Sentarse sobre un mullido cordero. Escribir cartas desde las entrañas de un rinoceronte. Tomarse una copa sacándola de la barriga de un muflón. Esto, que parece un imposible juego surreal, es lo que lleva haciendo durante décadas una muy privilegiada parte de la alta sociedad internacional. Todo gracias a François-Xavier y a Claude Lalanne, fallecida a los 93 años el pasado abril (su marido lo había hecho en 2008): la pareja de escultores que siguió trabajando con una confianza inquebrantable en sí mismos pese al rechazo constante del arte oficial.