Uruguay ha cambiado de rumbo en unas elecciones de infarto. Hubo un resultado tan históricamente justo que el más que probable ganador no pudo celebrar la victoria porque quedaban unos cuantos miles de votos para alcanzar el recuento total que no se conocerían hasta tiempo más tarde. Aun así, la victoria estaba servida: la izquierda necesitaba que estuvieran a su favor más del 90% de los votos que faltaban. Y esos votos no llegaron.

En este pequeño país del sur de latinoamérica la gente grita su voto a los cuatro vientos, las banderas de la derecha y la izquierda conviven en los balcones y la gente no se falta al respeto. ¿Alguien se imagina a votantes de dos partidos españoles con ideas separadas bailando juntos? No me iré a un ejemplo Vox-Podemos, ¿alguien se imagina a simpatizantes del PSOE y el PP mimetizando banderas mientras bailan al rimo de la canción de moda?

En Uruguay esto sí pasa; la templanza de los de la República Oriental es inigualable. Simpatizantes del Frente Amplio y el Partido Nacional se cruzaron en la rambla de Montevideo a tan solo un día de las elecciones y no dejaron que flotara la disputa que sí se vive en redes sociales.

Luis Lacalle, apoyado por la suma de los grandes partidos de centro y derechas, será el nuevo presidente. Quince años después, en el rincón donde Mujica habla del valor del tiempo frente al consumo y la marihuana es legal, deja de gobernar la izquierda. Uruguay cambia su rumbo, pero lo hace con clase.