Hay una ciudad en el sur de Brasil que a quienes manejamos el español nos saca una sonrisilla de parvulario cuando la vemos en el mapa por primera vez: Pelotas. Se esconde al sur del país, a muy pocos kilómetros de la frontera con Uruguay. Y si bien su nombre sobraría para dedicarle unas líneas, todavía hay algo más. Muchas veces, en Brasil, cuando un hombre adopta un comportamiento socialmente atribuido a la mujer, se le dice que es de Pelotas queriendo decirle que es gay.

Algo parecido me pasó cuando estuve en Grecia con chicos sirios. A quien se le quería insultar, se le decía que era de Idlib, un rincón al norte del país árabe, también para usar lo de gay en mala dirección. Pero en aquella ocasión no pude descifrar por qué la gente de una ciudad podría estar tan relacionada con el hecho de ser homosexual. Además, ellos lo usaban entre muchas risas. Sin embargo, en el gigante sudamericano me he cruzado con gente que piensa que es algo que se acerca más a la verdad que al mito.

Esta vez he encontrado el porqué. El acto homofóbico tiene raíces muy potentes. De hecho, quien lo usa como descalificativo, escupe sin saber un profundo halago.

Un poco de ritmo para escuchar la historia de Pelotas, un estado de la República de Brasil, por donde me he dejado caer aunque mi tío no es brasileño ni pasa por aquí el mes de abril.