Esta gota fría está durando demasiado. Y digo que está durando porque cuando deja de llover y piensas que lo peor ha pasado, resulta que no, que lo peor es lo que viene después, el desbordamiento del río, las inundaciones y el agua entrando en casas, comercios y arrastrando todo a su paso.

Tanto es así que a última hora de este viernes seguimos en Orihuela con el miedo y la incertidumbre de no saber cuándo podremos hacer balance de daños. Creo que en la ciudad nos ha quedado claro a todos qué es una DANA. Yo misma buscaba el término en Internet a principios de semana, cuando tenía dudas de cómo se generaba este fenómeno y en qué consistía. La noche del jueves me quedó muy claro, tanto que me sorprendí maldiciendo esta DANA una y otra vez. A última hora de la tarde, cuando la tormenta empezó a tomar fuerza, tras unas horas de calma, la ciudad comenzó a movilizarse. Las imágenes que dejaban las lluvias de la mañana no hacían esperar nada bueno. Por ello, las escaleras que en mi edificio llevan al garaje se convirtieron en un continuo ir y venir. Muchas zonas de Orihuela estaban ya inundadas y los vecinos decidieron sacar sus coches para ponerlos a salvo.

«Están todos yendo hacia los Huertos», me dice un vecino nervioso. Y allá que voy yo. Al salir, las calles ya estaban atestadas de coches subidos por todos lados, aceras, plazas, rotondas? Bajo una cortina de intensa lluvia conseguí aparcar el coche y al volver casa corriendo tuve que parar unos segundos en el Puente del Rey. El río estaba cerca de desbordarse.

Las predicciones no se equivocaban. Conforme avanzó la noche el temporal empeoró y comenzamos todos a contar las horas. Una tras otra sin parar de llover. Los truenos y el fuerte viento apenas dejaban pegar ojo, los relámpagos iluminaban la habitación y el agua caía con tanta fuerza que empezó a colarse por los cerramientos de las ventanas. Al asomarme al balcón me di cuenta de que no era la única en vela. El miedo a más inundaciones tenía a los vecinos pendientes de la lluvia.

A las ocho de la mañana los compañeros del periódico ya informaban del desbordamiento del río y la preocupación iba en aumento, sobre todo porque sólo unas calles separan mi casa del Segura. Salir entonces de Orihuela era una temeridad.

La tormenta tomó intensidad y, como si hubiera abierto un grifo, comenzó a caer también en mi salón. «Ha sido una bajante», me comenta un vecino que encuentro empapado de agua en el portal. Con el suelo lleno de toallas y cubos, la mañana del viernes no se preveía tranquila, menos cuando en casa hay dos niñas encerradas desde el miércoles. Pura dinamita.

La gota fría nos deja imágenes escalofriantes, pero también sonidos. El ruido intenso del helicóptero de la UME sobrevolando la zona durante todo el día de ayer y las sirenas de los bomberos a cada momento. Cosa, por cierto, que no ayuda a mantener la calma. Las calles se quedaron desiertas por unas horas. Ni un solo coche, ni una sola persona. El agua había llegado ya a todas las vías, difícilmente se podía salir de casa, estamos atrapados, aunque a salvo. Los vecinos siguen el avance de las inundaciones desde los balcones y por redes sociales. Los míos han creado incluso un grupo de whatsapp. Se nota el nerviosismo, aunque desde un tercero el drama es llevadero, no tienen tanta suerte los barrios y pedanías donde el agua ha entrado sin piedad en las viviendas bajas. En cualquier caso, solo nos queda esperar a que amaine el temporal.