Las calles de Orihuela volvieron a llenarse un año más de fiesta para disfrutar del día grande para los oriolanos, el del «Pájaro». La insignia de la ciudad, la Gloriosa Enseña del Oriol, ya está en la sala donde se expone dentro del Ayuntamiento. A medianoche se retiró del balcón del Consistorio donde permaneció un día entero, a excepción de las cinco horas que desfiló por las principales calles del municipio.

Fue una jornada muy especial. La enseña de 1594, cuya tela sufre un evidente deterioro fruto del paso del tiempo y de su uso, ya no volverá a desfilar. El año que viene la exhibición y desfile lo protagonizará una réplica del pendón, que será la que porte el Síndico, para así salvaguardar la valiosa enseña original que será restaurada y expuesta en un lugar público, al menos durante una serie de días al año, tal y como se establece para un Bien de Interés Cultural (BIC). Y la despedida fue a lo grande.

La jornada empezó temprano, pasadas las 9.30 horas de la mañana. El Estandarte descendió del balcón consistorial para iniciarse el traslado a la Catedral portado por el Síndico de este año, Julio Vicente Lizán. Los ediles de la Corporación, vestidos de gala, cogieron cada uno una de las cintas de la enseña y emprendieron el traslado a la Catedral con no mucha afluencia de público, como suele ser habitual, tras la larga noche anterior. Su primera parada fue la Catedral para, acto seguido, trasladarse junto a las Santas Justa y Rufina, en procesión hasta la iglesia que lleva el nombre de las patronas oriolanas. Allí se ofició una misa y tuvo lugar el momento más especial del Día del Pájaro, cuando la Gloriosa Enseña de Oriol se inclina, ya que sólo lo hace ante Dios y ante el Rey.

Con un retraso de una media hora, como suele ser habitual, se inició el momento más esperado por los miles de festeros que participan, el desfile de los comparsistas y cargos de las fiestas junto a la enseña del Oriol, que el Síndico portó durante todo el recorrido, excepto en momentos de descanso que cedió el testigo al Caballero Cubierto, Federico Ros, y al alcalde, Emilio Bascuñana.

Los festeros, vestidos de media gala, disfrutaron con el que es el acto que más participativo de las Fiestas de la Reconquista y de Moros y Cristianos que este año han sido declaradas de Interés Turístico Nacional.

Menos calor

En la jornada de ayer se pudieron ver muchos abanicos, protagonistas indiscutibles siempre de cada 17 de julio, y sombreros que regaló el Ayuntamiento de Orihuela, aunque todos coincidieron en señalar que el Día del Pájaro de 2017 ha sido uno de los de menos calor que se recuerdan ya que una ligera brisa recorría, de vez en cuando, el recorrido, lo que se agradecía, y mucho. Aún así los termómetros superaron los 30 grados a mediodía y para refrescarse nada mejor que ponerse a remojo, tanto en la fuente de la plaza del Carmen, que se llenó sobre todo de niños como si fuera una piscina, como con el agua que arrojaban los vecinos desde los balcones al paso de los comparsistas, con cubos y manguerazos. Y si no lo hacían, estos incitaban a los que estaban viendo el desfile desde sus casas a lanzarles el preciado líquido. De «mojarse» por dentro ya se encargó la cerveza o el tinto de verano.

Había muchas ganas de fiesta y así lo demostraron tanto los moros como los cristianos, que no dejaron de bailar al son de las bandas de música que acompañaron a cada una de las comparsas durante las dos horas y media que duró el largo desfile.

La tradición se repitió en el monumento a la Armengola de Capuchinos, donde los embajadores moro y cristiano, Rafael García y José Manuel Fernández, respectivamente, y la Armengola, Conchi Cabrera, depositaron una corona que se adornó con dos lazos con los colores de las señeras española y valenciana por parte del alcalde y del Síndico, y se izó la bandera de España mientras sonaba el himno nacional, y posteriormente, el valenciano.

Pasadas las dos y cuarto de la tarde, el desfile llegó al Ayuntamiento y los sones del himno nacional volvieron a sonar, esta vez, durante la subida de la Gloriosa Enseña del Oriol al balcón, rodeada de papeles de colores y pétalos de flores. Fueron las últimas horas en las que el pendón original «vigiló» a su ciudad desde lo alto. El próximo año lo hará su réplica.