Pronto comenzará el curso escolar acompañado, en muchos casos, de malos hábitos alimenticios que revierten en personas propensas a enfermedades como el aumento del colesterol y la diabetes, producidos en gran medida por una mala alimentación: abundante ingesta de grasas industriales (bollería, croissant, donuts, etc.) y el aporte abundante de glucosa en pastelería hecha de manera automática en fábricas, con numerosos aditivos y conservantes. Claro está, todos permitidos por las leyes para su elaboración. Pero ¿cómo eran aquellos desayunos de antes?

A veces se dice con razón que los jóvenes de ahora adolecen de la mentalidad de los de antaño, de ese hambre competitiva de los que tuvieron lo más bajo, lo más humilde, las circunstancias más difíciles, desarrollaron su vida a base de talento sí, pero sobre todo de picar piedra, de querer ser mejores, algunos hasta labraron fortunas y adornaron hojas de servicios a base de tesón, competitividad, hambre, pasión, ambición.

Pues bien, todo empezaba nada más despertarse desayunando? lo que había de forma más inmediata y a bajo coste.

El desayuno estaba compuesto generalmente por un tazón de leche con azúcar y, a lo más, malta, añadiéndole a la sustancia liquida trozos de pan duro (sopas de pan), también se hacían esas mismas sopas con galletas, bizcocho o magdalenas, todo dependía del presupuesto familiar y de las existencias del momento; equivalentes a los llamados cereales azucarados o «Corn Flakes» de «Kellogg's». Es una pena, deberíamos haberlo internacionalizado, y así los chinos y los americanos estarían hoy desayunando o merendando con chuscos.

Otro desayuno cotidiano de los torrevejenses se componía de pan tostado con aceite y sal, o con manteca de cerdo o pringue, a veces con chocolate en polvo por encima o partir el chusco en horizontal a lo largo, y ponerle manteca «colorá». La manteca «colorá» y la blanca no se untaba en capa fina, sino en capa muy gruesa, de un centímetro, en las dos partes del chusco para que la manteca impregnara el pan.

Al pan y aceite algunos le ponían sal, no poca, mucha sal, y sin salero de útil, sino con los dedos, sal que se disponía en todas las casas de Torrevieja, proveniente de sus salinas y que algún familiar, amigo o vecino salinero aprovisionaba para el hogar.

El pan con chicharrones, es decir trocitos pequeños de los restos de manteca obtenida tras la matanza del cerdo, era un poco de lujo, para tomar una vez a la semana. Y también este otro lujo: pan con mantequilla y una onza de chocolate, de algunas de las pocas marcas que había a la venta en aquellos años: «Samally», «La Campana» de «El Gorriaga» o «Chocolates Tárraga», fabricado en la cercana población de San Pedro del Pinatar. Mucho más sano que las masas industriales.

Alimentos menos habituales o extraordinarios en el desayuno eran las magdalenas, los rollos de anís, los rollos de naranja, las tortas de chicharrones, los bizcochos o «pepes» -con la masa de las monas y con forma de panecillo-, las almojábenas, las tortas y los buñuelos de calabaza.

En los domingos y días festivos, cuando el presupuesto alcanzaba, se compraban o hacían en casa «almojábenas», tortas de piñones, tortas de miel y tortas «escaldás». En verano, era imprescindible desayunar agua de «sebá» comprada a la puerta de la casa o en alguna de las heladerías que habrían sus puertas en verano: «Sirvent» frente a la plaza de Castelar, «Mary» en la calle Ramón Gallud y «La Ibense» en la calle Chapaprieta, también se podía adquirir en algunos de los carritos de helados que callejeaban desde bien temprano por las calles del pueblo, como el de Rafael, que vendía, además, una excelente horchata.

Muchos están de acuerdo en que desayuno es la comida principal de día, lo que deben aportar los elementos nutricionales y energéticos necesarios para afrontar el día, y sobre todo que nos permita no tener hambre a la hora del almuerzo con el riesgo de devorar cualquier cosa. Y en aquella, nuestra niñez, se comía de la que había a nuestro alcance... desayunos mucho más sanos que los de ahora.

Lejos quedaba el jamón cocido, que se compraba cuando había un enfermo en casa. Se iba a comprar y se decía: «Deme la mitad del cuarto de jamón, bien pesado», y el tendero preguntaba de inmediato: «¿quién hay enfermo en tu casa?». En el recuerdo aquellas latas de mantequilla semi-salada, cargadas de serigrafías con medallas y que nos devuelven a 60 años atrás. Aquellos desayunos tempranos, a las siete y media u ocho de la mañana, que eran el primer comité familiar del día, donde se hablaba de todo, antes de comenzar las clases en el colegio y las otras faenas diarias. ¡Buen provecho!