Cada mañana, María Encarnación y Rafael, llevan a cabo el mismo ritual. Él jubilado y ella de baja por depresión, ambos caminan unos 300 metros desde su casa hasta el Ayuntamiento de Orihuela para colocarse en la puerta ataviados con dos carteles de cartón con un mensaje que deja muy a las claras la pesadilla que viven desde hace 18 años: «Malditos motores del Museo de la Muralla, nos están matando». Por la tarde, trasladan su protesta a la puerta de su vivienda, contigua al museo y cuya fachada han llenado de carteles, donde llevan a cabo una recogida de firmas «en la que se están volcando los oriolanos, llevamos cientos y nos sentimos muy apoyados».

Su historia, o «pesadilla» como ellos mismos la definen, se remonta 18 años atrás, cuando tras encontrarse restos de la antigua muralla que rodeaba la ciudad de Orihuela, se instaló allí el museo donde se pueden visitar las ruinas. Doce años antes, cuando adquirieron la casa, este matrimonio, que vive en la vivienda de dos plantas con su hija, poco podía sospechar que pared con pared debía convivir con los motores de ventilación de un museo, que hacen un ruido considerable cuando están en marcha. «Lo peor es cuando se rompe uno de los dos motores, el ruido es insoportable y las vibraciones hacen que hasta la vajilla tiemble y los platos se muevan, también la barandilla de la casa, y para nosotros es un sufrimiento indescriptible; no podemos más, esos ruidos nos están matando», explica, con una gran pesadumbre, María Encarnación Rodríguez, que lleva varios meses tomando medicación para tratar la depresión que sufre por las molestias en su vivienda. «Me he tenido que coger la baja, tengo vómitos y estoy yendo al psiquiatra, es un sinvivir».

Sus protestas diarias han conseguido que el Ayuntamiento de Orihuela haya ordenado parar los motores durante la noche y que se haya bajado la potencia de ventilación al ser regulables. Antes funcionaban, prácticamente, las 24 horas del día, «y necesitábamos ponernos tapones para poder dormir en el rincón más alejado a la pared que da a los motores». Pero no es suficiente. «Los aparatos se siguen estropeando, no sabemos ya el número de veces que se han roto, lo que multiplica los ruidos y, sobre todo, las vibraciones, porque no están insonorizados», lamenta Rafael Cerezo. Son los motores que permiten ventilar y airear el interior del Museo de la Muralla, donde se suele formar humedad que puede estropear los restos.

Innumerables escritos

Este matrimonio ha tratado por todos los medios de que el Consistorio insonorice la pared donde están los motores o los reubique para que no estén pegados a su casa. Son innumerables los escritos dirigidos al Ayuntamiento en estas casi dos décadas, con gobiernos tanto del PP como del PSOE y Los Verdes, sin que ninguno haya puesto solución. La Policía Local ha realizado varios informes y atestados en las decenas de llamadas que han recibido de estos vecinos quejándose del ruido, pero el Ayuntamiento, que mandó a un técnico a hacer mediciones, les dice que los volúmenes de ruido están dentro de la normalidad.

«Una de las veces que fueron a reparar los motores tuvieron muchos problemas para sacarlos y los operarios pudieron comprobar que no tenían los 'silentblock', los silenciadores que amortiguarían el ruido, pero se volvieron a instalar sin insonorizar», se queja Rafael quien recuerda que tras acudir al Síndic de Greuges, el Ayuntamiento entonces gobernado por la popular Mónica Lorente aseguró que sí había insonorización. «Le mintieron», señala.

El matrimonio ha llegado a ofrecer su vivienda al Ayuntamiento «para que se la queden y pongan allí los motores, y nos den otra alejada de allí», señala María Encarnación, aunque asegura que marcharse la sumiría aún más en la depresión que sufre. «Mi casa es preciosa, la hemos reformado, pero es que no podemos seguir viviendo así», comenta con lágrimas en los ojos.

Indignación

Su última acción desesperada ha sido acudir al pleno de octubre reclamando una solución. La respuesta del equipo de gobierno ha dejado al matrimonio una sensación mezcla de tranquilidad e indignación. El edil de Patrimonio, Rafael Almagro, les espetó que «no tienen razón» y llegó a comparar el ruido que sufren en su casa con el que soporta quien vive junto a una carretera o una industria. Almagro aseguró que las mediciones realizadas indican que los niveles de ruido están «dentro de lo soportable» y añadió que «los motores están arreglados y los desactivamos por la noche, lo que no se debería haber hecho».

Sus declaraciones indignaron a estos vecinos y a los ediles de la oposición. El también concejal de Urbanismo, no obstante, aseguró que los motores se van a trasladar de ubicación para lo que está en conversaciones con la Universidad Miguel Hernández, ya que el campus de Las Salesas se sitúa también junto al museo y la intención es que estos aparatos puedan ir allí. Eso sí, apostilló, para mayor irritación de este sufrido matrimonio, que el traslado «tampoco tendríamos por qué hacerlo, pero se hará por una mala aireación que tiene el museo, pero no por sus quejas», lo que dejó perplejos hasta a sus compañeros de filas.

Fuentes municipales señalaron que hay un proyecto para que las máquinas se puedan subir a la azotea de la Universidad, pero existe un problema burocrático que impide suscribir el convenio ya que el edificio universitario no tiene declarada la obra nueva, no está inscrita aún en el registro de la propiedad. Sin embargo, para el matrimonio, es un avance tras 18 años de lucha para que en su casa reine, al fin, el silencio y puedan conciliar el sueño y dejar atrás su ruidosa pesadilla.