El pasado 29 de mayo, un año después de su desaparición, agentes del Servicio de Criminalística de la Guardia Civil encontraban los restos mortales del oriolano José Manuel Escudero Ballesta, de 45 años de edad, alias "El Chiquitin", un apodo que, a modo de carambola, ha permitido desentrañar un sórdido crimen ocurrido hace prácticamente un año. Probablemente fuese el 12 de julio de 2017, el último día que utilizó su teléfono móvil. Bajo un colchón ha estado enterrado muy cerca de una chabola en el barrio de El Zapillo, en Almería, donde vivía su compañera, de 51 años, que está ahora en prisión como supuesta copartícipe de los hechos.

Separado y padre de dos hijos de 22 y 24 años, a Escudero se le torció la vida hace años, tantos que su madre, que vive en Bigastro era el único contacto que tenía. La historia de su muerte comienza en el puesto de la Guardia Civil de Jacarilla al que acudió el pasado mes de septiembre la mujer para denunciar su desaparición. "Me llama cada diez días y desde junio no se nada de él", relató a los agentes. José Manuel se había marchado hacía cuatro años de su casa y desde entonces esas llamadas regulares eran el único contacto que mantenían. Explicó que durante esos tres largos meses había intentado contactar con él llamándole al móvil, pero éste estaba siempre apagado o fuera de cobertura.

El asunto pasó al grupo de Policía Judicial de Almoradí. Una denuncia por desaparición de un adulto que no llama a su madre. Bien poca cosa donde investigar. Mientras, la madre hizo lo único que sabía a la espera de noticias: acudió a un programa de televisión sobre personas desaparecidas y la foto de José Manuel Escudero apareció por primera vez en las pantallas de miles de hogares.

Los agentes tiraron del único hilo que tenían: el número del móvil porque no sabían ni dónde residía con certeza. Lo que la mujer contaba era cierto: su hijo la llamaba de forma regular. Los guardias descubrieron además un número de teléfono con el cual Escudero se comunicaba prácticamente a diario. Pertenecía, supieron después, a una mujer. Con ella habló por última vez el 12 de julio. A las siete de la tarde. Una fecha clave en todo este asunto. Porque esa persona nunca le volvió a llamar desde ese día.

A través de la compañía de teléfonos comprobaron en qué zona aproximada vivía y comenzaron a conocer a "El Chiquitín", apodo que le habían dado por su poca estatura. Supieron que vivía de la mendicidad, que acudía a un centro social de la Cruz Roja en el que se aseaba, tomaba café o se lavaba la ropa. Allí estuvo por última vez también ese 12 de julio.

Así, preguntando y preguntando, dieron con su domicilio en una modesta vivienda que le había sido cedida por los dueños de un supermercado. Los guardias comprobaron que allí nada faltaba. El cable del teléfono móvil seguía enchufado, había un paquete de cigarrillos para enrrollar y un tique de compra de una ensalada en un supermercado el 11 de julio a las 15 horas. Pero ni rastro de él. "Los agentes supieron que la desaparición no había sido planificada ni voluntaria", explica la Guardia Civil en un comunicado en el que reconstruye toda la investigación.

Los agentes tenían que dar con la mujer con la cual todos los días hablaba. Ya tenían la certeza de que había desaparecido para siempre pero, ¿dónde estaba?. La clave que permitió resolver el crimen se la dió otra denuncia, ésta presentada el pasado abril contra la mujer por agresión y amenazas a otro hombre. En la misma, según el denunciante, le gritó: "¡Te voy a matar y a enterrar en el mismo sitio que al Chiquitín!". El asunto comenzaba a cerrarse. Supieron también que días antes de ese 12 de julio había abandonado la prisión un delincuente habitual que había sido la anterior compañera de la mujer. Ya sólo había que atar cabos. A éste lo localizaron en Málaga.

La Comandancia asegura que Escudero fue aquel día 12 a la vivienda de su compañera sin saber que allí encontraría la muerte. Lo esperaba ella, pero también su expareja que, en un ataque de celos, lo mató a golpes, aunque para la Guardia Civil, "la participación de ambos en la comisión del hecho era indiscutible". La mujer intentó negar su participación pero al final sus contradicciones la incriminaron.

Sólo quedaba encontrar el cadáver. Tampoco aquello fue fácil. Los perros adiestrados del Servicio Cinológico de la Guardia Civil no dieron con el paradero de "El Chiquitín" y fueron finalmente los agentes del Servicio de Criminalística los que lograron localizar los restos, debajo de un colchón enterrado y en tan mal estado que, aunque la Benemérita asegura que con seguridad son de él, aún no han concluido las pruebas de ADN. A los dos detenidos se les imputa también un delito de tráfico de drogas (se les incautaron 300 gramos de hachís) y otro de tenencia de armas, pues descubrieron un revólver.

Con todo ello, sólo quedaba hablar con la madre de Escudero, quien siempre se acordaba de ella cada diez días.