María José García Vaíllo rindió ayer tributo a la historia de Almoradí con un pregón que puso en valor las tradiciones ligadas a su Feria y Fiestas de Moros y Cristianos. Lo hizo con un discurso escrito desde el corazón de una mujer que por circunstancias de la vida reside fuera de su pueblo natal. Por ello, lo quiso dedicar a todos aquellos vecinos que han elegido el municipio como su lugar de residencia. Esos que han sido «valientes, fuertes y honestos, un pueblo luchador que nunca se ha dejado pisar y que no ha necesitado pisar a nadie para convertirse en el verdadero corazón de la Vega Baja, con todo derecho».

La plaza de la Constitución se vistió ayer de gala para dar comienzo a los días grandes de la localidad, esos que comienzan con una feria que cuenta ya con 152 años de historia y que tradicionalmente se encomienda a los Santicos de la Piedra para pedir el bienestar de sus gentes y cosechas abundantes. El acto congregó a cientos de personas en «El paseo», como se conoce popularmente a esta zona, y a todos ellos la pregonera les dijo: «Gracias a los que teniendo la posibilidad de marcharse en algún momento no lo hicieron y decidieron quedarse aquí a enriquecer el pueblo, a mantener las tradiciones, a formar sus familias y educar a sus hijos aquí, con un modelo de educación de éxito garantizado, inculcando los valores de esfuerzo, solidaridad, respeto, compromiso y gratitud que caracterizan a nuestra gente».

Reinas y damas

El acto sirvió para proclamar a las reinas de este año, con María Luarte y Amaya Lucas como representantes, y su corte de damas, formada por Athenea Martínez y Coral Carrascosa como infantiles, y Andrea Aracil y Carmen Pérez. La Feria que anticipa los festejos de Moros y Cristianos se remonta a 1865, cuando el Ayuntamiento solicitó permiso al Gobierno para poder celebrarla. Se decidió hacerla coincidir con la festividad de los Santicos de la Piedra porque, además del fervor popular profesado por el pueblo, era una época del año en que los agricultores tenían menor actividad, ya que las faenas de recogida de cosecha acababan y se aprovechaban las fiestas para vender, reponer o renovar ganado. Aunque ha ido variando con el tiempo, hoy supone toda una seña de identidad que de alguna forma rinde homenaje a sus orígenes.