Esperando en la antesala de la Alcaldía de Orihuela pensaba el otro día sobre qué preguntarle a Emilio Bascuñana, un alcalde al que la agrupación local da por amortizado pese a que hasta el pasado 19 de abril, día en el que Luis Barcala acabó siendo designado regidor de Alicante por sorpresa -gracias a la abstención de una edil tránsfuga, Nerea Belmonte-, era el político del Partido Popular (PP) que gobernaba el municipio más grande de la Comunidad Valencia tras las municipales de 2015. Y pensaba que desastres, lo que se dicen desastres de gestión, no ha hecho en estos tres años. Ha tenido errores, como todos, y algunos de bulto y ha sido lento en la resolución de problemas, con un déficit a la hora de comunicar que le ha acompañado durante estos tres años. ¿Y en la costa?, como sus antecesores. Ha dejado que el problema se siga acumulando y así será hasta que el número de votantes no sea el suficiente como para asustar y preocupar a todos los candidatos que se quieren sentar en el despacho de la Esquina del Pavo. Allí no valen promesas.

«Pregúntale si su partido le ha dicho ya que no será el candidato para las municipales de 2019», me sugirió alguien días antes, y pensé: «Que mala baba». La entrevista me sirvió para reiterar una vez más que Bascuñana gana más en las distancias cortas que posando en fotografías (una afición que le encanta, visto lo visto), tiene discurso, se sabe los datos y con los años ha ganado en aplomo, pero no ha sido capaz de empatizar con su propio equipo de gobierno más allá de los ediles que llegaron de su mano a la Alcaldía -pocos pero muy fieles- ni tampoco con la dirección provincial y regional por lo que ha buscado los amigos en Madrid y a ellos se confía a día de hoy si, realmente, los tiene. Él pensó desde el primer día, y ese fue quizá su gran error, que lo verían como su jefe, su líder, y se afiliarían a su causa y nadie recordaría que, en realidad, era aquel militante que dos años y medio años atrás, en diciembre de 2012, había perdido las elecciones a la presidencia local del partido frente a Pepa Ferrando (y Mónica Lorente) después de aunar a todos los descontentos y enemigos de la otrora alcaldesa. Pensó, y lo repitió varias veces en la entrevista, que él era el enviado para regenerar la formación.... y yo, en cambio, tardé más de media hora de encontrar alguna respuesta con un fondo de sentimiento en un hombre que le ha pasado lo contrario de lo habitual: tiene menos amigos que cuando llegó al cargo.

Era evidente que gobernar este mandato en minoría no era fácil, pero su afición por aparcar asuntos -«eso ya lo veremos», era uno de sus latiguillos cuando se reunía el grupo municipal popular, ahora apenas lo hacen- que se le planteaban hizo sembrar en el grupo popular más dudas que confianza. La falta de sintonía día tras día, el tener una jefa de Alcaldía, Mónica Díaz que mandaba casi tanto como él (y lo dejaremos ahí) al punto de dar órdenes a ediles y técnicos, y el estar al frente de un gobierno bisoño y en manos de la oposición (con Ciudadanos entonces a la cabeza, que al principio le negó hasta el sueldo), acabó en filtraciones de pasillos de despachos donde comenzaron a conocerse los defectos de un alcalde, como todos, con dos caras. Mientras, la Orihuela que iba a modernizar no avanzaba y el presupuesto y el plan general no aparecían por ningún lado después de ser su caballo de batalla durante la campaña. La publicación de la situación que se vivía de puertas adentro del Ayuntamiento sembró aún más desconfianzas en su círculo más próximo. Él, probablemente mal asesorado tanto por sus creyentes como por sus aduladores, se encerró en sí mismo pensó que todo iba sobre ruedas y se mostró más preocupado por cazar filtradores que por gobernar, mientras algunos de los suyos comenzaban a regocijarse con sus errores. Todo ello llevó al punto de que en su primer año parecían perdidos, no sólo él sino todos los ediles del PP porque a ninguno le aprobaba nada. Y eso pese a que Cs le había dado estabilidad a los ocho meses de gobierno con un extraño pacto gracias al cual comenzó la formación naranja a gobernar en «la sombra»: ellos daban la orden y firmaba el edil del PP de turno, además de colocar peones en las pedanías, quitándoselos incluso al PP con algún caso que ya estaba nombrado. Todo, a cambio de llegar a un acuerdo por el presupuesto.

Humo

Nadie de su equipo, que se sepa, rechistó con aquel estrambótico pacto. Pero por aquel entonces sólo tenía humo para vender, no había proyecto y por cualquier cosa que se le preguntara en público la respuesta es que "todo está en marcha". Aprobar un presupuesto al cabo de año y medio de gestión y cinco días antes de acabarse el ejercicio, 2016, no era para tirar cohetes... pero para eso y poco más sirvió ese primer pacto con Cs. Fue el acercamiento.

Bascuñana, que se sepa, comenzó a distanciarse de la cúpula de su partido por tres motivos: uno es que no hacía caso a lo que le decían que tenía que hacer, otro era porque no dejaba trabajar a algunos de sus concejales y el último, quizá el más importante, porque quería ser el presidente local, aquello que se le había negado en las urnas. Él, en esos instantes, aún no se había dado cuenta que gobernaba de puertas a dentro de su despacho y poco más, aunque pareciese lo contrario. Así que en 2017, cuando tuvo que afrontar un nuevo presupuesto, porque el anterior tuvo una vigencia de cinco días, se convenció que la única solución para sus males pasaba por un pacto más amplio con Ciudadanos para gastar e invertir, para dar imagen. Estos, en una hábil maniobra (otra más), a cambio de sueldo, poder y responsabilidades de gestión, le dieron la estabilidad que le faltaba para no seguir pasando más calamidades. Especialmente en el salón de plenos donde Juan Ignacio López-Bas daba desde el inicio del mandato más sensación él solo de ser un equipo de gobierno, por templanza, capacidad y argumentos, que todos los suyos del PP juntos, a excepción de Paco Sáez Sironi, quien ha terminado arrinconado o autoarrinconado, quién sabe, a medida que ha pasado el tiempo. Mientras, la mayoría de ediles del PP al cabo de dos años habían tenido un nulo protagonismo en el día a día y en los plenos parecía que estaban sólo para levantar la mano. Bascuñana capitalizaba la imagen del PP y del Ayuntamiento, pero la gestión... eso era otra cosa. Era inexistente, y eso que se sacó de las manga los fondos eDusi, millones que están pendientes de venir y gracias, en parte, a proyectos de anteriores equipos de gobierno que dormían desde hacía años en los cajones.

Una buena parte de los ediles del PP no quería ese pacto con Cs porque consideraban que era como vender su alma al diablo, una hipoteca de presente y de futuro para el partido. Se quejaron a la dirección local, a la provincial y a la regional y ésta última les dio una solución, publicada por este periódico: una votación.... pero ni uno de aquellos que tanto se habían quejado votó en contra. Y, y esto es importante, con que uno de ellos lo hubiera hecho, nunca hubiera existido pacto. Ese fue el acuerdo, pero ese día todos se achantaron y con ello se condenaron al yugo del alcalde y de su socio de gobierno. Bascuñana les ganó por la mano. Pero, ¿qué ganó? En realidad, más odios y enemigos dentro de un PP que él sigue pensando tres años después, insisto porque así lo reiteró en la entrevista, en que le había ofrecido encabezar la candidatura a la Alcaldía para regenerar la formación. No era raro entonces que firmando un pacto de estabilidad en el Ayuntamiento y con unas elecciones a la presidencia de los populares, él se presentara (haciendo oídos sordos al partido que le decía que se dedicara a gobernar) para ser la confirmación como el redentor de un partido que, realmente, perdió gracias a aquel acuerdo con Cs algunas de las concejalías más sabrosas (Cultura, Juventud, Playas o Contratación,?), buena parte del presupuesto de inversiones y el control de las pedanías con peso específico a la hora de recoger votos. En definitiva, visibilidad a la hora de vender programa y ciudad. Y lo culparon a él de un acuerdo que ellos se negaron a frenar. A día de hoy, los celos siguen existiendo sobre el papel que algunos ediles de Cs, especialmente en Cultura, están realizando "con nuestro presupuesto".

Bascuñana y los suyos, fieles e infieles, se habían vendido a Cs, pero el grupo ya estaba roto, nadie levantaba la voz (que se sepa) y las críticas internas iban creciendo aunque él no la escuchaban porque nadie o casi nadie se enfrentaba abiertamente con él. Sólo hacía falta que estallara un asunto para pararle los pies. Y fue el de los WhatsApps, el primero de los dos casos de espionaje que han salpicado la gestión municipal este mandato. Bien es cierto que el Comité de Derechos y Garantías del PP archivó al cabo de ocho meses aquel escándalo, que consistió sucintamente en que hasta la mesa del alcalde llegó por arte de magia una transcripción de los mensajes del presidente en funciones del PP, Dámaso Aparicio, desde los que se cruzó con familiares a los que se intercambió con compañeros de partido, empresarios o periodistas, y donde ponía como hoja de perejil al regidor. Pero aunque el PP tapó aquel escándalo es más que cierto que nunca se ha sabido quién, cuándo y cómo llegaron aquellas transcripciones a la mesa de Bascuñana, que él usó para despedir a asesores en comunicación por falta de confianza (a los que se ha seguido pagando hasta la finalización de su jugoso contrato), echarle en cara a algún que otro concejal (caso de Begoña Cuartero) su deslealtad o amenazar a otros ediles en reuniones con "tirar de la manta" de esos WhatsApp, algo que no lo digo yo sino que forma parte de la denuncia del propio Dámaso Aparicio al partido.

El alcalde, en esa situación, bien es cierto que no podía presentarse a la presidencia del PP, con su nombre salpicado en un supuesto caso de espionaje contra, precisamente, el presidente local que, a la sazón iba a presentarse al cargo con el aval del partido que lo veía como un servidor fiel pero también como el candidato menos malo y al que le debían un favor pues fue el que se hizo cargo del PP cuando se fulminó a Pepa Ferrando como presidenta, seis meses antes de las elecciones municipales y asumiendo una gestora que no tenía ni para pagar el teléfono. La negativa de Bascuñana a dar explicaciones a los WhatsApps (como tampoco las dio cuando este diario le requirió por las multas del coche de Alcaldía, por ejemplo) tampoco ayudó a buscarse una salida digna a aquella situación, prefirió hacer como el avestruz o quizá fuese que para entonces su relación con los que dirigían su partido, no tenía marcha atrás ni solución. Y si alguna esperanza había de reconciliación o yo al menos lo pensaba, la enterró cuando remodeló el equipo, quitó poder a los díscolos, especialmente a Aparicio y Cuartero, y colocó una alternativa a la presidencia para plantar batalla con un Víctor Valverde que se prestó a ello y, bien es cierto, que si le dan tres días más gana. Y ya saben ustedes que al PP nunca le ha gustado votar. Si alguno dudaba en ser su enemigo, aquello le decidió cuando en realidad las urnas demostraban que prácticamente tenían tantos partidarios como detractores.

Bascuñana quiere repetir como alcalde y no desde que ha cumplido tres años como regidor, ¡qué va!. Si se lo hubieran preguntado el mismo día de su elección ya hubiera dicho que sí. Le gusta el cargo y las fotos, pero no empatiza con su partido que a día de hoy es su principal enemigo. Aquellos que tienen que elevar una propuesta a la dirección regional con el nombre del candidato ni se hablan con él. ¿Qué le queda por hacer? Pues vender gestión, que es a lo que se va a dedicar en este año que le queda aunque a algunos de los que mandan en el PP no le gusten seguir aguantando a un rebelde y un indisciplinado (aunque él diga que es todo lo contrario) y cualquier iniciativa que toma, la hunden. Del presupuesto y del plan general, aquellos asuntos que eran claves en sus promesas de 2015, no se sabe nada y han pasado a un segundo plano. La prueba es que estamos en junio y de las cuentas para este año nada se sabe. De hecho, en la entrevista aseguraba que la prioridad era la inversión (gastar) y que el proyecto urbanístico que heredó del PSOE y éste del PP, estaba muerto, vamos sus grandes asuntos para este mandato están ahora en segundo plano.

Segundo espionaje

Bascuñana se ha enfrentado hace unos días a un segundo caso de espionaje que más parece de Mortadelo y Filemón o de Anacleto que de algo serio y aún tiene que explicar otro asunto al que le reza día y noche el PP para que salga adelante aunque parte del prestigio que le queda a la marca de la gaviota se vaya con él: si estuvo años cobrando sin trabajar de la Conselleria de Sanidad. Él lo niega. Y esta semana, como colofón, ha anunciado una fiesta para conmemorar los tres años que lleva en el cargo en un claro desafío porque muchos consideran que se trata de un acto de postulación cuando nadie le ha autorizado a ello y, tal y como publicamos hoy, no le dejan ni utilizar las siglas del partido.

Al finalizar la entrevista y preguntado sobre la relación con su partido y su futuro Bascuñana me cuestionó la mayor. ¿Hay motivos para que no repita?. Si esto no fuera política, al día de hoy yo diría que no.