La Bulimia Nerviosa es un trastorno alimentario en el cual la persona que lo padece tiene un impulso o tendencia incontrolable de comer grandes cantidades de alimento en un corto período de tiempo -lo que se conoce como atracón- seguido a continuación del vómito. Una secuencia que puede llegar a producirse una o varias veces a lo largo del día.

La opinión dominante en la actualidad es que las personas que sufren estos desórdenes son víctimas de un canon de belleza impuesto por los medios y la moda, por el cual asumen que estar delgadas es la clave para el éxito social. Sin embargo, la experiencia clínica con estas pacientes nos ofrece otra lectura completamente diferente, muy alejada de los medios y la moda: el desorden alimentario es un intento de resolver un conflicto que, aunque se orienta a la comida y manifiesta sus consecuencias en el cuerpo, tiene un origen emocional. ¿Por qué sino una vez alcanzado ese «canon» siguen con los atracones y los vómitos?

¿Cómo detectarla?

La Bulimia suele darse en mujeres jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y los 25 años, frente a la anorexia que suele aparecer en edades más tempranas. Las personas con Bulimia Nerviosa experimentan una pérdida de control sobre su comportamiento alimentario. No pueden parar de vomitar o darse atracones, algo que momentáneamente les tranquiliza y les calma la angustia, pero que termina siempre generándoles sentimientos de culpa y vergüenza. Este sufrimiento posterior es el que les llevará a dar el paso de pedir ayuda para iniciar una terapia. Esta circunstancia es la que la diferencia de la Anorexia, pues esta última se caracteriza por su extremo rechazo al tratamiento y una negación de los síntomas. Por ello suelen ser los familiares quienes buscan ayuda.

La Bulimia suele pasar desapercibida en el inicio de su evolución y por ello es difícil de detectar. Tanto el aspecto corporal de la joven como su forma de comer delante de otras personas es aparentemente saludable. Por otra parte, lo habitual es que se encuentre en normopeso o, incluso, pueda llegar a padecer un ligero sobrepeso. Sin embargo, ciertas señales en su comportamiento, actitud y estado de ánimo indicarán que algo está pasando: cambios muy bruscos en el peso corporal, ropa de muchas tallas en el armario, envoltorios y envases vacíos (galletas, chuches, chicles) o purgativos (laxantes) en su habitación, descontrol de horarios y actividades, vacío rápido de la despensa y/o del frigorífico, escapadas repentinas al baño asociadas con un uso excesivo del agua (ducha, cisterna, grifo), cambios en el estado de ánimo, impulsividad e intolerancia a la frustración, entre otros. A medida que vaya pasando el tiempo se irán incorporando indicadores físicos que podrán confirmar el diagnóstico: callosidad en el dorso de la mano (Signo de Russell) debido al roce repetido de los incisivos superiores al provocarse el vómito, erosión del esmalte dental y caries o piel deshidratada, por nombrar los más relevantes.

La familia como soporte

Un factor de buen pronóstico en los desórdenes alimentarios es el inicio temprano del tratamiento. Para ello es fundamental la labor de detección precoz y tanto la familia directa como los docentes y el entorno social son figuras que deberán estar orientadas en una misma dirección.

La actitud de extrema vigilancia que algunos padres muestran, fruto del desconocimiento y la ansiedad que están sufriendo, puede tener efectos contrarios a los deseados, ya sea antes de empezar la terapia, con una negativa de su hija a acudir al centro, o una vez iniciada la misma con un constante rechazo a asistir a sus sesiones. Por este motivo, ante la sospecha de un trastorno alimentario, es de vital importancia contactar con un centro especializado que les pueda orientar sobre cómo actuar, tanto en los momentos iniciales como a lo largo del tratamiento. Desde Centro UNO consideramos a la familia como parte afectada y, por ello, destinamos espacios individuales y grupales (talleres de padres) ofreciéndoles un lugar donde poder compartir la experiencia que están viviendo e ir acompañándoles durante todo el proceso. Es importante que la familia sepa qué debe hacer y sobretodo qué NO debe hacer para ayudar a que su hija encuentre una mejor manera de vincularse con la comida y, en suma, consigo misma.