nuestra sociedad, entendida como un ciclo vital en construcción y de transición entre la infancia y la adultez.

¿Es la violencia entonces síntoma de la adolescencia o efecto de nuestros días contemporáneo?.

La violencia no es agresividad: La violencia es muda, no tiene oportunidad de palabra (es la cabeza agachada de Nikolas Cruz en el juzgado de Florida, sin enunciación) tiene que ver con un acto generalmente del lado de lo impensable. No hay mediación y por tanto no hay pensamiento, y es por ello que el acto se presenta con semejante brutalidad; es el impacto de lo «bruto» que nos conmueve.

La agresividad, en cambio, considerada del lado de la rebeldía en la adolescencia, es un signo de salud. Se requiere una cierta agresividad para poder producir una «buena separación» por ejemplo con las figuras parentales en esta etapa de la vida. Hay una rebelión del adolescente que puede ser saludable en ese sentido para abrirse a otros lazos más allá de la familia. Por eso es recomendable no ir de frente con ella.

Entonces sería interesante dudar acerca de estas definiciones sociales de «jóvenes violentos» (en muchas ocasiones pensados en algo que se encuentra unido «jóvenesviolentos») y darles la oportunidad de ser considerados en una rebelión, una revuelta, una oportunidad no solo de darle la palabra, sino de re-introducirlo en la cuestión como sujeto (¿quién soy?, ¿de que se trata ser un hombre o una mujer?). Cuestión donde la «educación emocional» o la «gestión conductual» no tiene mucho que hacer. ¿Qué podemos saber nosotros sobre lo que es la tristeza o la angustia para un sujeto, cómo explicarla entonces? Será necesario entonces que cada uno tenga la oportunidad de circunscribirla a su propia experiencia y a sus propias palabras.

Mencionábamos antes que la violencia no era agresividad, sino muda, sin posibilidad a la palabra, donde la satisfacción lo guía al sujeto hasta sus últimas consecuencias. Pura satisfacción. ¿No son acaso éstas las características de nuestra sociedad contemporánea? ¿No es la dirección hacia la satisfacción misma donde nos guía hoy la sociedad de consumo hasta volverse casi una orden?. «Goza», «Sé feliz», «Disfruta de la vida». Daniel Roy en su artículo «Mala Juventud» lo dice más claramente: «El adolescente se convierte en testigo viviente del imperativo de satisfacción que se formula en la civilización y que produce malestar, lo que se enuncia hoy bajo la fórmula "Mírenles gozar"».

A mi me recordó la frase del joven alicantino cuando al momento de cometer el acto, acurrucado en un rincón, le dice a su madre: «Mamá mira lo que he hecho».