Es viernes, son las ocho y media de la mañana y un grupo de vecinos de Orihuela Costa se reúne en un bar. El camarero, como cada semana, los invita a desayunar. Mientras llegan las primeras tazas se reparten la tarea. Liam y Pete lo harán en esa calle. Stephen y Jen, en aquella otra. Paul y Diane, en la de más allá. No falta Steven, que a sus 80 años es el más veterano. Todos llevan un chaleco amarillo y en la parte trasera se lee «Clean Up Cabo Roig». Con el último sorbo de café ya se están poniendo los guantes. Después reparten bolsas de basura, pinzas y a trabajar. Su tarea consiste en limpiar las calles de botellas, plásticos o excrementos. Nadie les paga, lo hacen porque les da la gana. No porque les guste, sino porque quieren vivir en un entorno limpio y consideran que el Ayuntamiento no cumple su responsabilidad. Cansados de quejarse decidieron pasar a la acción. De eso hace ya dos años y medio.

El «clean up committee» está formado casi en su totalidad por residentes de origen internacional. Mayoritariamente son británicos, casi todos jubilados, aunque también hay suecos o irlandeses. Limpian cada viernes el entorno de Cabo Roig, especialmente las calles en las que se agrupan los comercios, la hostelería y otros locales de ocio. Esa es la parte donde más suciedad se genera. Sorprende que no lo hagan a regañadientes ni murmurando exabruptos ni maldiciendo los comportamientos incívicos. Quizá alguno lo piense, pero no lo dice. Simplemente van andando y llenando sus bolsas de basura. Da la sensación de que se alegran cuanto más la llenan. No porque les entusiasme retirar porquería de la vía pública, claro está, sino por que el resultado del antes y después es evidente y para ellos, gratificante.

Jill es una británica que lleva viviendo en Orihuela Costa 20 años. Explica a este diario que cada viernes se dedican al menos una hora a esta tarea de aseo del entorno público. En invierno el grupo está formado por unas 20 personas. En verano mengua porque algunos de ellos vuelven a sus países de origen, donde encuentran el sol que no brilla el resto del año. «Es una buena acción social para la comunidad y para conocernos. La gente española de esta zona sabe quién somos y están muy agradecidos», comenta la mujer con un castellano muy británico.

Sin prisa, sin pausa

Discurren los minutos y los «cleaners» van avanzando por las calles, sin prisa pero sin pausa. Si no los conoces y los ves de lejos hasta podría parecer un grupo de condenados a hacer trabajos en beneficio de la comunidad, pero no. O bueno un poco sí. Trabajan para contribuir al bienestar social pero sobre ellos no pesa condena alguna. Lo hacen porque quieren. Sin más. La gente de esta zona ya los conoce. Algunos vecinos les dan donativos para comprar el material que precisan para su labor. Otros, como el camarero con el que comenzó la mañana, les invita a tomar algo.

Casualidad, o quizá no tanto. El día que este diario acompaña a los voluntarios para dar visibilidad a su trabajo aparece por la zona un equipo de limpieza municipal con una máquina barredora y una sopladora. Los «cleaners» lo comentan por lo bajini. Hacía demasiado que no veían ese despliegue. Aseguran que la mayoría de veces viene solo el vehículo aspirador, pero claro, si nadie sopla los papeles o plásticos que hay por el suelo en esa dirección, no se aspiran. «¿Sabía el Ayuntamiento que se iban a hacer fotos?», comenta uno de ellos. «Es posible», le contesta otro. Todos ellos están conectados a través de un grupo en Facebook y en los últimos días se había comentado que un equipo de INFORMACIÓN los acompañaría el 15 de junio. Enseguida dejan el tema, parece que les da bastante igual. Lo que les preocupa es que la ciudad esté limpia y piensan que la administración local no sabe gestionar los recursos de aseo urbano. Se quejan también de que determinados hipermercados acumulan junto a las fachadas elementos como maderas o hierros que en realidad son basura y que afean el entorno. En ese sentido, echan de menos que el consistorio ejerza una mayor presión para obligarles a mantener el espacio público en condiciones. Así lo expresa Liam Kiley, un británico que a sus 23 años se ha puesto al frente de la Asociación de Vecinos de Cabo Roig. «Vivo aquí desde 2004 y veo lo que pasa. Hay basura en la calle, los parques están abandonados, no se limpia como se debería y hay que hacer presión para que se ocupen también de la costa», expresa el joven.

Acabada la jornada, un rato más de reunión social y cada cual de vuelta a casa, pero andando por calles más limpias. Realizan su labor sin esperar nada cambio. O quizá si: dar ejemplo a quienes administran sus impuestos.