Al principio, las musas trabajaban con el creador. No es que hicieran jornadas maratonianas ni que se encargaran de tareas tediosas, pero los diseñadores preferían tenerlas cerca como consultoras. Así fue cómo, entre otras, la socialité Mitzah Bricard entró en Dior o la modelo Betty Catroux en la maison Saint Laurent. Hasta que en 1982, una modelo francesa llamada Inès de la Fressange, con un asombroso parecido a Coco Chanel, firmó un contrato con la marca francesa para prestarles su imagen en exclusiva. Así comienza la lucrativa unión contractual de las celebridades y las firmas de moda, un negocio que cada año sube enteros. “Normalmente recibimos de las marcas entre 30.000 y 50.000 dólares.