Casi nadie lo conocía, pese a que muchos lo idolatren. La personalidad del fotógrafo (y figurinista, y pintor, y escritor) Cecil Beaton era un enigma complejo. Tan mordaz y ansioso de celebridad como Truman Capote, con una lengua viperina digna de Oscar Wilde y una fluidez sexual solo comparable a la de David Bowie, Beaton se presenta como un genio misterioso, un rompecabezas que Lisa Immordino Vreeland intenta recomponer en Love, Cecil, un documental nada complaciente con la figura de aquel que cambió el rumbo de la fotografía de moda del siglo XX. “Estuve más de tres años buceando en archivos, en museos, entrevistando a algunos de los que lo conocieron. No quise ensalzarlo ni tampoco polemizar, solo presentar los hechos, a veces contradictorios, de un personaje fascinante”, explica la directora.