Es algo como si no perteneciera a este mundo, como un cuento de hadas", dijo hace casi dos décadas Woody Allen de la ciudad de Oviedo. Y la capital del Principado le devolvió el cumplido con una estatua en una de sus calles más céntricas y concurridas. Ciertamente, esta urbe medieval tiene mucho de aquello que expresó el autor de Manhattan y Annie Hall: una capacidad única para rebelarse contra la modernización desmedida y transportarnos a un tiempo pasado. Cómoda, elegante, bonita, 'señorona', aquí todo está limpio, cuidado, las aceras relucientes, las fachadas remozadas y el centro completamente peatonal, muy propicio para dejarse llevar por el placer de deambular sin prisa.

Dejarse llevar

Oviedo atesora uno de los cascos históricos más coquetos del país y su entramado urbano parece pensado para el viandante. Ochenta calles (más de 200.000 metros cuadrados) se encuentran cortadas al tráfico, lo que convierte cada paseo en una experiencia de lo más apacible. Solo una melodía rompe su silencio de hora en hora: las campanadas de la Plaza de la Escandalera que, para asombro del turista, entonan el 'Asturias patria querida.' En este punto, donde confluyen el centro histórico y el área más comercial, encontramos dos esculturas, uno de los rasgos más característicos de la ciudad: Maternidad de Botero (o 'la muyerona', como la llaman los locales) y Los Asturcones, de Manolo Valdés. Muy cerca, el Teatro Campoamor donde, desde 1981, se entregan los premios Príncipe de Asturias. También la calle Uría, arteria principal flanqueada por reconocidos comercios, y el Parque San Francisco, donde Mafalda nos espera sentada en un banco. Y, como no, el casco viejo, un pétreo laberinto de callejuelas bajo palacios y casas burguesas presidido por su imponente catedral gótica. En esta zona, emerge como un transeúnte más la figura de La Regenta, esculpida en homenaje al personaje y a la novela de Leopoldo Alas Clarín cuya acción transcurre en "Vetusta", trasunto evidente de Oviedo.

De culín en culín

Parada obligatoria es el Fontán, una pintoresca plazoleta porticada, abrazada por las típicas casas de colores con su balconada de madera. Aquí el día discurre entre tiendas de artesanía y puestos de flores, libros y antigüedades. Y ya en la noche la animación palpita en sus terrazas hasta bien entrada la madrugada. El Fontán es uno de los focos para entregarse al ritual de la sidra, pero no es el único en la ciudad. Calles como Cimadevilla, Mon o Gascona dan fe de que esta ciudad, en lo que se refiere al ocio, no tiene nada de clásica. Para terminar nuestro paseo, subimos a las alturas. Nada mejor para apreciar Oviedo en perspectiva que realizar una bonita excursión a las faldas del monte de Santa María del Naranco. Desde este punto alcanzaremos una panorámica fabulosa sobre los tejados de la ciudad. Y ya de paso disfrutaremos de la vista de las iglesias de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, dos joyas prerrománicas, declaradas Patrimonio de la Humanidad.