La Nueva Compañía Arrendataria de las Salinas de Torrevieja (NCAST) trabaja al total de su capacidad reorientando durante las últimas semanas su producción a la venta de la industria alimentaria, con una fuerte demanda tras declararse el estado de alarma y el impacto de la pandemia a nivel global. Los tres turnos de trabajo de ocho horas de sus 80 salineros, que arranca a las seis de la mañana del lunes y termina a la misma hora del sábado, no se han visto alterados por el parón de la actividad económica.

Como sector primario, la empresa sigue produciendo y durante estos días lo hace a clientes ligados al sector de la gran industria alimentaria, pese a que el principal mercado de la NCAST, y a donde va destinada la mayor parte de la producción anual, es la exportación a granel vía marítima desde el puerto de Torrevieja para el deshielo de carreteras. La preparación de sal para uso alimentario requiere de un proceso industrial más complejo, a través de la fábrica de sal seca, que los graneles para el deshielo, y da un valor añadido al producto final. La firma del Grupo Salins, cuenta desde hace años con la tecnología para suministrar palés plastificados de mil kilos de sal alimentaria, tratados térmicamente siguiendo rigurosos protocolos de seguridad, para poder superar los controles sanitarios. En especial los que exige el mercado internacional y uno de sus principales clientes, la multinacional estadounidense Morton, que en su día fue una de las empresas propietarias de la explotación salinera. Esta producción no se exporta a través de barcos mercantes de graneles desde el puerto de Torrevieja como es lo habitual para la sal que se utiliza en el deshielo. Se deriva por carretera en contenedores hasta el puerto de Alicante. La firma cuenta también entre sus clientes a grandes productores de lácteos, que a su vez trabajan para marcas blancas de los principales grupos de distribución de supermercados del país. El trabajo en la instalación industrial se ha adaptado a la situación de alarma espaciando la entrada del cambio de turno de los trabajadores y realizando una intensa labor de desinfectación con cada relevo, según fuentes consultadas por INFORMACIÓN. Pero la empresa mantiene el ritmo de producción y venta pese a las grandes dificultades derivadas de la enorme aportación de agua dulce que recibe desde finales de 2016, debido a una inédita secuencia de episodios importantes de gota fría, tormentas y borrascas. El agua de lluvia es el peor enemigo de la producción salinera ya que la laguna requiere un grado de conductividad en el agua que permita que la sal «cuaje» y precipite en el lecho.

La sucesión de gotas frías comenzó a finales de 2016, prolongada hasta principios de 2017. Cuando la laguna se había recuperado evacuando hasta 8 hectómetros de agua sobrante, las lluvias torrenciales volvieron en noviembre de 2018, 120 litros por metro cuadrado en 24 horas y, de nuevo, otro episodio torrencial en abril de 2019. Después llegó la DANA de septiembre, más de 200 litros, y la borrasca «Gloria» del pasado mes de enero. Y las lluvias de esta semana, 80 litros, han vuelto a afectar al nivel de la laguna -algunos caminos de acceso están inundados-. La empresa, que produce una media de 600.000 toneladas de sal al año tuvo que recurrir a miles de toneladas de otras salinas del grupo.