Entre las múltiples enseñanzas, que se puede extraer de esta pandemia, están la toma de conciencia de la extrema vulnerabilidad y fragilidad de la vida humana, la ineludible interdependencia de todo el género humano para la supervivencia como especie, el valor primordial de los cuidados y de los afectos, y la necesidad de preservar el planeta, que nos acoge y hace posible la vida.

El coronavirus cuestiona un sistema socio-económico basado en el hedonismo y en el lucro privado, que aniquila el planeta y genera cada vez mayores bolsas de pobreza. El sistema ha sido incapaz de prevenir la pandemia y proteger a las personas. Entre otros asuntos, la deslocalización industrial, los recortes en servicios públicos, como la sanidad, y el cuidado de nuestros mayores, y la falta de inversión pública en I+D han provocado la falta de herramientas, tan básicas y elementales, como test, vacunas o epis, para controlar la epidemia. El saldo: decenas de miles de muertos y economías arruinadas.

En el año 1994, con el impulso del fin de la Guerra Fría y a la captura de un previsible dividendo de la paz, en el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), nace el concepto de Seguridad Humana como alternativa al modelo liberal vigente. La protección integral y universal de la vida humana ante los potenciales riesgos y amenazas ya sean sanitarias, económicas, alimentarias, ambientales, personales o políticas se propone como el núcleo inspirador y el eje de las políticas del desarrollo de los países. Un desarrollo para que sea sostenible deberá ser humano. Un desarrollo humano sostenible será aquel, donde todos y todas, en el aquí y ahora y en el futuro, tengan igual acceso a las oportunidades de desarrollo.

Este concepto entiende la seguridad más que como ausencia del delito, como base del bienestar. Desplaza el centro de la acción política de la defensa de los estados y sus fronteras, a la defensa de las personas. Demanda políticas de protección y empoderamiento social, que garanticen la vida para todos en un marco de respeto de las tres generaciones de derechos humanos. Esta noción ha servido para tender un puente entre los conceptos de "libertad de la necesidad" y "libertad del miedo" colocados en el corazón de la filosofía de las Naciones Unidas.

Los atentados terroristas del 11-S y la guerra de Irak impusieron una lectura y praxis restrictiva del concepto original de seguridad humana, ciñéndola al pensamiento liberal dominante y a la gama de valores cívico-políticos afines a éste, despojando a "este paradigma del potencial transformador y alternativo al modelo neoliberal imperante"4. Además, hoy un cuarto de siglo después, el gasto militar es un 50 % más alto que al final de la Guerra Fría. Urge recuperar la matriz original de esta idea para que las políticas de los estados y la vida de la ciudadanía, en línea con los objetivos de desarrollo sostenible de la agenda 2030 de las Naciones Unidas, se orienten en una nueva cultura basada en la preservación y el cuidado de la vida humana y de nuestro planeta, que implica un cambio en el modelo productivo y en los estilos de vida y de consumo absolutamente radical.