El solar fue asolado brutalmente. Sólo en un par de horas las rejas del arado de un tractor lo dejaron impracticable para poder seguir jugando al fútbol en aquel lugar. Me estoy refiriendo al «Campico San Mamés» de Torrevieja y para ello me remonto a la década de los años cincuenta del pasado siglo. En aquel momento a la chiquillería del lugar nos dio por jugar al fútbol utilizando aquel terreno. Su dueño, un tal Maura, pretendió acabar con aquel punto de encuentro arándolo a fondo.

Estaba el terreno delimitado al Oeste por dunas en el «Sequión», formadas por la arena extraída durante años, de la que acumulaba cuando los fondos de este canal salinero se limpiaban. Al este, los vestigios de una plaza de toros y la fábrica del cáñamo. Al norte la Nacional 332 y al sur el mar.

A pesar de la cafrería de Maura se siguió jugando al fútbol en sus terrenos. Surgieron dos equipos bautizados popularmente como el «Hueso» y el «Remiendo». Igualmente fueron creadas dos masas corales, el «Sapato» y el «Apargate». El pueblo con aquellas nuevas entidades fruto de la dicotomía local tomó partido encarnizadamente optando por un coro u otro, y por tanto arremetiendo contra el otro. El Campico San Mamés debía de ser regado antes de cada partido para paliar el polvo arenoso del arado. El «Poyo Pera» se encargaba de realizar esta faena, previo pago, y cuando no había dinero los aficionados se encargaban de hacerla utilizando cubos y el agua del Sequión .

De ahí la canción que los del Hueso le dedicaron a los del Remiendo. Decía así: «El Campico San Mamés/lo regamos a posales/ y cuando viene el Poyo Pera/ le pagamos lo que vale. Que le pregunten al Poyo Pera que es el amo del camión/ si la última vez que regó el campo el Remiendo le pagó». El Hueso llegó a jugar un partido amistoso en Altabix, contra el Elche, y lo felparon. Lo golearon. Entonces los del Remiendo les dedicaron un pareado de esta guisa: «Cumplieron su gran gozo de jugar en Altabix y allí hicieron el oso como lo hacen aquí». Del Campico San Mames desaparecieron las dunas aquellas donde el adolescente Roberto «El Chimenea» perdió la vida al derrumbarse la cueva que había construido. Con el paso del tiempo a palas y camiones se llevaron la arena para rellenar el contraadique de Poniente o muelle de la Sal.

La mecanización de las salinas se llevó por delante, primero, las locomotoras de vapor arrastrando las vagonetas cargadas de sal, después los tractores realizando la mismo cometido. Se dejó de oír el continuo ir y venir de aquellos «trenesicos» de la sal en su discurrir paralelo al Campico San Mamés camino de las Eras.

Muchos años después comenzó a especularse con la posibilidad de construir altas torres en este privilegiado enclave, en los últimos tiempo cercado con un vallado de hormigón.

Ahora el proyecto parece ir en serio. Metrovacesa va a levantar tres altas torres destinadas al uso residencial, con el compromiso de dedicar un porcentaje de los edificios a instalaciones hoteleras, y por supuesto, no faltarán las zonas comerciales.

Que el Ayuntamiento amarre bien las licencias de obras porque otra cosa no puede hacer. Lo menciono porque el primer edificio que se hizo en Torrevieja con nueve alturas -El Gaviota- en el Paseo de Vista Alegre, se nos vendió la manta al afirmar sus promotores que estaba destinado a un hotel. Lo vendieron por pisos y apartamentos. Recuerdo haber soportado más de un chaparrón cuando apareció la noticia en este diario dando cuenta de un edificio de nueve plantas. La titularon: «Torrevieja le pierde el miedo a los terremotos». Me cayó la del pulpo, por utilizar el término terremoto, vocablo tabú en este pueblo.

Retomando el hilo de las tres altas torres: si viviera en el Barrio del Sequión me cabrearía mucho. Dejaría de poder contemplar la panorámica de la dársena portuaria que todavía se puede divisar.

De cualquier forma me va a joder este nuevo «progreso» admiración del papanatismo pueblerino, y fuente de cuantiosos beneficios económicos para sus promotores. Ocurre que por esta época otoñal suelo ver la puesta de sol, los atardeceres rojos, oteándolo en las cercanías de las Eras de la Sal. Muchas personas hacen lo mismo desde el paseo del rompeolas de Levante. Ellos y todos perderemos una buena panorámica. Cuando se levanten los nuevos mamotretos podremos recordar que debajo de ellos siempre perdurará la arena.