Huir era la peor decisión. Cuando un preso lo intentaba, a los pocos días se le daba por muerto. Las condiciones climáticas del penitenciario de Ushuaia y el duro trabajo en el bosque que se le sumaba a estas, hacían de este frío rincón la peor de las condenas. Presos como el Petiso Orejudo, el primer asesino en serie de Argentina, o Simon Radowitzky, un anarquista acusado de matar al jefe de la policía de Buenos Aires, cumplieron sus penas entre estas paredes.

La historia de la cárcel de Ushuaia es fundamental para entender el desarrollo poblacional de la ciudad. La única vida del territorio era la indígena, y ya hacía años que se había acabado con ella. Faltaba gente en el pueblo, punto estratégico en el mapa, y no es que hubiera muchos voluntarios dispuestos a moverse a la zona.

Así que los presos serían los encargados de mantener la zona viva. Primero, se trasladó a mujeres y hombres hasta allí. Algunos se casaron, la cosa parecía salir bien. Luego, llegó a haber más de 500 reclusos, que gozaban de un régimen que les obligaba a trabajar en el bosque, a levantar casas y a trazar calles. Con ellos vendrían los funcionarios de prisión y sus familias. Los ingredientes para crecer estaban sobre la mesa.

Pero, entre tanto trabajo, también estaban los problemas clásicos de vivir entre barrotes. Historias como la del Petiso o Radowitzky hacen que pisar este lugar signifique pisar un trozo importante de la historia. En el capítulo de hoy, la cárcel de Ushuaia.