La potente avenida de agua que llegó desde la rambla de Abanilla aquellos fatídicos 12 y 13 de septiembre derribó los muros de la casa de María Jesús Gracia en El Escorratel. El agua anegó su vivienda y los destrozos son cuantiosos. Nos abre la puerta de su casa aunque, dice resignada, «podríamos pasar por cualquier lado, solo han quedado las dos puertas de fuera en pie, y una está a punto de caerse». En el interior el barro lo ha anegado todo y cuesta moverse sin tropezar con alguno de los elementos caídos. El agua sí ha respetado la placa de la glorieta que Alicante le dedicó a su hija, la exgimnasta Carolina Pascual, medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, quien también da nombre a una calle y un parque en su Orihuela natal. «Mis hijas vinieron de Madrid y me trajeron palas y otras herramientas, pero trabajan y no pueden estar aquí», comenta mientras lamenta que «lo he perdido todo, no tengo frigorífico, ni lavadora, ni ropa, voy con lo que llevo puesto».

María Jesús se muestra muy agradecida al grupo de voluntarios que acudieron a su casa coordinados por Ana Belén González. «Aquí no ha venido nadie salvo los voluntarios que trajo mi amiga Belén, un montón, como 20 que me lo han hecho todo ellos, se han matado los pobres a trabajar, han currado todo y más sacando agua y barro y limpiando, aunque todavía queda barro y barro por todas partes», señala. No puede evitar las lágrimas cuando recuerda aquellos fatídicos días. «Es un desastre, mi marido está enfermo y no puede venir aquí, porque nos hemos tenido que ir de casa a la de un familiar, ni el coche podemos sacar de la cochera». «Lo he perdido todo», repite. María Jesús, como miles de familias de la comarca, ya ha solicitado la ayuda que concede el Consell de hasta 4.500 euros.

Los voluntarios tenían previsto volver este fin de semana a su casa para seguir sacando barro. «Vienen con muchas ganas, les dimos agua y zumos porque estaban asfixiados, pero no se cansaban de trabajar, venga y venga a darle, y si no llegan a venir no sé qué hubiera hecho yo sola, con el agua que me llegaba a las rodillas y el barro», explica, mientras muestra un zapato colgado en una pared «que encontró mi nieto y me dijo, abuela, ahora hay que encontrar el otro», cuenta María Jesús, con la voz entrecortada. «Quisiera que el Rey hubiese venido a mi casa, ya que va a galas de mi hija y a las buenas cosas, y que viera cómo la tengo, todos los destrozos que ha hecho el agua», indica, en referencia a la visita que Felipe VI y la reina Letizia hicieron el viernes a Orihuela.

Una vivienda en la que también ha perdido muchos recuerdos. «Todos los trofeos de mis hijas se han ido, las medallas se las llevó el agua por los pasillos de la casa», lamenta. «Menos mal que estaban los voluntarios para ayudarme y las buenas amigas que tengo, como Ana Belén», dice junto al lugar donde esta semana se encontró con dos personas que trataban de llevarse lo que podían. «Menudo susto me llevé, como no tengo muros ahora puede entrar cualquiera», señala antes de dar de comer a sus gatos «que menos mal que se han salvado de la inundación». En el salón de su casa no quedan muebles, solo unas sillas que le ha dejado una amiga. En la cocina aún conserva el horno, fuera de su sitio, con las marcas de barro. El fuerte olor a humedad es algo que los afectados por las inundaciones tendrán durante un tiempo, así como la señal que recuerda en las paredes hasta donde llegó el agua. «Aquí queda mucho por hacer hasta que vea todo esto como estaba antes», relata echándose las manos a la cabeza.

Vivero

Muy cerca de allí, también en la pedanía de El Escorratel, Vanesa Jiménez espera la llegada de un grupo de voluntarios, también coordinados por Ana Belén, que van a seguir ayudándole en la tarea de retirar el barro que aún tiene más de 50 centímetros de profundidad. Su negocio, Viveros Orihuela, quedó arrasado. Cientos de plantas muertas y todo el mobiliario para tirar a la basura. Lleva más de 20 días cerrado «y sin saber cuándo vamos a poder volver a abrir, porque es el único sustento que tenemos mi marido y yo», señala. El agua llegó casi hasta el techo, más de dos metros de altura. Cuando bajó, el lodo lo cubría todo. Fue uno de los primeros lugares donde acudieron los voluntarios a ayudar. Vanesa lo recuerda emocionada. «El primer día que llegaron los voluntarios estábamos desbordados, esto es grandísimo y somos solo dos personas, y cuando vinieron y empezaron a limpiar fue impresionante, me emociono solo de pensarlo, sin esperar nada a cambio, venían simplemente a ayudar y empezaron a quitar barro, como Josefina, que lleva desde el primer día y sigue viniendo cada día», explica.

Los voluntarios que siguen acudiendo a este negocio ya han retirado gran parte del lodo y el mobiliario y las plantas afectadas «aunque aún queda mucho por hacer para que volvamos a funcionar». Más de 50 voluntarios ya han pasado por allí «dejando lo que tengan que hacer, para echar un cable a gente que no conocen de nada, es para reconocerlo». Son quienes acudieron y sin pensárselo dos veces cogieron fregonas, cubos y palas para retirar el lodo que las empresas de limpieza a las que llamó Vanesa se negaron incluso a pasarle un presupuesto cuando vieron cómo estaba el establecimiento.

De todo este desastre, Vanesa consigue sacar algo positivo, que tiene nombres y apellidos, el de todas las personas que altruistamente han venido a ayudar a los damnificados por la gota fría en la Vega Baja. «Jamás pensé que el ser humano podía ser tan bondadoso, con gente que no conocía de nada. Verdaderamente...», -rompe a llorar-, «es lo mejor que he sacado de esto porque todo lo demás es un desastre y nunca pensé que hubiera tanta bondad». Expresa lo mismo que sienten las miles de familias de la Vega Baja que han recibido la ayuda de estos verdaderos ángeles de la guarda.