Todo, o casi todo, tiene un explicación. Las décadas de modelos serias e impertérritas en desfiles, sesiones y campañas tienen un porqué: sonreír es vulgar, al menos, históricamente hablando. Durante los siglos XVIII y XIX existieron las llamadas tarjetas de visita, una suerte de retrato o foto de perfil analógica que los burgueses entregaban a sus colegas de clase social para reconocerse entre ellos. Al ser primeros planos, la calidad y el lujo de la ropa quedaban ocultos, así que se les pedía seriedad absoluta para significar poder económico. Ese mismo desdén aristocrático se trasladó a la moda de forma casi natural. Al fin y al cabo, comunicar aspiración y superioridad es la base de este negocio.